A la bartola y sin respeto por la dignidad humana

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Otra vez el Gobierno nos mostró que la desorganización, la mala planificación y el desprecio a sus ciudadanos son su especialidad. No en vano a nivel popular se acuñó la frase “Desastre ko Marito”, que resume muy bien el modus operandi de unas autoridades que parece que ni si practicaran podrían hacerlo peor. Esta vez, le tocó el turno de vivir el maltrato en carne propia a un sector de la población que por su edad, su vulnerabilidad y por su estado de salud merece el máximo cuidado y un trato humano impecable. Se trata de uno de los grupos que más sufrió el aislamiento, que cumplió con mayor rigor todas las medidas que el Gobierno impuso. Algunos dejaron de tratarse de otras enfermedades, por miedo al contagio, tienen nietos a los que aún no conocen y perdieron seres queridos sin haber podido despedirse. Para muchos de ellos, la vida paró en marzo del año pasado. Es de no creer que habiendo tan poca cantidad de dosis de vacunas, el Estado no tenga capacidad de organizarse y hacer que aplicárselas contra el coronavirus sea el esperado momento de alegría que todos queremos. En cambio, se convierte en otra oportunidad para la humillación.

Otra vez el Gobierno nos mostró que la desorganización, la mala planificación y el desprecio a sus ciudadanos son su especialidad. No en vano a nivel popular se acuñó la frase “Desastre ko Marito”, que resume muy bien el modus operandi de unas autoridades que parece que ni si practicaran podrían hacerlo peor.

Esta vez, le tocó el turno de vivir el maltrato en carne propia a un sector de la población que por su edad, su vulnerabilidad y por su estado de salud merece el máximo cuidado y un trato humano impecable. Se trata de uno de los grupos que más sufrió el aislamiento, que cumplió con mayor rigor todas las medidas que el Gobierno impuso. Algunos dejaron de tratarse de otras enfermedades, por miedo al contagio, tienen nietos a los que aún no conocen y perdieron seres queridos sin haber podido despedirse. Para muchos de ellos, la vida paró en marzo del año pasado.

Es de no creer que habiendo tan poca cantidad de dosis de vacunas, el Estado no tenga capacidad de organizarse y hacer que aplicárselas contra el coronavirus sea el esperado momento de alegría que todos queremos. En cambio, se convierte en otra oportunidad para la humillación.

El martes pasado comenzó la vacunación a las personas mayores de 75 años en los vacunatorios, y a la par que el ministro de Salud, Julio Borba, declaraba a los medios de comunicación que estaba preocupado porque no se registraba suficiente cantidad de gente, los adultos mayores y sus familiares llenaban los hospitales buscando esa luz al final del túnel que significa la vacuna.

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Es cierto, la gente de ese grupo etario –e incluso otros de menos edad– acudió en masa a los vacunatorios, aún sin tener la cita y muchos fueron aceptados y vacunados, probablemente en respuesta a una orden superior. ¿Por qué no tenían cita? En muchos casos, porque se registraron en la plataforma oficial Vacunate, incluso el primer día en que se habilitó, pero nunca recibieron el mensaje que les informaba acerca del agendamiento de su vacunación. Al ingresar a la web, en busca de una respuesta no encontraban más que una confirmación de que estaban registrados, pero sin ningún detalle al respecto de la fecha, hora y lugar en que podrían recibir la primera dosis.

Los números telefónicos habilitados por el Ministerio de Salud para información estaban apagados, por lo que no se podía pretender tampoco una respuesta por esa vía.

Para completar el panorama, muchas de las personas que sí lograron que se les agendara una cita, descubrieron que esta les tocaba en un hospital o vacunatorio no solo de un barrio alejado de su lugar de residencia, sino de otra ciudad. Así, una persona de Sajonia tenía cita en Capiatá, y una de Lambaré en Trinidad. ¿Tienen idea los que causan este caos de lo que le cuesta a una persona de más de setenta años movilizarse, más aún si en la familia no cuentan con un vehículo? ¿Saben acaso que muchos de ellos dependen de otras personas, que deben pedir permiso en sus trabajos para ausentarse, tomar un taxi y cruzar la ciudad cuando en realidad hay otro vacunatorio en su propio barrio? Ayer en ABC TV una mujer contaba que vive a pocas cuadras del hospital de Barrio Obrero, pero su cita era en el hospital San Pablo; que tiene dos hijas especiales también adultas a las cuales no puede abandonar por mucho tiempo y que no cuenta con asistencia para movilizarse, por lo que decidió ir caminando al vacunatorio de Barrio Obrero. ¿Quién podría objetarle que no haya ido al lugar donde el MSP decidió que la vacunarían?

En medio de este desconcierto estaban ellos, con sus cabellos de plata, dignos, esperando de pie, algunos por tres o cuatro horas, con sus achaques y enfermedades a cuestas, su pasaporte a una vida con menos miedos y más salud. Algunos salían de sus casas casi por primera vez desde marzo del 2020. Verlos formando fila causaba sentimientos encontrados: la felicidad de saber que pronto estarán menos expuestos a la posibilidad de acabar –con suerte– en una cama de terapia intensiva y sin medicamentos ni oxígeno, y la rabia de ver que ni siquiera fueron capaces de alquilar para ellos sillas o conseguirlas a préstamo de alguna institución.

Y si bien al final de la jornada pesa mucho más el haber logrado vacunarse pese a los malos momentos y el destrato vivido, está claro que vendrán más días de caos, porque tampoco se sabe cómo sigue la historia en lo que respecta a la aplicación de la segunda dosis. El director del Programa Ampliado de Inmunizaciones, Héctor Castro, mintió ayer al decir que cada uno de los vacunados deja el vacunatorio con una tarjeta en la que se señala cuándo debe recibirla. Nuestras publicaciones acompañadas de fotografía de esas tarjetas lo desmienten. Los vacunados ahora no saben si recibirán un mensaje que les avise acerca de la segunda dosis o si simplemente deben presentarse en el lugar donde recibieron la primera. ¿Se están guardando las vacunas de la misma marca para aplicar la segunda dosis a todos los que recibieron las primeras? Si estamos a merced de donaciones, ¿acaso está garantizada la segunda dosis en tiempo y forma, de la mismísima vacuna para todos los que recibieron la primera? Esto no parece ser así.

Estas vacunaciones a baja escala que se hicieron hasta ahora demuestran que todo el tiempo transcurrido desde que comenzó la pandemia (más de un año) no fue usado para diseñar sistemas eficientes, ya que todo se sigue haciendo a la bartola, sin tener en consideración la dignidad de las personas.

Otra cosa que no se comprende es por qué no habilitan horarios extensivos de vacunación, al menos durante todas las horas que está permitida la circulación y que abarque también los fines de semana. No es el momento de descansar: esta es una carrera contra la muerte.

Pero si algo bueno podemos rescatar de este triste cuadro de desorganización y menoscabo a las personas de la tercera edad es su entusiasmo por vacunarse, es su confianza en la ciencia y el amor que sienten por ellos sus familiares, que se refleja en el cuidado que les brindan. Estos se merecen el reconocimiento por el estoicismo que han demostrado en los puestos de vacunación y el mensaje que brindan a sus coetáneos y a las personas de otras generaciones que, sumidos en la ignorancia y el desdén por el conocimiento, desprecian las vacunas y con ello no solo se arriesgan a sí mismos, sino a toda la población.

Por el bien de todos, esperamos que más temprano que tarde la vacunación se extienda a todos los grupos etarios y que los paraguayos podamos volver a respirar libres, sin temor a un virus que nos mata cada día y de diversas formas. Lo dijimos en nuestra tapa del pasado domingo 25 de abril y lo repetimos: ¡Vacunas y remedios en hospitales ya! #DejenDeMentir. Y con base en la experiencia, agregamos: Y con trato decente, digno y organizado para todos. No es tanto pedir.