La Municipalidad de Asunción también debe deshacerse de sus lastres

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En el marco de la crisis generada por el coronavirus, muchas cosas han empezado a cambiar en el Paraguay, donde en un contexto de incertidumbre y hambre ya no es tolerable un solo privilegio más para los de siempre. Entonces vimos que sí era posible deshacerse de la insensatez de los parlasurianos, que los funcionarios con sueldos obscenos pueden no ganar tanto dinero al mes, que una sobrefacturación se paga con la destitución del cargo, que intentar burlarse de la gente en nombre de Dios ya no funciona, y que el dinero que existe se puede dirigir a gastos necesarios en lugar de cubrir lujos y banalidades de quienes deberían ser servidores públicos. También quedó al descubierto que la inversión en la salud es capital y que no hacerla es sinónimo de muerte. Ahora queda en evidencia que se debe aplicar esa misma fórmula a la Municipalidad de Asunción. Ya no hay excusas para seguir derrochando dinero en salarios de gente que no aporta nada a esta castigada capital, que no trabaja por ella y que figura en la nómina solo por obra y gracia de algún enganche político.

Dicen que las crisis representan oportunidades. Y la tremenda sacudida que la pandemia de covid-19 le ha dado al mundo, y por supuesto también a nuestro país, ha demostrado que es real. Aunque sea temporal o tímidamente, muchas cosas han empezado a cambiar en Paraguay, donde en un contexto de incertidumbre y hambre ya no es tolerable un solo privilegio más para los de siempre. Entonces vimos que sí era posible deshacerse de la insensatez de los parlasurianos; que los funcionarios con sueldos obscenos pueden no ganar tanto dinero al mes; que una sobrefacturación se paga con la destitución del cargo; que intentar burlarse de la gente en nombre de Dios ya no funciona y que el dinero que existe se puede dirigir a gastos necesarios en lugar de a cubrir lujos y banalidades de quienes deberían ser servidores públicos. También quedó al descubierto que la inversión en la salud es capital y que no hacerla es sinónimo de muerte.

Ahora queda en evidencia que se debe aplicar esa misma fórmula a la Municipalidad de Asunción. Si se puede a nivel nacional, ¿por qué no empezar también a cambiar el estado de cosas en la principal ciudad del país (y obvio, como una reacción en cadena en todas las ciudades y pueblos del Paraguay)? Ya no hay excusas para seguir derrochando dinero en salarios de gente que no aporta nada a esta castigada capital, que no trabaja por ella y que figura en la nómina solo por obra y gracia de algún enganche político. Aquí hay que decir que por la Municipalidad de Asunción han pasado en las últimas décadas representantes de todo el espectro político, y así lo reflejan esas planillas abultadas y rebosantes de gente de diferentes credos ideológicos unida solo por la desvergüenza.

Llevamos más de un mes de confinamiento domiciliario, donde solo salen de casa quienes estrictamente deben hacerlo. En estos días extraños hay servicios primordiales que sí cumple la Municipalidad, que no se cortaron y son muy valorados. La recolección de basura sigue con la frecuencia de siempre y es fundamental que así sea, ya que en tiempos de pandemia la higiene debe extremarse. Aunque muchos ni siquiera los tengan en consideración, los recolectores cumplen un papel clave en el esquema de sanidad pública, y por estar en contacto con nuestros desechos están sumamente expuestos también a un contagio. Ellos entran en la categoría de lo que hoy se llama popularmente “héroes ciudadanos”, por el simple hecho de salir a hacer su trabajo.

Pero la figura romantizada y épica de los recolectores de basura no debe cegarnos. La cruda verdad es que la mayoría de los funcionarios municipales a los que los contribuyentes asuncenos les pagamos el sueldo no están en las calles jugándose el pellejo, dirigiendo el tránsito bajo la lluvia y tapando baches con asfalto caliente bajo el sol y a 40 grados. Son oficinistas que, en el mejor de los casos, están despatarrados en una silla cotilleando y tomando tereré en un ambiente climatizado y con wifi gratis. Y en el peor, aparecen solo para cobrar su sueldo y no cumplen absolutamente ninguna función.

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Quien haya ido alguna vez a la Municipalidad a hacer lo que ingenuamente creyó un “simple trámite”, sabe perfectamente de qué se habla aquí. El engranaje burocrático es terriblemente pesado y está lleno de vericuetos. Siempre falta un sello, una firmita, una constancia, que hay que ir a gestionar personalmente piso por piso, para llegar de nuevo al inicio del proceso y enterarse de que el primer sello tenía que ser con tinta de otro color, que tal o cual funcionario es el único que autoriza tal o cual cosa y nadie conoce su paradero o de que ya venció el plazo y hay que empezar de nuevo, con las consecuentes multas. No hay que engañarse: lo que parece un caos no lo es; al contrario, es un plan maestro diseñado para justificar la razón de existir de esos cargos.

La tecnología brinda hoy la oportunidad de automatizar procesos, lo que a la vez genera transparencia y facilita el rendimiento de cuentas. Ahora que el coronavirus nos demostró que el teletrabajo es posible, que las inscripciones en registros públicos, las compras, los pagos, las clases y las reuniones se pueden hacer en línea, ¿qué falta para que la Municipalidad ahonde en el gobierno electrónico, simplifique procesos y ahorre recursos que podrá destinar a cubrir necesidades reales de la ciudad?

No hay ningún motivo para que la Municipalidad de Asunción tenga planillas con cerca de 8.000 funcionarios que se llevan al año 65 millones de dólares, y tienen coberturas y privilegios a los que no acceden miles de trabajadores formales, ni qué decir los informales. Pero si lo de la Municipalidad ya es un escándalo, lo de la Junta Municipal de Asunción es un robo descarado. ¿Qué hace ese órgano con más de 1.300 funcionarios que cobran al año más de 11 millones de dólares? ¿Dónde está esa gente, que ni siquiera cabe en las oficinas de la Junta? ¿Por qué no están presos ya esos ladrones y quiénes los pusieron allí?

La cantinela de que es una “situación heredada” no tiene ningún valor. Nadie obligó a ningún intendente o concejal a meterse en ese rol. Si lo hicieron fue porque así lo quisieron y sabían perfectamente en qué aguas se sumergirían. Incluyendo al actual intendente, Óscar “Nenecho” Rodríguez, que no se candidató para ser intendente pero terminó ocupando el cargo, por las razones harto conocidas. Es sencillo, si no se sentía a la altura, simplemente debió hacerse a un lado.

El mismo Rodríguez fue noticia la semana pasada, cuando criticó públicamente al hasta hace pocos días presidente de la Dirección Nacional de Aeronáutica Civil (Dinac), Édgar Melgarejo, a quien llegó a llamar “ladrón de mierda”. Su furia –se supo luego– era en realidad producto de un encono personal, pero aprovechó que Melgarejo –quien habría destituido del ente aeronáutico a la esposa y la suegra de “Nenecho”– estaba en la picota por haberse valido de la pandemia del coronavirus para comprar por G. 29.990 unos tapabocas que solo costarían 2.700.

Este es un buen momento para que el intendente asunceno demuestre que esa furia contra la corrupción y los corruptos es real y que no está dispuesto a tolerarlos. No olvidemos que esta misma crisis de la salud probablemente motive que su mandato se prolongue por un año más, ya que las elecciones previstas para este año serían pospuestas. Así que la responsabilidad sobre sus hombros es enorme y se espera que actúe a la altura de las circunstancias. La gente está harta, no tiene dinero y no tiene por qué seguir manteniendo zánganos. La Municipalidad de Asunción necesita una cirugía mayor.