La práctica de algunas de nuestras costumbres, como la ronda del tereré, el saludo con el apretón de mano, el cálido abrazo, los espacios de fútbol o las largas jornadas de “tercer tiempo” fue suspendida. Sin embargo, podemos ver otras características que nos identifican, como la solidaridad, empatía y compromiso.
Aunque, lastimosamente, también aparecen los falsos samaritanos, que nunca comprendieron la frase bíblica de que lo que haga una mano, que no sepa la otra. Para ellos, existe una línea fina entre ser solidario y caer en la mera vanidad.
Aplaudo con emoción los gestos de solidaridad que se encuadra en la definición de la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, que sin ruido acercan, pasan la mano o rezan en silencio. Pero duele ver a los que buscan arropar en la solidaridad la vanidad enmarcada en el afán excesivo de ser admirado, careciendo de valor moral, toman fotos y publicando rostros de los necesitados, al punto de convertir en una obligada humillación al que recibe.
El disfrazado apoyo solidario son como los falsos fariseos que a gritos rezan en las plazas públicas. Asimismo, las obras de caridad transforma al sujeto en un falso samaritano.
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Esta cuarentena, nos sirve para estar en familia y valorar la vida. Nos toca terminar con la pandemia.
Coincidentemente, estamos en tiempo de cuaresma, un momento de penitencia para los cristianos y sería fantástico vivirla plenamente en su real dimensión y sentido.
También es una ocasión óptima y casi única para que la clase política mejore algo, como eliminar los salarios irracionales y beneficios sociales que gozan a costa del humilde, sacrificado y honrado pueblo.
Apreciados compatriotas, juntos más que nunca vamos a triunfar en esta batalla con la acostumbrada garra guaraní, y como el ave fénix resurgiremos para volar de nuevo.