Mientras, los motoasaltantes a sus anchas, son los verdaderos dueños de la ciudad. Estos al parecer, como aquellos ciudadanos de primera categoría, están exceptuados, sin necesidad de constancias, exceptuados para vivir sobre las leyes, con total impunidad.
En el medio, como un jamón aplastado y despreciado pero que da sabor al sándwich, estamos nosotros, nosotros los boludos, nosotros que vivimos cumpliendo las reglas y atosigados por todos los costados.
Con impuestos a pagar, con servicios básicos pésimos pero que no perdonan ni esperan a fin de mes. Saqueados por asaltantes, agobiados por cuentas y humillados con fotografías de pomposos festejos de aquellos a quienes sin importarles la emergencia sanitaria, celebran bodas a las que la fiscalía no irrumpe con policías por respeto a los señores.
Pero aquí seguimos cumpliendo de forma estoica, con los amigos o parientes aislados en albergues, mientras los allegados al poder con permisos especiales van a la comodidad de su hogar bajo el riesgo de propagar el virus.
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“Quedate en casa” dice el eslogan ya gastado a estas alturas, pero cumplido casi al noventa por ciento por los que vivimos aplastados en el medio.
El éxito, si es que hay éxito, de la cuarentena en Paraguay hasta el momento es gracias al ciudadano medio, al común de la gente que soporta sin el pan en la mesa, prácticamente con la soga al cuello, pero que entiende que el futuro depende de él y soporta una y otra semana más el aislamiento social.
Cuando todos decíamos que en cualquier momento se daba un estallido, se aguantó, por todo ello merecemos respeto y en especial de parte de las mismas autoridades.
Un compromiso, un apoyo para volver a salir, abrir los negocios, pagar los sueldos, reactivar la economía. Y por sobre todo volver a abrazarnos con los amigos, con las madres, los padres, las abuelas y los abuelos.
Un aplauso de pie para los que cumplimos y seguiremos cumpliendo, para nosotros que adoptamos las normas de higiene, “el modo covid de vivir”, y convertimos al Paraguay en un ejemplo de lucha contra el virus.
De nosotros también depende vigilar el gasto público. Ahora más que nunca y para siempre que los gobernantes adopten el “modo honesto de vivir”.