Con el cuestionado Petta, el año escolar no augura nada bueno

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Hoy es el día fijado para que más de un millón y medio de alumnos retornen o ingresen por primera vez al sistema educativo formal. Con esta acción, cambia la rutina diaria en cientos de miles de hogares, en la vida ciudadana y, lo que es más importante, se construye el futuro de millones de personas que son enviadas o van a las aulas porque tienen esperanza y confianza en la educación que el Estado les ofrece. La educación es un acto de fe, una entrega casi incondicional del bien más preciado que tienen las familias. Miles de mamás y papás y de niños, niñas y adolescentes esperan este momento con emoción y llevan días preparándose en la medida de sus posibilidades, tanto anímica como materialmente. Muchas y muchos acompañarán a sus hijos e hijas hasta la puerta del aula, pero saben que en el umbral deberán soltarles las manos para que empiecen a andar su propia senda, con las herramientas que recibirán en esas aulas. Esa es una confianza que el Estado no honra cuando por capitán y timonel de esta enorme empresa tiene a una persona no apta para el cargo y cuyos rasgos de personalidad han demostrado ser perniciosos.

Hoy es el día fijado para que más de un millón y medio de alumnos retornen o ingresen por primera vez al sistema educativo formal. Con esta acción, cambia la rutina diaria en cientos de miles de hogares, en la vida ciudadana y, lo que es más importante, se construye el futuro de millones de personas que son enviadas o van a las aulas porque tienen esperanza y confianza en la educación que el Estado les ofrece. La educación es un acto de fe, una entrega casi incondicional del bien más preciado que tienen las familias. Miles de mamás y papás y de niños, niñas y adolescentes esperan este momento con emoción y llevan días preparándose en la medida de sus posibilidades, tanto anímica como materialmente. Muchas y muchos acompañarán a sus hijos e hijas hasta la puerta del aula, pero saben que en el umbral deberán soltarles las manos para que empiecen a andar su propia senda, con las herramientas que recibirán en esas aulas.

Esa es una confianza que el Estado no honra cuando por capitán y timonel de esta enorme empresa tiene a una persona no apta para el cargo y cuyos rasgos de personalidad han demostrado ser perniciosos. El ministro de Educación, Eduardo Petta, no siente y no muestra ningún respeto hacia los niños ni hacia sus derechos.

Prueba de ello es el archiconocido caso de los libros con errores de ortografía, responsabilidad del Ministerio de Educación, que luego Petta planteó que corrijan los niños como tarea. Hay otro caso ocurrido en setiembre del año pasado que demuestra que este funcionario desconoce incluso la legislación y la protección que merecen los niños, según dictan leyes y tratados internacionales. Entonces, en otra muestra de su característica megalomanía y absolutismo, el ministro posteó en su cuenta de Twitter la foto de un niño de 11 años que trabaja como lustrabotas y pidió conocerlo. Por romantizar el trabajo infantil –prohibido– y ponerse en el centro de la escena como protagonista de la historia, recibió un aluvión de críticas. Pero todo quedó ahí.

Otro ejemplo de su nefasta influencia ocurre cuando impone capacitaciones docentes y charlas a alumnos, a cargo de pastores y capellanes de Funda Joven, una ONG evangélica a la que él es afín, en respuesta al problema del bullying e ignorando que la educación pública es laica. También esta iniciativa fue merecedora de severas críticas.

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Y ese es el problema. Con Petta todo queda en críticas y reclamos de la comunidad educativa. Lo repudian los gremios de educadores. Lo repudian los alumnos organizados. En las redes sociales lo detestan y se lo hacen saber. Y él, con su personal estilo, tampoco calla sus respuestas y alimenta así una cadena de cuestionamientos que lo ponen siempre en el centro de la polémica y hace imposible que se concentre en cuestiones más trascendentales que defenderse de los memes.

Petta es todo lo que está mal.

Los recientes escándalos que lo tuvieron como protagonista principal no son más que la cereza de una torta que no nos merecemos. La verdad es que este señor nunca demostró aptitudes para ocupar el cargo que ocupa, uno de los más importantes a los que se puede aspirar en la función pública.

Su personalidad megalómana y soberbia permea y corroe el sistema educativo. Petta actúa como un fundamentalista, es estrecho de miras y es totalmente incapaz de admitir un error, de la manera en que en realidad se admiten los errores cuando se hace con sinceridad y humildad: con propósito de enmienda. Es decir que no basta que diga, como ocurrió en el caso de los libros: disculpen, me equivoqué, estaba enfermo. Debería decir, por ejemplo, que va a pagar con sus recursos una fe de erratas, porque un funcionario debe ser responsable de los errores y eso incluye la responsabilidad por los gastos en los que se incurrió.

Y así como él es su gestión. Cada paso que da es una patada al hígado de una educación agonizante. Se deshace de técnicos y especialistas, a la par que vanagloria al ministro de Educación de la dictadura stronista Carlos Ortiz Ramírez (cuyo mote popular “Ñandejára taxi” –burro– lo dice todo). Sacraliza su fecha de nacimiento como si a alguien le importara y alaba unos libros de lectura que, si bien tocan una fibra sensible en el corazón de quienes los utilizaron hace unas décadas, está claro que responden a un modelo caduco, basado en la repetición automática y no en el aprendizaje real, en el que el alumno es un ladrillo más en una pared que tiene que quedar lisa y nada más.

Así las cosas, las clases empiezan hoy, y Petta pretende ser alabado porque los kits escolares “llegaron a tiempo”. Cosa que tampoco es cierta, porque ya hay denuncias de que faltan por ejemplo los borradores. Sin contar con que “a tiempo” implicaría que los alumnos tuvieran los kits antes del inicio de clases y concurrieran con ellos desde el primer día. Esto no es ningún motivo de orgullo. Es apenas un trámite de algo que debería fluir con normalidad.

Motivo de orgullo para Petta, para el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, y para toda la ciudadanía sería que el 80% de las instituciones educativas no estuvieran en mal estado; que los alumnos fueran a la escuela con alegría y granjearan allí los aprendizajes y capacidades que necesitan para la vida y los docentes fueran creativos y tuvieran las herramientas para desempeñarse en las aulas con dignidad y como verdaderos acompañantes de los procesos que requieren los alumnos.

Todo eso, obviamente, tendrá que esperar. Con este nefasto ministro al frente no hay esperanzas de que las cosas cambien, porque su impronta es la del escandalete barato, las apariencias y nada más. Si de verdad Petta quiere pedir perdón, debería hacerlo por estos motivos, mirando a los ojos a los niños que, más que “usuarios” o “beneficiarios” de este sistema educativo, son víctimas de una rosca negligente y apenas una excusa para que más funcionarios sigan cobrando por hacer que nada cambie.