Un Día del Maestro signado por la incertidumbre

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Hoy no habrá fiesta en las escuelas y colegios, no habrá regalos ni meriendas. Las maestras y los maestros no sentirán en sus mejillas el calor de los besos de sus alumnos, ni escucharán sus cantos y aplausos. Tampoco recibirán el agradecimiento genuino de las madres y los padres que ven a sus hijos progresar. El 10 de marzo, cuando las actividades llevaban apenas dos semanas y media, los maestros pisaron por última vez un aula. Ese día fueron a sus casas con las tareas a corregir, pensando en lo que harían en los próximos días. El año escolar estaba en ciernes y no tenían idea de que el estado de cosas estaba por cambiar radicalmente. Esa tarde el Gobierno decretó una cuarentena que en principio iba a durar dos semanas, pero que llega hoy al día 51 y los dejará sin poder encontrarse cara a cara con sus alumnos hasta diciembre, un mes en que habitualmente terminan de trabajar. Toda la sociedad vio alterado su modo de vida, pero el colectivo de los docentes, que celebra hoy su día sumido en una inmensa incertidumbre, es uno de los que siente esta crisis con mucha intensidad, con todas sus certezas tambaleando.

Hoy no habrá fiesta en las escuelas y colegios, no habrá regalos ni meriendas. Las maestras y los maestros no sentirán en sus mejillas el calor de los besos de sus alumnos, ni escucharán sus cantos y aplausos. Tampoco recibirán el agradecimiento genuino de las madres y de los padres que ven a sus hijos progresar.

El 10 de marzo de este año, cuando el año lectivo apenas llevaba dos semanas y media, los maestros paraguayos pisaron por última vez un aula. Esa fecha quedó escrita en el pizarrón de escuelas y colegios. Ese día se fueron a sus casas con las tareas a corregir, pensando en las próximas lecciones, en sus alumnos, en lo que harían en los próximos días. El año escolar estaba en ciernes y no tenían idea de que el estado de cosas estaba por cambiar radicalmente.

Esa tarde el Gobierno decretó una cuarentena que en principio iba a durar dos semanas, pero que llega hoy al día 51 y los dejará sin poder encontrarse cara a cara con sus alumnos hasta diciembre, un mes en que habitualmente terminan de trabajar, cansados ya de la desafiante rutina de las aulas.

No solo los maestros, sino toda la sociedad vio alterado su modo de vida. Pero el colectivo de los docentes, que celebra hoy su día sumido en una inmensa incertidumbre, es uno de los que siente esta crisis con mucha intensidad, con todas sus certezas tambaleando.

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Por un lado –y es tema de conversación en todos los ámbitos y hasta de memes en redes sociales–, padres y madres reparan en lo intensa y desgastante que es la tarea de un educador, una labor que no tiene fin.

Por el otro, esta nueva realidad toma a miles de maestras y maestros sin las herramientas físicas y de las otras para hacerle frente. Mientras algunos se las ingenian para continuar con su misión de alguna manera y en medio de muchas limitaciones, otros ni siquiera saben por dónde empezar, porque no tienen acceso a la tecnología o lo tienen pero no saben cómo utilizarla de manera productiva. Durante su formación como docentes su uso no ha sido medular, sino por el contrario, se los incentivó a dejar fuera del aula todo lo que se pueda considerar una distracción.

Así las cosas, los docentes se ven obligados a reinventar sus artes, tratando de no salirse del foco, que es el aprendizaje de los alumnos y no simplemente mantenerlos ocupados. Es una empresa que a muchos sobrepasa, porque requiere de ellos mente abierta, conocimientos y coordinación, además de –como se dijo– acceso a la tecnología para llevarla a cabo de manera remota, porque la pandemia de coronavirus impone el distanciamiento social.

Algunos envían tareas por WhatsApp, otros se graban y suben sus lecciones a redes sociales, y hay quienes empezaron a dar clases con videollamadas y otras plataformas educativas. Todo depende de su propia inventiva y de sus recursos personales, ya que el Gobierno desdeñó antes programas como Una Computadora por Niño, que de existir hoy hubieran brindado un escenario muy diferente al actual. De ello es testimonio vivo el Uruguay, gracias al plan Ceibal. Además, no se puede ignorar que por creativos y versátiles que sean los educadores, la gran mayoría se terminará dando de bruces con una realidad de alumnos pobres y empobrecidos, que no tienen las herramientas ni el acompañamiento para seguirlos. Es una situación que a muchos puede parecer desesperante.

Tampoco se puede soslayar que los maestros padecen el infortunio de estar bajo el liderazgo de una persona –el ministro Eduardo Petta– que ha demostrado no ser la más idónea para el cargo y cuya capacidad para llevar adelante este proceso tan delicado está en tela de juicio. Desde luego que esta es una situación inesperada y para la cual nadie tiene la fórmula, pero está claro que la soberbia y la prepotencia no pueden ser el camino para superarla.

Son días particularmente difíciles para los docentes del sector privado, que ven en peligro su fuente de ingresos, ya que –también con justa razón– muchos padres no quieren y otros directamente ya no pueden pagar un servicio que no es el mismo que contrataron originalmente, cuando nadie podía prever que una pandemia llegaría para cambiarlo todo. Su situación es todavía de mucha más incertidumbre.

Y aún así, en este momento crítico, o tal precisamente gracias a él, la comunidad educativa tiene puestas sus grandes esperanzas en los educadores como los que podrán sacar adelante a los alumnos y los ayudarán a navegar en esta tormenta de la mejor manera posible. Su responsabilidad siempre ha sido enorme y hoy más que nunca necesitamos de buenos maestros dispuestos a entregar su corazón.