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Algunos países, como el nuestro, dejan libertad a cada institución para que, de acuerdo con la dirección, la comunidad educativa elija y ofrezca los servicios de formación religiosa, que desee. En otros países no se permite, durante horas escolares del currículo, ninguna actividad educativa relacionada con religión. Y en otros, se deja espacio para que al mismo tiempo se puedan ofrecer servicios diferenciados según que los grupos de padres de la comunidad soliciten para que sus hijos sean formados en una u otra religión. En ese caso, la escuela ofrece profesores formadores de distintas religiones para esos distintos grupos de escolares.
En la mayoría de los países del hemisferio Sur, la escuela laica no solo prescinde en el currículo oficial de la formación religiosa, sino que también prescinde de la formación espiritual. Detrás de esa decisión se esconde un error antropológico al identificar lo espiritual con lo religioso. Todos los seres humanos tenemos la dimensión espiritual, como componente esencial de nuestro ser, independientemente de que tengamos o no, creencias de acuerdo a una u otra religión o ninguna.
Nuestro sistema educativo escolar está en esta situación. Además de prescindir en el currículo oficial de la formación religiosa, prescinde también del desarrollo y formación de la dimensión espiritual.
Hay países donde esta diferencia de tratamiento de lo religioso y de lo espiritual está claramente definida. Por ejemplo, en el Reino Unido, Ya “en 1988 la “Educational Reform Act” requería de los profesores que contribuyeran al desarrollo espiritual, moral, social y cultural de los alumnos”.
“En Nueva Zelanda, en el currículo nacional exigido por el gobierno, se incluye una clara definición de espiritualidad, según la cual los maestros deben potenciar el bienestar espiritual en los programas educativos que tienen lugar en el aula” (Francesc Torralba, 2012, 83).
El Ministerio de Educación de Nueva Zelanda define el bienestar espiritual, como el que se produce por el conjunto de “valores y creencias que determinan el camino que la persona vive, la búsqueda de sentido y de propósito en la vida, la identidad personal y el cuidado de uno mismo”, movimientos de la interioridad que tocan la trascendencia, las vivencias de la persona que se trasciende a sí misma y se proyecta desde toda la intimidad y radicalidad de su ser hacia el Todo, sintiéndose vitalmente parte de él.
Este reconocimiento e inclusión de la educación espiritual en el sistema educativo está ampliamente desarrollado en países como Estados Unidos, Canadá y países centroeuropeos.
La orientación pedagógica para promover el desarrollo espiritual de la persona desde la infancia, tiene varios posibles enfoques. Hemos aludido al enfoque antropológico, al considerar que el ser humano se diferencia de los demás seres vivos conocidos por el potencial de su dimensión espiritual.
La psicología intrapersonal y social ha planteado las posibilidades de desarrollo para el bienestar espiritual.
La neurología y la psicología han profundizado el conocimiento de una de las múltiples inteligencias (Howard Gardner), con las que el ser humano está equipado, la inteligencia espiritual. Especialistas como Zohar y Marshall (2000), Noble (2001), Sisk y Torrance (2001), Vialle (2008), Francesc Torralba (2010 y 2012), Richard Davidson (2012) han propuesto diversas estrategias para identificar y desarrollar la inteligencia espiritual. Si en la educación escolar hemos incorporado con entusiasmo la teoría de las múltiples inteligencias, le hemos añadido por gusto y convicción la inteligencia emocional sobre todo después de Goleman, ¿por qué hemos de rechazar, silenciar o prescindir de la inteligencia espiritual?
No puedo creer que nuestro materialismo práctico haya invadido nuestros conocimientos académicos y científicos para falsearlos, limitándolos injustificadamente. ¿A quién beneficia prescindir de la educación de esta dimensión esencial constituyente del ser humano?
Hay sociólogos (p.e. Bautista), que al analizar la irrupción de la generación de los que han nacido entre 1988 y 2008, afirman que entre las causas del crecimiento de la violencia en esta generación puede incluirse la falta de formación espiritual. No dicen la falta de formación moral o religiosa, sino la falta de formación espiritual.
Un dato más para pensar.
(jmontero@conexion.com.py)