Practicar la solidaridad, pero no abandonar las precauciones

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La pandemia del coronavirus que azota al mundo ha obligado a los Gobiernos y a la misma sociedad a tomar diversas medidas para paliar sus consecuencias. Más allá de la recesión que traerá aparejada, en muchos países –incluyendo el nuestro– se están adoptando políticas públicas que apuntan a atenuarla o contrarrestarla. Pese a todo, el impacto del coronavirus ya se está haciendo sentir en muchos hogares paraguayos, afectando incluso la satisfacción de una necesidad tan básica como es la de alimentarse. Por más acertadas que sean las disposiciones macroeconómicas adoptadas, sus resultados no serán inmediatos. Entretanto, como la crisis sanitaria no acabará en breve, mucha gente habrá perdido sus ingresos diarios –como ya está ocurriendo– y requerirá ser auxiliada. Será ingenuo pensar que la ayuda estatal que se está proporcionando bastará para socorrer a todos los hoy carenciados. En estas condiciones es necesario, pues, que la ciudadanía se solidarice con ellos para ayudarles a sobrellevar esta penosa situación. Felizmente, ya se están viendo muestras auspiciosas en tal sentido. Como la pandemia apunta a prolongarse, es preciso que el auxilio de la gente que pueda colaborar también continúe.

La pandemia del coronavirus que azota al mundo ha obligado a los Gobiernos y a la misma sociedad a tomar diversas medidas para paliar sus consecuencias. Más allá de la recesión que traerá aparejada, en muchos países –incluyendo el nuestro– se están adoptando políticas públicas que apuntan a atenuarla o contrarrestarla. Pese a todo, el impacto del coronavirus ya se está haciendo sentir en muchos hogares paraguayos, afectando incluso la satisfacción de una necesidad tan básica como es la de alimentarse. Por más acertadas que sean las disposiciones macroeconómicas adoptadas, sus resultados no serán inmediatos. Entretanto, como la crisis sanitaria no acabará en breve, mucha gente habrá perdido sus ingresos diarios –como ya está ocurriendo– y requerirá ser auxiliada. Se ha promulgado una ley de emergencia, que contiene una serie de normas administrativas, fiscales y financieras, como las que permiten diferir el pago de impuestos y de facturas de energía eléctrica, agua potable y teléfono, así como la que prevé un subsidio del 25% del salario mínimo (548.210 guaraníes), a ser abonado dos veces, a trabajadores informales o de las micro, pequeñas y medianas empresa, que no estén asegurados en el IPS.

El Ministerio de Hacienda cree que, debido a la cuarentena, ya dejaron de ganarse el pan 1.500.000 trabajadores, muchos de los cuales, con toda certeza, estaban viviendo “al día”. No se debería excluir que los afectados sean aún más numerosos ni que haya quienes reciban el aporte del Estado sin reunir los requisitos legales. Si a ello se suma que será entregado solo en dos ocasiones, resulta que sería ingenuo confiar en que la intervención estatal bastará para socorrer a todos los hoy carenciados. En estas condiciones, es necesario, pues, que la ciudadanía se solidarice con ellos para ayudarles a sobrellevar estas penosas circunstancias. Felizmente, ya se están viendo muestras auspiciosas en tal sentido. Hay “ollas populares” organizadas por vecinos y comedores comunitarios y parroquiales que están asistiendo a muchas personas necesitadas. Solo que, al parecer, estos lugares benéficos deberán estar abiertos durante un largo periodo, de modo que, para que sus acciones caritativas continúen se necesita la solidaridad de todos. Algunos de estos comedores anunciaron que ya no tienen recursos para seguir, de modo que es preciso que el auxilio de la gente que pueda colaborar siga apoyando sus acciones. Para las personas que quieran contribuir con dinero en lugar de insumos, felizmente hoy la tecnología permite hacerlo sin salir de las casas, mediante transferencias o giros desde los teléfonos celulares. De modo que no hará falta exponerse para hacer llegar los aportes.

Es bueno recalcar que está saliendo a luz el rostro generoso de mucha gente, ya que todos estamos en el mismo barco amenazado por una terrible tempestad. De lo que se trata, ni más ni menos, es de que el prójimo no pase excesivas necesidades tras haber perdido su habitual fuente de ingresos, debido a unas comprensibles restricciones. Por lo demás, quizá no huelgue apuntar que la desesperación puede provocar conductas reprochables. Ahora bien, es imprescindible que la solidaridad se manifieste guardando todas las precauciones, atendiendo que el coronavirus es de lo más contagioso. Es decir, que la asistencia no sirva para violar las estrictas reglas de la cuarentena. O sea, habrá que evitar, a como dé lugar, las aglomeraciones y acercar la ayuda usando elementos protectores, como tapabocas y guantes, tras haberse lavado las manos antes y después de entregarla. De nada sirve brindarla si, al mismo tiempo, se alienta la pandemia con mucha imprudencia.

La solidaridad presupone respetar las recomendaciones sanitarias por el bien de todos, incluyendo, por supuesto, el de los necesitados. Por cierto, el hecho de que estén urgidos no les exime, como a nadie, de la obligación de respetar las disposiciones en vigor ni a las autoridades de la de hacerlas cumplir. No es fácil conciliar la defensa de la salud pública y la acuciante necesidad de ingresos, pero debe prevalecer el interés general.

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Violar las reglas vigentes implica poner en riesgo la vida de todos, por lo que permanecer en casa debe interpretarse también como un gesto de solidaridad que evita el contagio, tanto de uno mismo como el de los demás. Como se sabe, toda infección tiene un efecto multiplicador. Mientras no haya la vacuna apropiada y la gente se comporte en forma irresponsable, la pandemia proseguirá indefinidamente, salvo que, a la larga, la población se vuelva inmune por haber generado anticuerpos. Estas elementales consideraciones fueron ignoradas por la senadora María Eugenia Bajac de Penner (PLRA) y por la diputada Del Pilar Medina (ANR), razón por la que su comportamiento deviene tan reprochable. Podrán donar sus respectivas dietas para lavar sus conciencias, pero el bien que así hicieran nunca sería tan grande como el mal que pudieron o pueden haber causado.

En suma, el amor al prójimo no debe matar a nadie: solidaridad sí, con el necesario cuidado para que nos liberemos del flagelo. El buen desenlace de esta lucha, que ojalá no se demore tanto, depende de lo que hagamos o dejemos de hacer todos, pensando en uno mismo y en los demás.