Muestra que cuando existe conjunción de voluntades, como las que se movilizaron para organizar esta fiesta, el objetivo es posible y el éxito, alcanzable. Que no hacen falta “expertos” ni “genios” en materia de publicidad sacados de la galera para mantener viva la tradición, idea que desde algunos círculos de intereses económicos se logró instalar en la opinión pública.
Paradójicamente, esa idea es la que llevó al borde de aniquilar esta celebración popular, en medio de un escandaloso manejo administrativo y financiero que colapsó y cayó por su propio peso.
Seguramente habrán quedado muchos elementos que pulir en la presente edición de los corsos, en la que sus impulsores se propusieron “recuperar” la tradición de fiesta popular. No caben dudas de que en un evento de esta envergadura siempre habrá alguno buscando imponer sus intereses particulares y “sacar” alguna ventaja, vicio que debe ser neutralizado con reglas de juego claras, administración transparente y responsabilidades compartidas.
Ahora bien, y antes que los ecos de los tamboriles terminen por alejarse, conviene recordar que existe una investigación pendiente sobre los más de 20.000 millones de guaraníes de deudas acumuladas en anteriores organizaciones.
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Buena parte de esa plata “esfumada” entre los recovecos de un manejo discrecional que caracterizó a las anteriores organizaciones es dinero público. Dinero del pueblo aportado a través de instituciones públicas. La gente quiere saber, tiene derecho a saber, qué se hizo con su dinero, quiénes son los responsables de ese "carnaval" financiero y, eventualmente, reciban la sanción que corresponda.