Papa Francisco al mundo: “¿Por qué tienen miedo, es que aún no tienen fe?”

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El papa Francisco impartiendo la bendición “Urbi et orbi” desde el Vaticano, para dar apoyo espiritual a los católicos del mundo.
El papa Francisco impartiendo la bendición “Urbi et orbi” desde el Vaticano, para dar apoyo espiritual a los católicos del mundo.

Por primera vez en la historia milenaria de la Iglesia Católica, el Papa rezó este viernes en solitario ante la inmensa plaza vacía de San Pedro e instó al mundo a “remar juntos” contra la pandemia de coronavirus.

CIUDAD DEL VATICANO (AFP, EFE). En una tarde lluviosa y acompañada por el repicar de las campanas y la sirena de las ambulancias, el papa Francisco cumplió un gesto histórico al impartir la bendición y la indulgencia plenaria al mundo entero por la terrible pandemia que lo azota.

“Señor, no nos abandones”, suplicó el Papa al hablar de una “tormenta inesperada y furiosa”, de “una tempestad que desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades”, dijo.

Durante el inédito rito, que incluyó la bendición “Urbi et orbi” (a la ciudad y el mundo) a todos los fieles, retransmitido por televisión, internet y radio a las 18:00 hora de Roma (13:00, hora paraguaya), el Papa llamó a “remar juntos”.

“Estamos todos en la misma barca y somos llamados a remar juntos”, dijo al invitar “a activar la solidaridad, capaz de dar sentido en estas horas en las que todo parece naufragar”, enfatizó.

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La bendición mundial permitió, además, a los más de 1.300 millones de católicos obtener la indulgencia plenaria, es decir, el perdón de sus pecados, en un momento tan difícil, con medidas de confinamiento que afectan a más de 3.000 millones de personas.

La imagen del jefe de la Iglesia Católica que reza solo ante la inmensa explanada por el fin de la guerra contra un enemigo invisible que ha causado más de 25.000 muertes hasta ahora, resultaba dramática.

Ante el complicado momento que vive la humanidad, el papa Francisco decidió dar una bendición extraordinaria, la misma que los pontífices suelen impartir solo el 25 de diciembre y el Domingo de Pascua, fechas en que se recuerda el nacimiento y la Resurrección de Jesús.

La reflexión

En una parte de su reflexión, Francisco compartió esto:

“Al atardecer...” (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas, parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38). También nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia; lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre –es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo–.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?” (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (v. 38).

“No te importa...”: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.