Desde el poder político la mujer empoderada frecuentemente pretende ser atropelladora y estentórea. No hay necesidad.
Una de las discusiones más encendidas son las creencias y la fe religiosa. El feminismo contemporáneo rechaza toda educación religiosa para la mujer, diciendo que la vuelve sumisa, que la denigra frente al varón, mientras que las mujeres creyentes ven lo mismo en ellas: sometidas a un orden internacional, repitiendo slogans. Por otro lado, están la gran masa de las indecisas, a veces más para acá, otras más para allá.
En una guía de orientación rápida, podemos decir que si se debate un tema, hay que entrar con buen ánimo para refutar o comentar. Identificar lo antes posible las intenciones de la que debate (o pelea), vale decir que hay post que es mejor pasarlos de largo porque lo único que buscan es crear polémica absurda y división. Cuando decidimos opinar sobre un post tenemos que prepararnos para defender nuestra idea y si, en determinado número de ping pong, la otra persona ofende, desmerita o se burla, entonces no hay mucho que hacer ahí.
Las mujeres no somos iguales y no cabemos en un pensamiento único.
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Al final, a pesar de la enorme publicidad de fuerza y valor, las rencillas entre mujeres descalifican a la mujer como hacedora del gran cambio que necesitamos en la familia y la sociedad.
Las mujeres tenemos que aprender a limar asperezas, a salir del chisme y la tirada de pelos y unirnos en ideas superiores, a reforzar la complementariedad con los hombres, a ordenar nuestras vidas y relaciones, por ejemplo, esas amigas que se alejaron por posturas opuestas. Respetar a las niñas y no involucrarlas en temas de adultos, ya en su momento serán partícipes de su tiempo. En fin, como dice Pitágoras: “Medir nuestros deseos, pesar nuestras opiniones, contar nuestras palabras”.
Saber mantener la armonía es un don natural de la mujer, en crisis hoy día pero no anulado. Pensar diferente, recomendaba una psicóloga, sin hacer daño ni autodestruirse.