¿Por qué no aprenden?

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El Ministerio y el ministro, responsables de todo el sistema educativo, deberían sincerarse, cumplir la ley de transparencia y responder con sinceridad a la pregunta que hace la ciudadanía: ¿Por qué no aprenden nuestros estudiantes?

Que nuestros escolares no aprenden suficientemente nos lo ha dicho PISA, el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes, que se presenta con las siglas de su nombre en inglés. El informe de PISA clasifica a los estudiantes de Paraguay en los últimos puestos entre los de más bajo nivel de aprendizaje de América Latina, junto con los de Guatemala.

En realidad, no sería necesario que nos lo diga un servicio internacional que ofrece las máximas garantías de imparcialidad y objetividad, ya que sabemos por nosotros mismos que nuestros estudiantes no aprenden; así lo dicen las universidades al quejarse de que los bachilleres llegan a sus puertas sin bases suficientes para enfrentar los estudios universitarios y, por su parte, los empresarios no pueden darles trabajo porque llegan a las empresas pidiendo trabajo y muchos de ellos ni siquiera lograron lectura comprensiva, después de haber estado doce y trece años en escuelas y colegios.

No obstante contar con información de universidades y empresarios, lo que nos dice PISA es muy importante, porque su informe nos entrega el dato complementario del nivel de nuestros estudiantes comparado con el de los estudiantes de la misma edad de otros países.

Hay muchos factores que influyen en el bajo rendimiento de nuestros escolares. Aún sin investigación ni diagnóstico científicos, podemos empezar por reflexionar sobre el factor socioeconómico. Si el 30% de nuestra población es pobre, y dentro de tal porcentaje hay setecientos mil paraguayos que comen una sola vez al día, es obvio que los estudiantes pertenecientes a este sector social están condenados al bajo aprendizaje, porque carecen de las condiciones mínimas de educabilidad para poder aprender y ser educados. El problema no está radicado en la escuela, sino en la grave injusticia social, cuya responsabilidad recae en toda la sociedad y, particularmente, en el Gobierno y los tres Poderes del Estado.

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La mayoría de nuestros maestros y profesores siguen educando y enseñando como se hacía a mediados del siglo pasado y como si nada hubiera cambiado. No estamos en la sociedad de la agricultura y de la industria; estamos en la sociedad de la información, la comunicación, el conocimiento y los cambios.

Los niños y adolescentes de hoy son diferentes a los de hace cuatro décadas; el entorno, también. Su acceso a las tecnologías de la información y comunicación, sobre todo el acceso al celular, es determinante; las familias donde se crían han cambiado en su mayoría y la educación familiar está en crisis; consecuentemente, los educadores de la educación formal necesariamente tienen que reajustar radicalmente su modo de enseñar y educar, y muy concretamente, la didáctica. Los estudiantes no aprenden porque la didáctica en uso es anacrónica y no responde a las exigencias, a las potencialidades y a las posibilidades actuales.

Si los niños y adolescentes de otros países aprenden, los nuestros también pueden aprender. Está claro que la pelota está en la cancha de nuestros educadores profesionales. Recae sobre ellos el porcentaje más alto de la responsabilidad de salir del pozo donde nos ha fotografiado PISA. Si nuestros educadores, llamados docentes, no se actualizan, seguiremos en el pozo para las próximas fotografías.

La investigación neurodidáctica del MIT ha descubierto estrategias metodológicas de enseñanza que logran mejores resultados de aprendizaje. Entre sus conclusiones están la necesidad de vincular las emociones a los procesos de enseñanza y la necesidad de enseñar con métodos activos, descartando la docencia tradicional con clases magistrales, ya que el aprendizaje por el oído es el método menos productivo. La participación pasiva de los alumnos y su frágil atención reducen el potencial del cerebro a nivel de grabadora instrumental, dejando libres e inactivas centenas de millones de neuronas, que fácilmente dispersarán la atención distraída con imágenes y recuerdos más atrayentes.

El aluvión constante de estímulos que bombardean el cerebro de los niños y adolescentes los entretiene y compite victoriosamente con el pobre estímulo de la explicación oral del profesor.

Si los maestros y profesores no se actualizan, los alumnos no aprenderán.

jmonterotirado@gmail.com