NUEVA ALBORADA (Juan Augusto Roa, de neustra redacción regional). Este distrito, distante 50 kilómetros de Encarnación, cuenta con varias opciones de turismo de aventura. Senderismo en medio de bosques nativos, escalar cerros, explorar cuevas, y apreciar el vasto paisaje del entorno, con el majestuoso río Paraná que corre en medio de serranías y la profusa vegetación a ambas márgenes son algunas de las características.
Para llegar a Nueva Alborada, desde Encarnación se debe circular por la Ruta PY06 “Dr. Juan León Mallorquín” hasta el kilómetro 20, donde empalma que el camino vecinal “Calle D”. El lugar es más conocido como “Cruce Lopoja”.
En este punto se debe continuar hacia el este a través de ruta asfaltada de 15 kilómetros que conduce al centro urbano de Nueva Alborada.
A unos ocho kilómetros del centro urbano, en el lugar conocido como Puerto Samu’û, por un camino parte asfaltado y parte de tierra, se llega al camping “Ángel Custodio”. Este sitio ofrece un amplio espacio al borde del río, y un cerro de unos 100 metros con un sendero peatonal desde donde se aprecia el vasto paisaje con la isla “Toro” en el medio del río Paraná.
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Un poco más arriba de Puerto Paraíso, lindante con el arroyo Tejukuare, se encuentra el centro turístico “Sendero de los Jesuitas”, a escasos cinco kilómetros del centro de Nueva Alborada. En un predio de al menos 200 hectáreas de campos, cerros y bosques, se puede pasar todo un día de relax, practicar senderismo y llegar hasta un cerro donde se encuentra la “Mano jesuítica”, un mirador que tiene forma de una gran mano humana de metal ubicada en la corona del cerro, desde donde se observa todo el paisaje.
Antes de llegar a la cima del cerro se transita un sendero de unos 800 metros de extensión en medio de la arboleda nativa, y subir una “Escalera de los sueños”.
El cerro “Indio Dormido”, ubicado a unos dos kilómetros más al norte, guarda uno de los sitios más llamativos y alucinantes de la zona: las cavernas del “Tejukuare” (cueva del lagarto), que según el mito es la entrada a un túnel construido por los misioneros jesuitas y que cruza por debajo del lecho del río Paraná hasta la orilla vecina.
Un poco más al noreste, está el complejo ecológico “Museo del árbol”, un sitio que ofrece atractivos extremos, como el “Columpio del fin del mundo”, una hamaca instalada sobre un precipicio de unos 100 metros; experimentar una caída libre colgado de un cabo de acero en su “tirolesa”, o montarse en una bicicleta aérea de su llamada “bicitirolesa”, o ver el paisaje suspendido en el aire mediante el juego “Ojo de águila”.
