El confinamiento es impracticable.

El país vive horas delicadas y es sumamente necesario cumplir las normas recomendadas de cuidado e higiene para reducir los contagios, que son básicamente el lavado frecuente de manos, el uso de tapabocas en lugares cerrados, el mantenimiento de cierta distancia, aislarse en caso de síntomas o de sospechas y, en lo posible, hacerse la prueba para confirmar o descartar. Sin embargo, después de trece meses de restricciones ininterrumpidas, el confinamiento social hace rato ha dejado de ser una opción realista para detener la circulación del coronavirus en Paraguay. En un país donde la mitad de la población ocupada trabaja de manera independiente y donde dos tercios de la mano de obra urbana obtienen sus ingresos en el sector informal, hay una enorme masa de personas que literalmente vive al día, con lo que gana jornada a jornada. Pretender exigir a estas personas que se confinen podría ser viable solamente en un muy corto plazo, con programas de asistencia extensivos para paliar el impacto. Más allá de eso no solamente es insostenible, sino ilusorio.

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El país vive horas delicadas y es sumamente necesario e importante cumplir las normas recomendadas de cuidado e higiene para reducir los contagios, que son básicamente el lavado frecuente de manos, el uso de tapabocas en lugares cerrados, el mantenimiento de cierta distancia, aislarse en caso de síntomas o de sospechas y, en lo posible, hacerse la prueba para confirmar o descartar. Sin embargo, después de trece meses de restricciones ininterrumpidas, el confinamiento social hace rato ha dejado de ser una opción realista para detener la circulación del coronavirus en Paraguay.

Simplemente, la gente ya no está en condiciones de acatar el aislamiento hasta un punto que lo haga efectivo. Las razones las dio en pocas y contundentes palabras una señora entrevistada por ABC TV mientras esperaba el ómnibus: “A mí me encantaría quedarme en mi casa, pero ¿quién va a dar de comer a mis hijos? ¿quién va a mantener a mi familia? ¿quién va a pagar las cuentas y el alquiler? Tenemos que salir y que sea lo que Dios quiera”. Esa es la situación de la gran mayoría. Son relativamente pocos los que pueden darse el lujo de acortar sus actividades al máximo, no los suficientes como para hacer una verdadera diferencia.

En un país donde la mitad de la población ocupada trabaja de manera independiente y donde dos tercios de la mano de obra urbana obtienen sus ingresos en el sector informal, hay una enorme masa de personas que literalmente vive al día, con lo que gana jornada a jornada. Pretender exigir a estas personas que se confinen podría ser viable solamente en un muy corto plazo, con programas de asistencia extensivos para paliar el impacto y ayudarles a cubrir parte de lo más urgente. Más allá de eso no solamente es insostenible, sino ilusorio. A lo sumo el Gobierno puede imponer las prohibiciones al sector formal, pero ni siquiera eso es conducente, porque la gente que queda cesante debido a la reducción de la actividad en esos segmentos automáticamente se incorpora al sector informal y el efecto pasa a ser prácticamente el mismo.

De acuerdo con la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (ex DGEEC), la Población Económicamente Activa (PEA) en Paraguay está compuesta por 3.720.942 personas. De ese total, hay 266.902 desocupados que están buscando activamente trabajo, lo que de por sí ya les hace difícil aislarse. De los 3.454.040 restantes (ocupados y subocupados), solo una parte pequeña puede quedarse en casa, compuesta por patrones que pueden manejar sus negocios a la distancia, gente ligada a actividades que pueden desarrollarse electrónicamente, empleados públicos que pueden no ir al trabajo y seguir recibiendo sus sueldos, los que tengan la suerte de poder seguir cobrando sin trabajar en el sector privado o aquellos que tengan ahorros y decidan retirarse momentáneamente del mercado laboral.

La gran mayoría no tiene esa posibilidad. Para empezar, hay 1.500.000 personas que no tienen sueldo fijo, sumados a 236.000 empleados domésticos cuyo trabajo es necesariamente presencial. De los 1.676.000 “asalariados”, una alta porción son en realidad jornaleros o trabajadores mayormente en negro que se emplean en pequeños talleres y negocios sin ninguna estabilidad. Excluyendo el trabajo agropecuario (que, por sus características, no es proclive a generar contagio por la poca aglomeración), solo uno de cada tres ocupados está inscripto en el IPS o en la Caja Fiscal o en el Registro Único de Contribuyentes.

A eso hay que agregar que, del total de la PEA, 2.092.042 personas se emplean en el sector de servicios y más de 300.000 en la construcción, que son áreas generalmente muy sensibles a tomar y despedir trabajadores según el grado de actividad, y que muy comúnmente pagan por día o por evento, lo que implica que si el trabajador no va, no cobra. Solo en comercios, restaurantes y hoteles se emplean intermitentemente más de 920.000 personas.

Se dirá que las medidas de aislamiento son solo nocturnas y en feriados, pero ese es un gran engaño, primero porque el control es imposible, sobre todo en el sector informal, pero principalmente porque el virus no distingue si es de día o de noche, o si es día hábil o no, para propagarse.

La lógica del confinamiento es que el virus quede enclaustrado, si no en una sola persona, al menos en pequeños grupos, y que no pueda trasladarse de un grupo a otro. Por lo tanto, para que sea eficaz, teóricamente es necesario que se aísle una muy amplia porción de la comunidad. Si solo se aísla la minoría, como no puede pasar de otra manera en un país como el nuestro, esa lógica pierde todo sentido. No en vano en Paraguay, pese a llevar más de 400 días de cuarentena, con periódicos regresos a fases estrictas por decreto, la circulación del virus no se ha detenido, sino todo lo contrario, con récords en cifras de contagios, de casos graves y de fallecimientos, tal como lo acaba de admitir el director de Vigilancia de la Salud, Dr. Guillermo Sequera, a propósito del “encierro” de Semana Santa.

Hay que aceptar la realidad y obrar en consecuencia. Lo único practicable para frenar el virus es tratar de ser más precisos al distinguir enfermos de sanos, para aislar a los primeros y liberar a los últimos. Ello solo se puede conseguir con vacunas o, a falta de ellas, momentáneamente con “autotest” masivos, una opción que están probando muchos países y que el Gobierno aquí ni siquiera tiene en estudio. Mientras tanto, salvo casos muy específicos, las restricciones horarias y las limitaciones a las actividades económicas y sociales no sirven para el objetivo propuesto, y sí para ahondar la crisis.

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