Juego con trágico desenlace y un inesperado final horrorizó al país

Un grito sacudió la tranquila mañana en el barrio Kennedy de Lambaré, el 6 de setiembre de 1996. En busca de un mango, una niña de 12 años divisó en la copa del árbol el cuerpo sin vida de un niño, sentado en una silla de plástico atada a una de las ramas. Era el pequeño Eric Rubén Astorga Benítez, de 7 años, que llevaba diez días desaparecido. Las especulaciones iniciales sobre rito satánico quedaron descartadas a los pocos días. El caso fue caratulado como accidente.

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El macabro hallazgo ocurrido en el baldío ubicado en Piribebuy casi Mariscal López de la vecina ciudad conmocionó a todo el país, entonces intrigado con la misteriosa desaparición del pequeño de 7 años, que había sido visto por última vez el 28 de agosto de 1996, cuando jugaba en la calle con su hermanito de 11 años.

Los padres Aurelio Astorga y Dalia Benítez se encontraban de viaje en el interior del país por razones laborales y cuando regresaron a su domicilio fueron informados de la desaparición de Eric por la vecina a quien dejaron sus hijos, Bernardina Quintana de Benítez.

El médico forense José María Llano certificó que el niño murió desnucado, 4 a 5 días antes.

“Al parecer recibió un golpe fuerte con algún objeto. Más de esa herida no encontramos ninguna otra en el cuerpo”, indicó el galeno, al avalar la existencia de fractura en la vértebra cervical.

La insólita forma en que se encontró el cuerpo, sentado en una silla de plástico y con el cuello atado a una de las ramas de la planta de mango, sumado al reciente suicidio de un adolescente, en San Lorenzo, alimentó toda clase de especulaciones acerca del móvil.

Una de las versiones que circuló con insistencia, según publicaciones de la época, es que el crimen habría sido el trágico desenlace de un rito satánico.

Esta versión quedó finalmente descartada, luego de que José Félix Quintana, de 20 años, hijo de la dueña de la casa donde había quedado Eric, confesara su responsabilidad. El joven explicó que mató al niño accidentalmente, al arrojarlo contra una puerta de vidrio de un ropero de su pieza.

Asustado por las consecuencias de su acto, ocultó el cuerpo durante 12 horas y 30 minutos antes de ser levantado al árbol, con la ayuda de la hermanastra Teresa Quintana.

rferre@abc.com.py


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