Garroteros de la política

Acaba de fallecer quien era, quizás, el último prototipo vivo de dictador militar latinoamericano del siglo XX. El deceso natural del panameño Manuel Antonio Noriega (1983 a 1989) provocó a una agencia de noticias recordarnos que una conocida frase del repertorio del difunto era: “Plata para los amigos, plomo para los enemigos y palo para los indecisos”. En la misma época, el patrón Pablo Escobar solía emplear una exhortación más concisa: “Plata o plomo”; alternativa en la que, pese a que el plomo casi dobla a la plata en peso atómico, sucedía que la mayoría de la gente se inclinaba por el metal más liviano. Es que, como se sabe, la opción no se dirimía en el campo de la química. 

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En época de Stroessner solíamos escuchar lo que se decía era su fórmula particular: “Plata para los amigos, palo para los enemigos y, para los indiferentes, la ley”. Otro de nuestros dictadores nativos, Higinio Morínigo (1940 a 1948), solía decir que “No usaremos la ley del garrote cuando podemos usar el garrote de la ley”, un retruécano que aún hoy se resiste tenazmente a develar su sentido filosófico más profundo. 

Sin duda, estas recetas para mandar se parecen mucho y nos dicen bastante acerca de qué siente un ser humano al detentar el poder absoluto. A Calígula le atribuyen una sentencia estremecedora: Oderint, dum metuam, “Que me odien, pero que me teman”. Todos los tiranos pensaron y pretendieron igual cosa; aunque algunos –en nuestra historia los hay– reciben una bondadosa exculpación en los fallos de algunos autores afectos al autoritarismo. 

El derrocamiento de Noriega fue una de las peripecias más pintorescas de la política latinoamericana contemporánea. En 1989, la US Army invadió Panamá para apresar a quien era entonces su déspota militar, conducirlo a EE.UU. y someterlo a juicio por tráfico de drogas, asesinato y otros crímenes. El buscado se refugió en la sede de la nunciatura vaticana, donde monseñor Laboa (también nuncio de Juan Pablo II en Asunción, posteriormente) le proveyó gentil asilo. No pudiendo violentar el predio diplomático para cazar a su presa, los invasores decidieron emplear una táctica singular, instalando tremendos altoparlantes frente al edificio de la nunciatura y haciendo ejecutar, en decibeles insufribles, temas de moda de puro rock ‘n roll. 

Ininterrumpidamente, durante una semana, las veinticuatro horas, se ejecutaban temas como “Wanted Dead Or Alive” (Buscado vivo o muerto) de Bon Jovi, “Judgment Day” (Juicio Final) de White Snake, “Don´t Fear the Reaper” (No temas a la Muerte) de Blue Oyster Cult, “No Where to Run” (No hay donde correr) de Martha y los Vandelas, “Never Gonna Give You Up” (Nunca voy a dejarte) de Rick Astley, y, más insistentemente, “Time is on My Side” (El tiempo está de mi lado) de The Rolling Stones. Ante la virulencia de semejante insólito ataque, Noriega sólo pudo soportar unos días; luego tuvo que entregarse. Aunque algo de suerte tuvo dentro de todo, si se considera que aún no se había popularizado el rap; que si los invasores lo hubiesen empleado en aquella ocasión, dudosamente el asilado superase la hora y media de resistencia. 

Según se lee en los libros, el rey de bastos es de las primeras barajas que sale en los lances y descartes de la política, aunque no vencen en todos los juegos por igual, porque unos jugadores son más débiles y dóciles que otros. Algunos pueblos que son altivos e indoblegables ante el invasor extranjero, por ejemplo, agachan la cabeza perrunamente ante el tirano nativo. Enseñaremos más y mejor sobre este asunto los paraguayos, por no ir muy lejos. 

El general Manuel Antonio Noriega fue un dictador muy popular en su momento; pero antes que la muerte se lo llevó el viento de la indiferencia y el olvido. Perteneció a la época en que el garrote y la política conformaban un matrimonio muy bien avenido en Latinoamérica. En fin, como a los que le precedieron, a él tampoco echará de menos mi generación.

glaterza@abc.com.py

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