Testigos de la salvación de Cristo

Animador: Nos reunimos para prepararnos para la Navidad, nuestra fiesta cristiana. Este año dialogaremos sobre la vida consagrada, es decir, sobre la vocación que sienten varones y mujeres para entregar totalmente sus vidas al servicio del Reino de Dios.

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Todos: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Señor, danos muchas y santas vocaciones consagradas al servicio de tu pueblo.

Animador: En esta Navidad, Dios hecho Niño se acerca a nosotros, nos muestra su buena voluntad, nos da su gracia, nos invita a la reconciliación, a abrirnos a los demás, de manera especial a los miembros de nuestra familia.

Todos: Señor, danos muchas y santas vocaciones consagradas al servicio de tu pueblo.

Animador: Virgen María, tú que escuchabas y ponías en práctica las enseñanzas de Jesús, haz que nuestra familia y nuestro país, en esta Navidad, renueve su compromiso de vivir en la unidad y en el amor.

Todos: Señor, danos muchas y santas vocaciones consagradas al servicio de tu pueblo.

Animador: Padre Santo, que revelaste tu voluntad de que todos los hombres se salven, suscita en nuestra Iglesia jóvenes que quieran entregar totalmente sus vidas al servicio de tu Reino.

Todos: Señor, danos muchas y santas vocaciones consagradas al servicio de tu pueblo.

Animador: Recemos juntos el Padre Nuestro y el Ave María.

Canto.

Mensaje bíblico

“Esta es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos salvarnos” (Hechos 4,10-12).

La acción salvífica de Cristo pasa a través de instrumentos humanos, pero “sintonizantes” que deben ser signos claros de quien dio la vida por los demás. Se puede hablar con libertad sobre Cristo solo cuando el corazón está libre de ambiciones, cuando uno no tiene nada que ganar ni que perder. Los mitos y las modas pasan para dar paso a otros ídolos, que a su vez desaparecerán. Nuestros libros de historia están llenos de capítulos borroneados. El mundo no se salva porque vive de mitos. Antes eran los ídolos, ahora son los fantasmas creados por una sociedad de consumo. El testigo de Cristo, en su pobreza y aún en su limitación y pecado, es portador de la verdadera felicidad: la salvación integral del hombre que es partícipe de la vida y de los destinos de Dios. Cuando uno llega a sentir el “sin mí no podéis hacer nada” es cuando comprende también el “todo lo puedo en aquel que me conforta”.

El cristiano debe ser testigo ante el mundo de tres cosas:

a) De lo que ha visto y oído: es decir, del amor que Dios ha tenido para con los hombres y de la salvación que Él nos ha manifestado en Cristo.

b) De lo que actualmente ve y vive: es decir, de la presencia de Cristo en su Iglesia, en el mundo y en medio de nosotros. Y la certeza de esa presencia debe hacer de él un apóstol y un misionero activo de Cristo entre los hombres por medio del amor.

c) De lo que espera. Porque es parte del Pueblo de Dios, que va ya en marcha hacia la plena posesión de los bienes prometidos. Vive en una comunidad de esperanza y por lo mismo sabe que “las tribulaciones del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm. 8,18).

Preguntas para el diálogo:

1. ¿Soy testigo de la salvación Cristo en mi ambiente? ¿Cómo?

2. ¿De qué cosas debo ser testigo de Cristo en el mundo?

3. ¿Siento la Iglesia como lugar de la presencia de Cristo? ¿Cómo?

Oración de los fieles: A cada oración respondemos. Que seamos testigos de la Salvación de Cristo.

Oremos por la Iglesia para que todos los que la formamos reflejemos a Cristo en la Liturgia, en la Caridad y en el anuncio de la Buena Noticia. Roguemos al Señor.

Oremos por aquellas naciones que viven la tragedia de la guerra, de la violencia y el olvido de las naciones ricas, para que superadas las tensiones podamos vivir en un mundo, cada día más, según el proyecto de Dios. Roguemos al Señor.

Oremos por los niños sin escuela y sin padres, por los ancianos, por todos los que viven la soledad , por los presos para que todos reciban el abrazo y el calor de Dios que nos trae Jesús. Roguemos al Señor.

Oremos por nosotros, los reunidos en esta Novena de Navidad, los que celebramos con fe la presencia de Jesús para que, en nuestra vida de cada día, hagamos presente la paz y la alegría de esta fiesta. Roguemos al Señor.

Compromiso:

Juntar pan dulce y golosinas para entregar a los niños más carenciados de la comunidad.

Oración por los niños:

Jesús, mi buen amigo, te quiero pedir por los niños que viven en las calles, que están solos, abandonados, desprotegidos, sin un papá y una mamá que los cuide y los quiera.

Ayúdame a ver tu rostro en cada niño que sufre y enséñame a ser solidario, porque puedo y quiero ayudar.

Que no viva indiferente.

Dame fuerzas para vivir un amor grande como el tuyo.

Que no me quede en palabras como le pasa a tantos adultos.

Enséñame a amar de verdad.

Bendición de los padres a sus hijos.

En este momento, los padres impondrán las manos sobre los niños, repitiendo esta oración:

Queridos niños y niñas, hoy pedimos las gracias y bendiciones de Dios sobre ustedes, Jesús tanto amó a los niños y niñas, hoy pedimos las gracias y bendiciones de Dios sobre ustedes. Jesús tanto amó a los niños y niñas. Que el niño Dios derrame su amor redentor sobre cada uno. Que les proteja de todos los males. Que el amor y la amistad entre ustedes sean una realidad según el Espíritu Santo de Dios. Que esta Navidad nos encuentre a todos unidos en familia, unidos entre vecinos, unidos en el perdón y en la fraternidad. Que Dios les bendiga en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

(Los adultos se abrazan y felicitan a los niños presentes. Luego, comienza el pesebre viviente de los niños).

Presentación Infantil del Pesebre Viviente.

Los niños hacen el Pesebre Viviente según estos cuadros. Que los animadores jóvenes les ayuden.

Primer cuadro: El anuncio del Ángel Gabriel a María (Lucas 1, 26-38).

Segundo cuadro: María visita a su prima Isabel (Lucas 1,39-56).

Tercer cuadro: El pesebre de Belén. Jesús nace (Lucas 2,1-21).

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