Hoy en día se menciona mucho a Keynes sin haberlo leído, y se hacen en su nombre muchas barbaridades como las que tradicionalmente cometen los gobiernos argentinos y brasileños, por ejemplo, para financiar el gasto público emitiendo moneda.
Keynes estaba absolutamente en contra de esa práctica: “…el valor espurio de la moneda… y la regulación (estatal) de los precios, contienen… las semillas de la decadencia económica y finalmente agotan las fuentes últimas de recursos. Si una persona es obligada a dar los frutos de su trabajo a cambio de billetes que… no puede usar para comprar lo que necesita, ella retendrá ese producto… o dejará de producirlo” (CEP, 224). “No existe modo más seguro que destruir las bases de la sociedad que corromper su moneda. El proceso articula todas las fuerzas de las leyes económicas del lado de la destrucción” (CEP 220).
Keynes jamás propuso financiar el déficit con devaluación monetaria. Su propuesta era financiarlo con créditos normales, es decir, con devolución real de la plata prestada, justamente para impedir el riesgo inflacionario.
Alemania no fue el país más beneficiado por el Plan Marshall. Le tocó apenas el once por ciento del total. Pero fue el país que aplicó con más rigor las ideas que lo justificaban.
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Los fondos del plan se entregaron al gobierno alemán y eran otorgados a las empresas con dos condiciones. La primera fue que era obligatorio invertir al menos el sesenta por ciento de los fondos en la empresa, que debía amortizar la totalidad del préstamo usando como base el restante cuarenta por ciento, cosa que continúa hasta hoy en Alemania con su Instituto de Créditos de Reconstrucción (KfW).
El 21 de junio de 1948, el ministro de Economía Ludwig Erhard introdujo dos medidas radicales, de acuerdo con los postulados de Keynes: Desreguló totalmente los precios y bajó drásticamente los impuestos. Creo que nadie mínimamente serio podría discutir que las medidas tuvieron éxito y convirtieron a Alemania en la potencia hegemónica de Europa que es hoy.
Esa es la receta que tenemos que seguir. No la argentina ni la brasileña, aunque los malos empresarios insistan en que tenemos que acompañar las devaluaciones de esos vecinos.
En síntesis, el Estado paraguayo debe convertirse en garante de todas las empresas afectadas por el covid-19, deben eliminarse las evaluaciones de riesgo normales del sistema financiero y debe condicionarse el crédito, no por la solvencia actual del beneficiario sino al índice de reinversión y a sus planes a futuro.
Los plazos no son noventa días, sino cinco o diez años, y el monto del endeudamiento público no debe ser mil seiscientos millones de dólares sino todo lo que se requiera para sostener el aparato productivo durante toda la crisis.
Perú lo está haciendo, invertirá el equivalente al doce por ciento de su PIB en el fondo de reconstrucción. Nosotros estamos en el dos por ciento como mucho.