La fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, ha sido salvada de un pedido de juicio político respaldado por más de una docena de bien fundadas causales. Fue salvada por una transa, en su acepción más oscura simbolizada por la palabra trampa. Una transa entre los mismos colorados de siempre –cartistas y oficialistas que dejaron caer sus caretas– con el previsible apoyo de algunas eternas marionetas de la oposición cuyas máscaras hace tiempo han caído.
Desolador fue oír cómo aquellos pájaros que tienen cuentas con la justicia votaban disciplinadamente por salvar a Sandra Quiñónez; abrazaron con pasión el confort de sus futuras impunidades por presuntos crímenes que nunca pagarán. Uno tras otro se abroquelaron sospechados de malversaciones de dinero público, de enriquecimiento ilícito, investigados por narcotráfico y lavado de dinero; toda la cofradía, uno a uno fueron desfilando para sepultar con cemento las ansias ciudadanas de liberar a la justicia.
“Nos vengamos” dijo el diputado Basilio “Bachi” Núñez cuando terminó la votación; en menos de treinta minutos habían hundido las esperanzas de rescatar al Ministerio Público de uno de sus más deteriorados liderazgos en tiempos democráticos. Por lo menos en ese momento y con la palabra, Núñez fue brutalmente honesto: no salvaron a Quiñónez por su profesionalismo o eficiencia sino por un mejunje de componendas, una carísima póliza de impunidad y un último condimento, venganza, el acostumbrado yunque del poder cartista para demostrar quién manda. Con ese espíritu lo festejaron en el quincho del poder fáctico donde sobresalía, en altura, en sonrisas y en volumen de presunta responsabilidad, la cabeza del diputado Erico Galeano, sospechado de gruesos e inexplicables movimientos de bienes y dinero dentro del sistema financiero; sus sugestivas operaciones incluyen una transferencia al mismísimo Horacio Cartes por valor de 2.250.000 dólares, movida sobre la cual nadie hizo la debida diligencia.
La feroz transa entre los dos grupos de la ANR presuntamente rivales en este año proselitista, permitió rescatar a la fiscala general, pero perdió el Paraguay. Con la última trapisonda de los colorados no es disparatado aventurar que descomunales casos de lavado de dinero, narcotráfico, enriquecimiento ilícito, malversaciones de dinero público y todo tipo de latrocinios podrían quedar impunes. Con esta última estocada, nuestro país se vuelve impredecible con un Ministerio Público en manos de políticos que encubren y hasta protegen a grupos mafiosos que han permeado al Estado, en sus tres poderes. Hay motivos para sospechar que se diluye la esperanza de procesar, investigar y castigar a quienes estafan, rapiñan, saquean y roban descaradamente los fondos que tan penosamente logra juntar una ciudadanía que ha sido vulnerada y ultrajada en los dos últimos años de pandemia.
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En el proceso de salvataje a Quiñónez ocurrió lo inédito pero no menos usual. Los diputados oficialistas que defendían a ultranza el juicio político terminaron abrazando apasionadamente la transa: se ausentaron unos, se abstuvieron otros y muchos dieron quorum. Mientras se develaba la transa, el vicepresidente Hugo Velázquez, visible cabeza de los oficialistas que se habían embanderado a favor del juicio político, iba de tour por países árabes por donde paseó la traición.
A todo esto, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, que había hecho uso de una filosa lengua contra el cartismo en sus últimos discursos por el interior, se lavó las manos cual moderno Pilatos y confirmó lo que muchos ya sospechaban: que el fin de sus apetencias justifica sus medios. Poco antes del intento de juicio político trascendió que el jefe de Estado pretendía aprobaciones de préstamos millonarios, y que esas aprobaciones iban a depender de la transa. Los rumores terminaron confirmándose porque el mismo día que se rechazó el juicio político, el Presidente obtuvo lo que quería: aprobación de más endeudamientos, un montón de plata para ser usada este año electoral.
Aquí, todos parecen haber ganado: algunos opositores que se prestaron a rellenar el pesebre, los cartistas que atornillaron a su fiscala general para garantizar impunidad, los oficialistas que endeudarán más al país, el vicepresidente que demostró que la traición siempre es un recurso válido, y el Presidente de la República que tendrá en sus manos próximamente una fortuna de préstamos para usar en proselitismo. Marito, además, renovó su imagen para los medios de comunicación de su archirrival: ha pasado de ser tratado como un pelele a ser un destacado actor de tapas inaugurando obras.
En este último juego de ruleta, todos los apostadores parecen haber sido favorecidos por la fortuna: todos ganaron… menos la República del Paraguay, el pueblo paraguayo. El país se ha vuelto más impredecible que nunca para diferenciar la vieja batalla entre el bien y el mal, entre el honesto y el bandido, entre la impunidad y el castigo, entre la justicia y los crímenes.