Otro aniversario de Asunción sin nada que celebrar

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Asunción cumple mañana 484 años de fundación sin nada que celebrar. Basta con mirar el aspecto físico de la ciudad a lo largo y ancho de su territorio para exclamar ¡cuánta desidia e inoperancia acumula gracias a los sucesivos intendentes y concejales que la gobernaron y gobiernan con tanto desdén e indiferencia! Nuestra capital ha ganado los títulos nobiliarios de “Madre de ciudades”, “Amparo y reparo de la conquista”, “Cuna de la libertad en América” y tantos otros, y ha sido cantada por músicos y poetas de todas las generaciones. Paradójicamente, al mismo tiempo ha sido despreciada, vejada y echada a un lado por administradores rapaces que solo piensan en las elecciones más próximas para el rekutu y no en las futuras generaciones de habitantes. Es momento de que Asunción deje de avergonzar y sea nuevamente motivo de orgullo para sus pobladores.

Asunción cumple mañana 484 años de fundación sin nada que celebrar. Basta con mirar el aspecto físico de la ciudad a lo largo y ancho de su territorio para exclamar ¡cuánta desidia e inoperancia acumula gracias a los sucesivos intendentes y concejales que la gobernaron y gobiernan con tanto desdén e indiferencia!

El derrotero de la capital paraguaya está repleto de hechos históricos llenos de heroísmo que le han valido con justicia méritos suficientes para ganarse los títulos nobiliarios de “Madre de ciudades”, “Amparo y reparo de la conquista”, “Cuna de la libertad en América” y tantos otros.

Es la ciudad que ha sido cantada y recitada por músicos y poetas de todas las generaciones. Es la capital añorada por sus hijos que debieron emigrar o fueron desterrados por la tiranía política y económica.

Paradójicamente, al mismo tiempo ha sido despreciada, vejada y echada a un lado por administradores rapaces que solo piensan en las elecciones más próximas para el rekutu y no en las futuras generaciones de asuncenos que vendrán.

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Un ejemplo claro es lo que esta misma semana está aconteciendo en la Junta Municipal de Asunción. En plena pandemia, con todas sus funestas consecuencias para la economía y el sufrido contribuyente, los concejales –a pedido del intendente interino César Ojeda, de la misma línea de su antecesor Óscar “Nenecho” Rodríguez (ANR, cartista)– buscan infligir otro golpazo a los bolsillos de la población otorgando aumentos salariales a los funcionarios. Los empleados de la Comuna capitalina –como el resto del sector público– se caracterizaron siempre por ser los más privilegiados porque, aunque no trabajen, cobran sus haberes a fin de mes y gozan de innumerables beneficios que les deparan un contrato colectivo costoso para las arcas públicas. Lo peor de todo es que los ediles “regalan” un dinero que la ciudadanía no tiene, pues para ello hay que recurrir a emisión de bonos o préstamos. Total, financiar tremendas deudas estará a cargo del contribuyente a costa de servicios y obras que deberían darle una mejor calidad de vida. No es novedad que ahora el intendente pida una ampliación presupuestaria de 11.600 millones de guaraníes para salarios y otros gastos.

Cuan grosero como grotesco –aunque no extraño– es que tanta generosidad con el dinero ajeno de los legisladores capitalinos tiene un fuerte tufo a prebendarismo, como parte del proselitismo para mantener votos cautivos en vísperas de las próximas elecciones del 10 de octubre.

Desde que empezó la era democrática en 1989, Asunción, en lugar de experimentar un progreso con intendentes electos libremente –y no digitados por un dictador–, no ha advertido grandes progresos en obras, pero sí un aumento desmedido del personal y gastos corrientes. De 2.200 funcionarios en esa época, ahora la población del Palacete de Villa Aurelia y entes descentralizados municipales ronda los 10.000. La cifra exacta es un secreto que era guardado bajo siete llaves, con tanto celo por “Nenecho” Rodríguez como por los ediles que le hacen coro. La explicación es sencilla, por aquello de que entre bueyes no hay cornadas, y es vox populi que cada concejal exige un cupo para colocar a sus “sirvientes” y operadores políticos a cuenta del erario asunceno. Y así la bola de nieve va creciendo con cada intendente en detrimento de obras necesarias y urgentes para la ciudad. Al mismo tiempo de ir hipotecando la Comuna asuncena.

Desde las primeras décadas del siglo XX y alguna que otra década posterior, Asunción no ha experimentado construcciones de envergadura que sean orgullo de sus habitantes. El porte aristocrático emulado de ciudades europeas por intendentes como Albino Mernes, Miguel Ángel Alfaro, Pedro Guggiari, Antonio E. González por citar algunos, o las últimas obras de infraestructura para la modernización realizadas bajo administración del intendente Porfirio Pereira Ruiz Díaz, no se ha repetido. Asunción carece de estadistas, de buenos administradores de la cosa pública.

Por el contrario, ha sufrido una decadencia crónica que ha ido acabando con los pocos sitios públicos productos de una planificación pasada y espacios patrimoniales que posee, debido a la indolencia de las autoridades que permiten permanentes invasiones y ocupaciones. Grupos manipulados y manejados por caciques y políticos inescrupulosos que solo buscan el beneficio propio se han apoderado de la vía pública y los espacios verdes.

Ejemplos huelgan. El Parque Caballero, convertido en ruinas, zona roja y basural, sigue esperando su recuperación que no ha pasado de promesas. La Plaza de la Constitución y todo el conjunto de la Plaza de Armas, donde se encuentran los monumentos más importantes de nuestra nacionalidad están copadas de carpas y viviendas precarias, convertidas en un gran albañal de inmundicias. El entorno del viejo Cabildo, primera sede de Gobierno erigida en tiempos de Carlos A. López, está tan degradado y peligroso, que ni la policía quiere ingresar al lugar. En sus bajos continúa esperando recuperación el primer paseo Costanero que tuvo la ciudad.

Las promesas de rescate y revalorización del Centro Histórico han quedado en los papeles y planos que han representado siderales sumas en préstamos y asesorías financiadas por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otros organizamos internacionales. Mientras ha enriquecido a burócratas, el Casco Antiguo se ha pauperizado.

De los sectores circundantes y barrios periféricos, calles, veredas y paseos, ni hablar. El desastroso y vergonzoso estado ha minado la calidad de vida de los vecinos que padecen pésimos servicios de limpieza y recolección, que se cumplen tan deficientemente y propician la formación de vertederos clandestinos. Toda la zona ribereña y el río Paraguay son un gran basural. Los arroyos y manantiales ya no existen y se han convertido en cloacas. Los sitios paisajísticos como Itapytãpunta, el cerro Lambaré, excantera Tacumbú, el Banco San Miguel, el Jardín Botánico y tantos otros que debieran ser motivo de satisfacción y polo obligado para los visitantes se han convertido en áreas insalubres y territorios de nadie.

A tres lustros del Quinto Centenario, pareciera que Asunción ha sido asolada por hordas salvajes que rapiñan el equipamiento urbano de espacios públicos y hasta las placas de los cementerios. La memoria de nuestros antepasados que soñaron con un país mejor está siendo profanada y estarán revolcándose en sus tumbas.

Si con toda esta situación a la vista, la ciudadanía asuncena no aprende a ejercer su derecho al voto para elegir a nuevas autoridades que sean honestas y capaces, que se ocupen de rescatar a la Capital de la República de la ignominia y el atraso, cualquier sacrificio o anhelo por redimir a la Madre de ciudades seguirá siendo en vano. Es momento de que Asunción deje de avergonzar y sea nuevamente motivo de orgullo para sus habitante