Tras su sincericidio, Riera debe dar un paso al costado

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El ministro del Interior, Enrique Riera, descubrió ayer la pólvora al afirmar, “con absoluta autocrítica, que la batalla contra la delincuencia se está perdiendo”. Que el propio jefe del órgano encargado de la seguridad interna lo haya admitido al cabo de cien días de lamentable gestión implica que la inseguridad reinante no es una “sensación” subjetiva generada por la reiterada publicación de graves hechos punibles a mano armada, sino una dolorosa realidad, con la que mucho tienen que ver la corrupción y la ineficiencia policiales, entre otras cosas.

El control de las cárceles por parte del crimen organizado, la sucesión de atracos sangrientos y el auge del sicariato dan cuenta de que los motoasaltantes y el abigeato ya no son los únicos azotes que conmueven a una sociedad desprotegida. Tres incidentes espectaculares, ocurridos en los últimos días en plenas horas diurnas, muestran que los hechos punibles han venido ganando terreno, tanto en número como en gravedad: el asalto con explosivos y fusiles al camión blindado que transportaba dinero, cerca de General Delgado (Itapúa); el asesinato a balazos en una calle de Concepción de un exdirector de Institutos Penales, y la captura, seguida de su liberación bajo amenaza de muerte, de cuatro policías del Departamento de Control de Automotores de la oficina regional de Coronel Oviedo, que supuestamente intentaron revisar una camioneta en Colonia Independencia (Guairá), protegida por al menos diez hombres armados con fusiles.

Al cabo de cien días de gestión, el locuaz ministro, que como intendente de Asunción primero y como senador después solía hablar de temas muy variados, es evidente que nunca se especializó en materia de seguridad, sino más bien en ajustarse a sus conveniencias políticas del momento: al menos hasta 2021, era un enérgico anticartista que respondió a un comunicado de Honor Colorado, acusándolo de apoyar a “candidatos corruptos” para copar el Senado.

Aparte de haber modificado el organigrama de la Policía Nacional (PN), cuyo nuevo comandante comisario general Carlos Humberto Benítez anunció un mayor control interno ante la multiplicación de “polibandis”, el ministro Riera cree ahora necesario engrosar el número de efectivos, que hoy ronda los 25.000, para lo cual habría que aumentar el Presupuesto, que este año llega a 2,9 billones de guaraníes (unos 391 millones de dólares). Pero antes que reforzar el plantel y de gastar más dinero público –sobre cuya necesidad no emitimos opinión–, donde hace tiempo se debió poner el foco es en la integridad de los propios efectivos policiales, sobre los cuales surgen a menudo sospechas y denuncias, como ocurre ahora mismo en el oscuro episodio de Colonia Independencia. En efecto, un mayor número de agentes policiales no conllevará automáticamente un incremento de la seguridad si la Academia de Policía y demás institutos del ramo no efectúan un control mucho más riguroso de la preparación intelectual y –sobre todo– moral de los egresados. Según la autocrítica del ministro Riera, hasta ahora “el cambio interno no se vio”. Queda abierta la pregunta de cuándo dará frutos, para que el Paraguay no llegue a superar a México o a Colombia en materia de criminalidad organizada, mientras también la delincuencia común jaquea a la población.

Llama la atención la “novedad” que ahora el ministro Riera arroja en la cara de la gente, que “la batalla contra la delincuencia se está perdiendo”. ¿No leyó que, desde hace tiempo, las más altas autoridades han venido advirtiendo que el crimen organizado se ha insertado en las instituciones del propio Estado? En cuanto a la delincuencia común, la prensa se encarga de informar todos los días de las vicisitudes que sufre la población por culpa de malvivientes de toda laya, que hasta se disputan territorios en los barrios bajos y en otros lugares. Como político del anillo principal del cartismo, ¿no se ha enterado de lo que venía ocurriendo en su país? ¿No lee los periódicos, no escucha la radio, no mira la televisión?

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Es de imaginar que tan pronto ganó el cartismo las elecciones, y él fue uno de los primeros en ser anunciados por Santiago Peña para su Gabinete, más los 100 días que tuvo desde su asunción, tuvo tiempo suficiente para armar por lo menos alguna estrategia y transmitirla a la gente para llevarle esperanzas. Pero no. Parece que recién ahora se interiorizó de lo que representa ocupar la función de ministro del Interior, ¡y se asustó!, saliendo a lanzar tan lúgubre anuncio, además de peligroso, porque es como decirles a la población: “ármense y defiéndanse, porque nosotros no podemos”.

En estas condiciones, no tiene nada que hacer en tan importante cargo para la seguridad interna del Paraguay. Además, le da un golpe bajo a la promesa del presidente Santiago Peña de que “vamos a estar mejor”. Así, no le queda otra que dar un paso al costado.