Los legionarios del siglo XXI

En la Guerra de la Triple Alianza aparecieron los “legionarios”, paraguayos traidores a su Patria, voluntariamente enganchados en los regimientos aliados para combatir contra sus hermanos al amparo de un artículo que figuraba en el Tratado Secreto firmado por los aliados. Actualmente, en estos nuevos tiempos, la turbulencia política nacional que trajo aparejada consigo la destitución del presidente Fernando Lugo mediante juicio político y la desembozada intromisión en nuestros asuntos internos de algunos gobiernos extranjeros ideológicamente comprometidos con el depuesto mandatario, han demostrado que la mentalidad “legionaria” no es un hecho del pasado, ni sus principales exponentes reposan en las tumbas que el olvido les abriera. Andan por los caminos del Río de la Plata y ahora también por la cordillera de los Andes hasta el mar Caribe, glorificando la traición con pedidos de sanciones económicas y políticas contra su Patria.

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En 1864, antes del inicio de la Guerra contra la Triple Alianza, la población del Paraguay se estimaba en más de 1.200.000 habitantes. Al término del “genocidio americano” –como quedó históricamente conocido el holocausto paraguayo–, el 83 por ciento de la población había perecido, restando apenas unas 220.000 personas, integradas en su mayoría por mujeres y niños, y unos 29.000 hombres desvalidos. En consecuencia, sobre el filo de los nuevos tiempos que pregonaron los vencedores, el Paraguay carecía de recursos humanos para restablecer la vida de sus instituciones e iniciar la reconstrucción de la patria hecha cenizas.

Fue ese el momento en que aparecieron los “legionarios”, paraguayos traidores a su Patria, voluntariamente enganchados en los regimientos aliados para combatir contra sus hermanos al amparo del Art. 7º del inicuo Tratado Secreto de la Triple Alianza que con brutal cinismo consignaba: “No encaminándose la acción militar contra el pueblo del Paraguay sino contra su gobierno, los aliados podrán formar una legión paraguaya con los ciudadanos de la misma nacionalidad que quieran cooperar a la destrucción de dicho gobierno, y les darán los elementos necesarios en la forma y con las condiciones que se convendrá previamente”.

Tras arrastrarse cinco años por la retaguardia de los campamentos aliados, por fin tuvieron los legionarios la oportunidad de demostrar su “patriotismo” a sus jefes aliados, cuando un escuadrón por ellos conformado atacó salvajemente a una caravana de carretas de las “residentas” en la localidad de Campo Pedrozo, cerca de Piribebuy, el 8 de agosto de 1869. “He debido ordenar la vuelta del Escuadrón Paraguayo –decía el informe del coronel argentino Donato Álvarez al general Emilio Mitre– para ponerse a disposición de Vuestra Excelencia, pues el ardor que esta gente muestra al encontrarse con sus compatriotas, les lleva a cometer excesos de mortalidad y pillaje que comprometen la disciplina de las demás tropas y la rapidez de los movimientos exigidos a la vanguardia. En la reciente acción, no obstante las órdenes perentorias que expedí, no se pudo evitar que saquearan las 17 carretas que el enemigo tenía consigo, acuchillando a los carreteros que trataban de conducirlas fuera del combate”.

Aunque no todos los legionarios tuvieron tan criminal comportamiento, en retrospectiva cabe preguntarse ¿qué perverso fanatismo sectario los indujo a tan aberrante extravío de conducta ciudadana? Cualesquiera pudieran haber sido las razones personales o familiares de sus desarraigos de la madre patria, ningún motivo, por valedero que fuese, puede justificar tan infame extravío ideológico que les hizo perder de vista las necesidades históricas de la nación que cobijaba a sus padres y hermanos. Mientras estos pelearon sin tregua desde los montes de Corrales hasta las márgenes del Aquidabán en defensa del terruño, ellos optaron por vivaquear en los campamentos enemigos y servirles de baqueanos en los vírgenes senderos nativos para acabar más fácilmente con los restos de nuestro ejército que defendían palmo a palmo la heredad conculcada.

Actualmente, en estos tiempos, la turbulencia política nacional que trajo aparejada consigo la destitución del presidente de la República Fernando Lugo mediante juicio político y la desembozada intromisión en nuestros asuntos internos de algunos gobiernos extranjeros ideológicamente comprometidos con el depuesto mandatario, han demostrado que la mentalidad “legionaria” no es un hecho del pasado, ni sus principales exponentes reposan en las tumbas que el olvido les abriera. Andan por los caminos del Río de la Plata y ahora también por la cordillera de los Andes hasta el mar Caribe, glorificando la traición con pedidos de sanciones económicas y políticas contra su Patria.

No deja de ser una ironía que la destitución de Fernando Lugo, procesada con estricta observancia de la Constitución nacional y aceptada por él mismo en su momento, tenga que ser puesta ahora de revés por sus seguidores. Vale decir que, para ellos, lo “democrático” hubiese sido que los militares retuvieran en el poder al depuesto mandatario mediante un golpe de Estado, disolviendo el Congreso. De hecho, mantenerlo en el poder es lo que en días recientes los gobiernos amigos de Lugo han solicitado al Consejo Permanente de la OEA, por suerte sin resultado. Utilizando también argucias dialécticas, los legionarios de la Triple Alianza pretendieron justificar su traición de lesa patria, sosteniendo que era lícito apoyarse en el extranjero para reconquistar las libertades conculcadas por el tirano de su tierra.

Esta perversa posición pretenden reivindicar actualmente los modernos “legionarios” del Frente Guasu, para quienes las teorías políticas se adaptan a las infamias que necesitan justificar. Los compromisos internacionales de la “izquierda caviar” sujetan y oprimen. Sus adeptos utilizan el mismo idioma y pontifican las mismas vaguedades insubstanciales. Así, denuncian “persecución política” contra los que “opinan diferente” y condenan a los medios de comunicación social por estar “aliados a los golpistas”.

Mas, la aparente razón gira sobre sí misma y se vuelve contra sus autores, apenas se descubre que sus lamentos tienen que ver más con no poder seguir mamando de las ubres del Estado, como se acostumbraron desde que Lugo asumió el poder, rediseñando la arquitectura política estatal a su antojo. De ahí la súbita tendencia a establecer simetrías maniqueas inspiradas en el supuesto “cambio” que nunca pasó de ser un revoltijo de consignas e ideas populistas y autoritarias sin sustento racional, y que por consiguiente el pueblo nunca vio por ninguna parte.

Sea cual fuere la reacción final de la comunidad internacional sobre lo ocurrido en el Paraguay, lo cierto es que el extravío ideológico del expresidente Lugo hacia el marxismo bolivariano operaba como una rémora para que el país pudiera navegar en la buena dirección en el concierto global. La rectificación de rumbo será la más importante tarea del presidente Federico Franco, tanto en lo interno como en lo externo.

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