Surge entonces en la jerga futbolera la orden de parar la pelota para intentar manejarla, tranquilizar al equipo, bajar un poco la velocidad, reaccionar con lucidez y recuperar el control del juego.
Las declaraciones que dio el jueves el ministro de Educación sobre su estimación de que las clases presenciales ya no volverán este año sonaron al anuncio de algo que si bien puede ser cierto, aún no debía decirse; e incendiaron inmediatamente, entre otras cosas, los grupos de WhatsApp de padres de familia que se transformaron en volcanes en estado de ebullición.
La reacción es comprensible, hay una mayoría que no está conforme con lo que reciben en este momento como educación sus hijos tanto en escuelas públicas como privadas, por lo que abrigan la esperanza, que suele decirse que es lo último que se pierde, de que puedan volver a clases en algún momento este año.
El ministro Petta intenta transmitir optimismo, argumentando que hay que hacer de la crisis una oportunidad y que de hecho la educación a distancia está contemplada ya en la Ley General de Educación de 1998.
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Esto último es cierto, pero también es cierto que en 22 años no hubo una política de los gobiernos para la implementación real de este modo de enseñanza.
De hecho, la brecha digital se hizo mucho más amplia en este obligado encierro, entre quienes pueden pagar equipos, conexiones y tienen el espacio básico en las casas para que el proceso sea efectivo, frente a quienes hoy no tienen siquiera una mínima posibilidad de acceder a una conexión decente.
Eso sin siquiera hablar del currículo, los programas y el sistema de evaluación que debe implementarse.
Es necesario además definir cómo se desarrollarán clases virtuales en entornos socioeconómicos en los que ni siquiera existe una herramienta que les garantice cuando menos recibir contenidos y ni qué decir de poder interactuar con sus maestros.
Los maestros también están padeciendo esta improvisación, si con las clases presenciales ya llevaban el trabajo a casa para poder corregirlo, con el aislamiento se convirtieron en una especie de local que debe atender las 24 horas los 7 días de la semana, arriesgándose al enojo de los padres si no contestan inmediatamente.
Fue recién el viernes pasado cuando el ministro de Salud en su conferencia virtual arrojó algo concreto, ya que hasta ese momento no se había hablado claramente de que la recomendación es no volver a las clases presenciales antes del 1 de setiembre.
Ojo, que esto no quiere decir que se deba volver a las clases ese día, sino que la posición del ministerio en este momento, o por ahora, apelando a una figura usada con frecuencia en la política, es que antes del 1 de setiembre no se puede pensar en volver a las clases.
Es un “luego veremos” que al menos marca claramente que durante los próximos cuatro meses con seguridad ya no se pensará en retornar a las aulas.
Cuatro meses en los que 80.000 docentes pueden recibir capacitación y las plataformas y contenidos pueden adecuarse al tiempo que quedará en el año y a las posibilidades pedagógicas reales.
Lo otro es seguir así como estamos, con realidades bien marcadas y diferentes. Unos pocos colegios con procesos bien organizados y una enorme mayoría que irá aprendiendo del ensayo y error, corrigiendo sobre la marcha los errores que vaya detectando intuitivamente.
Educar a distancia es cosa seria y no puede hacerse con improvisaciones, que son producto del tiempo que nos toca vivir a nivel mundial.
Estamos a tiempo de parar la pelota.