El país está entrando en su sexta semana consecutiva de cuarentena, que se viene cumpliendo a costa de un gran sacrificio por parte de la sociedad, ya sea en términos económicos, sobre todo para aquellos que se han quedado sin ingresos por la imposibilidad de trabajar, ya sea en términos de restricción de derechos y libertades individuales en aras del bien común. Para que ese gran sacrificio no sea en vano, lo cual sería nefasto, es preciso disponerse a capitalizar lo invertido y encarar esta crisis más fortalecidos en lo institucional, en lo comunitario, en lo personal, en lo familiar, en todos los ámbitos.
Desde el punto de vista de la salud pública, las medidas de aislamiento social parecen estar dando resultados satisfactorios. Por un lado, las cifras indican que la propagación del covid-19 está por ahora bajo control. Seguramente existe un grado alto de subregistro, como ocurre en todos los países, pero, si nos atenemos a la teoría de la “punta del iceberg”, los relativamente pocos casos graves que se han presentado hasta el momento, con las seis muertes que tristemente tenemos que lamentar, indicarían que el contagio no es generalizado. Eso de ningún modo significa que la batalla sanitaria está ganada ni mucho menos, pero es un dato alentador.
Por otro lado, también ha habido avances en el segundo gran objetivo de la cuarentena, que es entrenar y equipar mejor el sistema nacional de salud pública y privada. Cada día de aislamiento es un día más que ganamos de preparación para enfrentar la pandemia, dijo el ministro Julio Mazzoleni. La situación probablemente dista de ser la ideal, pero ahora hay más infraestructura, más equipos de terapia intensiva, más laboratorios homologados, más personal médico y paramédico capacitado, más insumos y medicinas, más experiencia de tratamiento, prevención y gestión, no solo a nivel país, sino a nivel global, mientras científicos en todo el mundo trabajan en ensayos clínicos para probar la efectividad de medicamentos y definir las dosis correctas, así como para encontrar una vacuna eficaz.
Casi o igual de importante que todo lo anterior, hoy tenemos una sociedad mejor informada y más concientizada, que sabe a lo que se enfrenta y –más allá de las típicas excepciones y de los irresponsables que nunca faltan– conoce las medidas recomendadas de cuidado e higiene y sabe lo que tiene que hacer, si no para impedir totalmente, por lo menos para reducir el riesgo de contagio.
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Todo eso los hemos ganado con la cuarentena y debemos sentirnos complacidos de haber hecho lo correcto. Sin embargo, en contrapartida, desde el punto de vista económico el golpe es durísimo y hay que estar conscientes de que costará mucho levantarse, que hemos dado un paso atrás en el desarrollo del país y que lo sentiremos en nuestros bolsillos durante varios años.
Quienes más están sufriendo son aquellos que viven de lo que ganan día a día, que en nuestro país son la mayoría. Según la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos, el 60 por ciento de la mano de obra ocupada no agrícola en Paraguay obtiene sus ingresos en el sector informal, lo cual es consistente con el dato de que apenas el 20 por ciento de la fuerza laboral aporta a alguna caja de seguridad social.
La mayor parte de esa gente, obreros de la construcción, empleados informales de pequeños talleres y comercios, vendedores ambulantes, prestadores de servicios por cuenta propia, como peluqueros, jardineros, trabajadores domésticos, fleteros, mecánicos, mozos, solo por mencionar algunos ejemplos, están sin poder trabajar, y por ende sin dinero, desde hace más de un mes. A ellos se les suman decenas de miles que no cobran sus sueldos o han quedado cesantes por las crisis de sus empleadores, así como muchísimos profesionales independientes que no pueden ejercer y no tienen ahorros para subsistir.
Además del sector público, las compañías grandes se han ajustado los cinturones para sostener los empleos y los salarios aun sin producir y sin vender, pero la mayoría de las empresas en Paraguay son pequeñas y medianas y no tienen esa capacidad, o no la tienen por mucho tiempo, por lo cual están en una situación de virtual cesación de pagos, al borde de la quiebra, si no ya en la total bancarrota.
Las medidas tomadas por el Gobierno y el Poder Legislativo para asistir en parte a esos segmentos son considerables, pero son apenas paliativas, sin mencionar que están tardando demasiado en llegar a los destinatarios por problemas de gestión (hay que decir que no es nada fácil), considerando que la ley de emergencia ya fue sancionada el 25 de marzo.
Todo esto es y seguirá siendo tremendamente costoso para la economía nacional y para la economía de las familias. En términos macroeconómicos, el endeudamiento público va a subir hasta el 30 por ciento del PIB, pero no para construir la infraestructura que necesita el país para su desarrollo, sino para pagar salarios y subsidios. El déficit fiscal y la emisión monetaria se saltarán todos los límites de prudencia que tanto había costado mantener, y se estima que llevará por lo menos cuatro años volver a una situación de cierto equilibrio, siempre que se hagan bien los deberes.
Ojalá que esto obligue a llevar adelante una real y efectiva reforma del Estado, pero hay que saber que también lleva necesariamente implícito un aumento de impuestos, porque alguien tiene que pagar la cuenta y el Estado no genera dinero por arte de magia, sino que todos los recursos, de una manera u otra, provienen de una sola fuente: los contribuyentes.
Mientras tanto, en algún momento no muy lejano el país tendrá que empezar a volver a la normalidad. Como decíamos, la batalla no está ganada, es posible que recién esté comenzando, todavía hay mucho dolor esperándonos, pero sin duda estamos ahora mejor preparados que antes. Si sabemos aprovecharlo, si podemos regresar al trabajo aplicando lo que hemos aprendido, evitando las aglomeraciones, lavándonos las manos con frecuencia, reportando síntomas, cuidándonos unos a otros, siguiendo las recomendaciones, apoyando al personal de blanco, entonces la economía puede volver a funcionar y podremos volver a ganar nuestro sustento sin que sea la vida el precio que haya que pagar.