Si fuera una película diríamos que se trata de una comedia aburrida, mediocre y demasiado predecible; al punto que su pretendida hilaridad más bien genera fastidio.
A nadie le caben dudas de que “el permiso” de Rodolfo Friedmann en el Senado para convertirse en flamante ministro de agricultura y ganadería, es una “prueba de amor” para el expresidente Horacio Cartes, como contraprestación por los favores recibidos en la noche madrugada del 1 de agosto, que lo había salvado del juicio político.
Está decisión del mandatario lo ha sumergido en lo que llamó el dilema de la I, en la que Marito cae mal parado en cualquiera de sus extremos: es Inoperante o Indiferente, también podría ser las dos cosas al mismo tiempo, ya que no se plantea ninguna antinomia, solo que la conjunción es catastrófica.
Lo cierto es que mientras el país se debatía en un aterrorizante problema de inseguridad, con la muerte de un comisario tras la criminal entrega de un peligroso narcotraficante en las narices del gobierno, el mandatario hizo ajustes en su gabinete, cambiando al ministro de agricultura.
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Esto no sólo le valió críticas de los gremios del campo, que se sintieron menos que despreciados, sino que dio rienda suelta a las burlas en redes sociales sobre la “estrategia” del gobierno para extirpar de “raíz al crimen organizado”.
El Presidente actúa con inoperancia, quizás mal asesorado o con un problema de lectura comprensiva.
No era el momento de cambiar al ministro de agricultura y menos por una persona políticamente cuestionada tierra adentro y con el desafortunado legajo de haber cursado solo hasta el 4º curso; o sea, sin siquiera una preparación que le sirviera de aval.
Marito también actúa con indiferencia, desoyendo los reclamos de la clase política y de la ciudadanía, que está cansada de los discursos grandilocuentes del ministro del interior, Juan Ernesto Villamayor, que caen en saco roto al ser contrastados con la realidad.
Villamayor podría ser muy docto en la palabra y en la aplicación de la lógica enunciativa, pero los hechos hablan más fuerte que sus palabras; y el destino lo ha puesto contra las cuerdas por excederse en los versos.
El mismo reconoció que la inseguridad creció en las últimas semanas y embretó a la Policía. Murió el comisario, se fugó el narco, y en el acto de sustitución del comandante de la policía extrañamente felicitó al saliente por la labor cumplida; con alusiones bíblicas y un mensaje que buscó la emotividad.
El Presidente de la República debe redimirse consigo mismo y dejar de jugar a la ruleta rusa, ya que es evidente que su gestión disputa un prematuro “tiempo adicional”, donde el silbatazo final no provendrá de la clase política, sino de la ciudadanía que –de seguir así– confirmaría la hipótesis de que fue estafada.