Nada nuevo que replantear con Brasil

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De cara a la reelección de Dilma Rousseff para un segundo mandato constitucional al frente del Gobierno del Brasil, algunos analistas han lanzado la idea de que nuestra relación con ese país debe ser replanteada. Lastimosamente, quienes así piensan no han precisado en qué consiste tal replanteo, ni los objetivos de interés nacional que la diplomacia paraguaya debe perseguir en tal empeño. La pregunta clave que corresponde hacer ahora es si durante su segundo mandato la presidenta Rousseff va a continuar dejando de lado los justos reclamos paraguayos en Itaipú, evitando que ese tema forme parte de cualquier agenda de negociación bilateral que eventualmente acuerden ambos países sobre asuntos de interés compartido. Todo indica que Brasil tiene poco interés en desarrollar una política de relación privilegiada con nuestro país. El Paraguay no tiene nada que replantear en cuanto a su política de relación con el país vecino, sino exigir el fiel cumplimiento de acuerdos firmados y que comprometen a ambas partes.

De cara a la reelección de la presidenta Dilma Rousseff para un segundo mandato constitucional al frente del gobierno del gigante sudamericano, algunos analistas políticos han lanzado la idea de que nuestra relación con Brasil debe ser replanteada. Lastimosamente, quienes así piensan no han precisado en qué consiste tal replanteo, ni los objetivos de interés nacional que la diplomacia paraguaya debe perseguir en tal empeño. Mientras tanto –como nos tiene acostumbrado– el canciller Eladio Loizaga no ha desaprovechado la oportunidad para expresar a una radioemisora capitalina que la relación personal entre el presidente Cartes y la Primera Mandataria brasileña es “excelente”, declaración que por obvia no deja de ser anodina.

El gobierno del presidente Horacio Cartes no tiene tarea más importante en el Hemisferio que cultivar un relacionamiento constructivo con nuestro poderoso vecino. Hasta ahora Paraguay es el único país del continente con el que Brasil comparte un emprendimiento binacional de suma importancia estratégica para sí mismo, como lo es la que sigue siendo la mayor usina hidroeléctrica del mundo, Itaipú. Dada la enorme asimetría de poder entre ambos socios, la diplomacia paraguaya no debe pretender acomodar intereses y objetivos nacionales que se contrapongan con aquellos que el Brasil tiene con respecto a nuestro país, sino consolidar áreas de cooperación de intereses compartidos, en pie de justo beneficio mutuo, tales como el libre comercio, arreglos de inversión y acciones de cooperación para aumentar la productividad de la actividad económica desarrollada por los “brasiguayos” asentados en nuestro territorio, mediante inversión brasileña directa, a más de acciones enderezadas a lidiar con problemas comunes, como el narcotráfico y la marginalidad fronterizos.

En este contexto, el mal trato dado a Paraguay por razones puramente ideológicas dentro del Mercosur, así como sus políticas económicas proteccionistas con relación al arancel externo común del bloque, a más de la reciente renuencia para la aprobación del paquete del Focem correspondiente a Paraguay –finalmente superada–, han sido medidas poco amistosas de la primera presidencia de Dilma Rousseff con referencia a nuestro país, que no se condicen con la amistad con el presidente Cartes que proclama el canciller Loizaga, y que han puesto en riesgo la agenda de buen relacionamiento con nuestro principal socio comercial. Por esa razón, no podemos decir que la calidad de nuestra relación con el Brasil durante el primer mandato de la presidenta brasileña haya sido feliz, comparada con la que fue durante la gestión de su antecesor, Luis Inácio “Lula” da Silva, quien, pese a su declarada política de tendencia izquierdista, probó ser un gobernante más pragmático que ideológico que su sucesora.

A diferencia de Lula da Silva, la presidenta Dilma Rousseff ha ignorado mayormente los reclamos paraguayos sobre las inequidades y asimetrías prevalecientes en la administración de la usina hidroeléctrica binacional de Itaipú, así como las objeciones del Paraguay a la intención brasileña de aumento del arancel externo común del Mercosur que, aunque favorable a dicho país, sería tremendamente perjudicial para el nuestro, especialmente ahora que el presidente Cartes está empeñado en atraer inversión extranjera directa para el fomento de industrias manufactureras capaces de crear puestos de trabajo y aumentar la productividad de nuestra economía.

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Así las cosas, la pregunta clave es si durante su segundo mandato la presidenta Rousseff va a continuar dejando de lado los justos reclamos paraguayos en Itaipú, evitando que ese tema forme parte de cualquier agenda de negociación bilateral que eventualmente acuerden ambos países sobre asuntos de interés compartido.

Por otra parte, es sabido que la política exterior brasileña está fuertemente ideologizada a favor del socialismo bolivariano chavista, así como se conocen las estrechas relaciones políticas y comerciales con el gobierno dictatorial de Cuba. Por ello, es de presumir un intento de Dilma Rousseff de forzar la adhesión del presidente Horacio Cartes al giro ideológico de algunos países de Suramérica hacia la izquierda, pero no es probable que una negativa paraguaya a esa pretensión lleve a fricciones mayores, sobre todo teniendo en cuenta el poco peso geopolítico del Paraguay en la región comparado con el del Brasil.

En el mismo orden de cosas, tampoco es de esperar que Brasilia preste mayor importancia a la aproximación del Gobierno paraguayo al bloque económico del Pacífico, liderado por México, Colombia, Perú y Chile.

Para sustentar lazos constructivos con el gobierno de Dilma Rousseff, el presidente Cartes debe mantener sus expectativas dentro de un marco realista. Algunos analistas y funcionarios gubernamentales paraguayos hasta ahora no pueden librarse del síndrome entreguista acuñado por el extinto líder político Lino Oviedo, cuando durante su campaña electoral prometió que si era elegido Presidente de la República no iría a “crearle problema a Brasil en Itaipú”. Estos crédulos de la complacencia servil olvidan que la política exterior brasileña de cooperación con el Paraguay ha sido tradicionalmente pragmática y oportunista, sobre asuntos específicos de su necesidad o conveniencia, como fue el caso del tratado de Itaipú.

En otras palabras, Brasil tiene poco interés en desarrollar una política de relación privilegiada con el Paraguay, pese al emprendimiento hidroenergético que inevitablemente ha tenido que compartir en partes iguales con nuestro país y que interesa fuertemente a su seguridad nacional. Por esa razón, Brasil va a tratar de continuar manejando Itaipú según su propia conveniencia antes que equitativamente con nuestro país, incluso mucho después del año 2023, cuando termine de pagarse el costo de los abusos financieros ladinamente perpetrados con la finalidad de prolongar al máximo posible el aprovechamiento a su favor de los beneficios de la gigantesca usina binacional.

Paraguay no tiene nada que replantear en cuanto a su política de relación con el Brasil, sino exigir el fiel cumplimiento de acuerdos firmados y que comprometen a ambas partes. En ese sentido, debe seguir sosteniendo la palanca de su diplomacia en el estratégico emprendimiento binacional de Itaipú, a fin de defender los intereses nacionales con relación a ese país.