La inaudita actitud burocrática, timorata, y a la vez soberbia, del ministro de Salud Pública y Bienestar Social, Julio Borba, cuando las circunstancias justamente demandan lo contrario, está exponiendo al país a un tremendo peligro potencial. Es inexcusable que, habiendo suficiente disponibilidad de vacunas anticovid, la campaña de vacunación esté estancada hace más de un mes en torno al 40% de la población. Los casos ya están empezando a repuntar y ya se están produciendo muertes de personas no vacunadas. Con seis de cada diez habitantes sin ningún tipo de inmunización, si llegara a ocurrir una nueva oleada, como está pasando en otros países, en estas condiciones los fallecimientos se volverán a disparar.
Los vacunatorios están prácticamente vacíos, los depósitos llenos, hay partidas de biológicos que están a punto caducar, y, en vez de liberar y de facilitar todo lo que se pueda, el Ministerio se empeña en mantener el poder y el control con decisiones de gabinete y doctorales conferencias de prensa semanales, imponiendo condiciones absurdas y ampliando a cuentagotas los rangos de edad y la zonificación desde una especie de pedestal. En cuanto a los menores, nos llegan reportes de muchas exigencias, cuando que lo lógico sería que nada más vayan acompañados de unos de los padres y ambos exhiban sus respectivas cédulas de identidad.
Hay más de 4 millones de personas en Paraguay que no están inmunizadas, eso ya considerando las que pudieron vacunarse en el exterior y las que tuvieron la enfermedad y generaron anticuerpos naturalmente. Lo lógico sería que en este momento hubiera una carrera contrarreloj para administrar al menos una dosis a la mayor cantidad posible antes de que se inicie un nuevo ciclo de incremento de contagios, algo que aparentemente no se podrá evitar.
En la mayoría de los países desarrollados ya se autorizó la vacunación a los mayores de 12 años mientras la FDA, que es la agencia de supervisión sanitaria de Estados Unidos, acaba de determinar que las vacunas son seguras para los niños de 5 años en adelante, y probablemente para todos, aunque esto último todavía requiere más estudios. Aquí solo después de mucha insistencia se amplió el rango a los mayores de 16 años, lo cual no será suficiente si recrudece la circulación del virus, sobre todo con las nuevas cepas más agresivas.
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Entre los que no se vacunaron sin duda hay un porcentaje que por algún motivo personal no quiere hacerlo. Hay otro porcentaje que no lo hace o por no estar correctamente informado o por desinterés, con la errónea creencia de que la pandemia ya quedó atrás y que no es necesario protegerse a sí mismos y a los suyos. Y hay un tercer segmento compuesto por personas a las que les está resultando difícil, ya sea porque viven al día y tienen que decidir entre ir a vacunarse y dejar de percibir sus ingresos, o que están muy lejos o que no cumplen algún requisito secundario.
Con los primeros no queda mucho por hacer, salvo rogar que no les pase nada a ellos ni a otros por su culpa. Pero es de vital importancia llegar a todo el resto, que es la gran mayoría, de manera proactiva, no esperando tranquilamente a que se vuelquen masivamente a los centros habilitados por arte de magia.
En vez de perder el tiempo en establecer protocolos que ya nadie está dispuesto a cumplir y que no se pueden controlar, o en fijar “aforos” arbitrarios de dudosa utilidad, el Gobierno tiene que abocarse a lo que debió hacer desde el principio, que es vacunar, vacunar y vacunar. Si lo hubiese hecho en tiempo y forma, no estaríamos lamentando más de 16.000 muertes.
Ya no hay tiempo para distinciones, hay que vacunar a todos los que no lo hayan hecho todavía, ir con vacunatorios móviles a los mercados y supermercados, a los espectáculos deportivos, a los eventos religiosos, a los conciertos, a las fiestas, a los juzgados, a los barrios, a las comunidades alejadas, a todos lados; movilizar todo el aparato estatal, las escuelas, las instituciones de emergencia y de acción social, los ministerios y entes que tengan redes nacionales, las fuerzas armadas y policiales; también a la sociedad civil, las empresas, las iglesias, incluso los partidos políticos. Las coyunturas extraordinarias, y esta lo es, requieren medidas extraordinarias.
Paraguay empezó el mes de octubre con el 38,32% de sus habitantes con al menos una dosis anticovid y lo cerró con apenas el 40,43%, el porcentaje más bajo de Sudamérica después de Venezuela y Bolivia. Fue un mes prácticamente perdido, algo imperdonable considerando que ha habido vacunas suficientes. El directo responsable es el ministro Julio Borba. No es momento de dudas, ya que el tiempo apremia, por lo que debe asumir con valentía y presteza sus obligaciones.