Nada más lejos de mi intención que justificar la gestión municipal de Mario Ferreiro, a la que siempre consideré inepta. Sin embargo, dudo que incluso una administración brillante pudiera solucionar una variedad de males que, a fuerza de evitar hacer frente a los problemas de fondo del país, se han vuelto crónicos; uno de ellos es el deterioro casi terminal al que han llegado los espacios públicos, entre ellos el Parque Caballero.
Hay que decir que esta clase de problemas no pueden solucionarse razonablemente porque provienen de otros problemas que no se solucionaron, que a su vez provienen de otros y de otros y de otros, en un calamitoso efecto dominó, que no afecta solo a los municipios, sino también a las gobernaciones y a la administración central.
La desadministración del país ha llegado a tal punto que nuestras autoridades, inclusive aquellas que necesitan desesperadamente hacer bien las cosas, han perdido la autoridad y el control de las instituciones que en teoría debieran administrar, porque son prisioneros de una enmarañada red de corruptelas y de clientelismos.
Buen ejemplo de ello es el ministro Benigno López que pide y necesita austeridad, pero no puede lograrla ni siquiera en su propio ministerio, porque ya no son los ministros los que gobiernan a los funcionarios, sino los funcionarios los que gobiernan a los ministros. En consecuencia, López no tiene autoridad moral, ni tampoco real, para exigirla al resto de la administración pública.
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Pero volvamos al efecto dominó: gran parte del Parque Caballero ha devenido en una toldería y el resto en zona liberada para todo tipo de delincuencia. El desastre anterior fueron las crecientes que todos los años lo convierten en precario refugio de damnificados. Cada año una parte creciente de esa ocupación, en teoría temporal, se torna permanente.
Si se desaloja a los damnificados, mal, porque es insensibilidad social; si se los deja, mal, porque es imposible recuperar el parque como espacio público. Arreglarlo sería solamente gastar dinero sin ningún resultado, porque en la próxima creciente los arreglos se destruirían… Ya lo hemos visto pasar en la plaza del Cabildo.
Así pues, sin solucionar el tema de los damnificados es imposible recuperar el Parque Caballero. Pero el problema de los damnificados no está disminuyendo, porque cada vez hay más barrios creciendo hacia zonas más bajas y más fácilmente inundables. De manera que tenemos una creciente población nómade que cada año, al menos una vez, a veces más, se traslada a parques, plazas y calles convertidas en refugios precarios. Algunos no regresan, sino que se quedan en los refugios.
Pero los damnificados tampoco son el origen del problema. La falta de una política de Estado de relocalización es, a su vez, causa de que existan damnificados. Y de nuevo, la falta de una política de relocalización tampoco es el origen del problema, porque nuestro inefable parlamento cada tanto amplia la zona habitable, legalizando cotas cada vez más inundables, de manera que ya hay viviendas literalmente en el lecho del río.
Tampoco la necedad y el populismo de nuestros legisladores es el origen del problema, sino el desastroso canibalismo político que se ha enseñoreado de los partidos que, hoy por hoy, están realmente partidos, fraccionados, divididos, peleados. Ningún partido puede, hoy por hoy, consensuar una agenda partidaria; mucho menos negociar y pactar con otros sectores adversarios ninguna política de Estado.
Pero el efecto dominó no funciona solo hacia atrás, sino también para delante. El deterioro del Parque Caballero cobija y facilita la delincuencia y la marginalidad en el centro histórico de Asunción, de manera que Mario Ferreiro no pudo hacer su “Central Park”, pero el ministro del Interior, actualmente Euclides Acevedo, al igual que sus antecesores, no tiene las herramientas para combatir eficazmente la inseguridad.
Como el centro histórico se ha vuelto inseguro, las personas lo evitan, las empresas cierran o se trasladan y los habitantes se mudan a barrios más amigables, donde no estén tan expuestos a la delincuencia ni, seis meses o más al año, rodeados de campamentos precarios de damnificados, que más parecen campos de concentración que refugios.
El caso del Parque Caballero no es más que un ejemplo entre muchos, aunque más visible que otros, del calamitoso efecto dominó que está llevando a los ciudadanos del Paraguay a una descomposición de su tejido social, a un deterioro de su calidad de vida, a un quebranto de sus virtudes y a un incremento exponencial de sus defectos.
Es por ello que en mis últimos artículos vengo insistiendo en que el país no solo está desgobernado, sino también desadministrado y es la combinación de desgobierno y desadministración la que ha puesto en marcha un efecto dominó, plagado de problemas que no pueden solucionarse hasta tanto se solucionen media docena de problemas anteriores, que no se han atendido en el pasado, siguen sin atenderse en el presente y no hay la más mínima señal de que se atenderán en el futuro.
rolandoniella@abc.com.py