Nuestro futuro como humanidad

Durante toda la historia, los seres humanos nunca hemos tenido tanto poder para crecer, desarrollarnos y superarnos como ahora. Y al mismo tiempo, también podemos afirmar que nunca como ahora hemos tenido tanto poder para destruirnos y acabar con toda la humanidad. La locura de los arsenales de bombas atómicas y otras armas destructivas similares puede dispararse, reventar nuestro planeta y acabar con todos nosotros por las superlativas prepotencia y ambición de poder de uno o unos desequilibrados.

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En momentos prima la angustia, en otros el optimismo y la esperanza de llegar a las utopías del “superhombre”. En este momento las dos alternativas están simultáneamente vigentes. Corea del Norte amenaza con el infierno de la aniquilación; y el transhumanismo nos hace soñar hasta con la inmortalidad terrenal.

El transhumanismo es un movimiento cultural, principalmente de filósofos y científicos, que animado ante los avances maravillosos de las tecnologías y las ciencias, postula que los seres humanos seremos capaces de ir superando nuestras limitaciones, incluida la muerte.

El transhumanismo tiene sus raíces primeras hacia 1960, pero empieza a definirse públicamente a partir de 1990. Las posibilidades de manipular la biología de los mamíferos, ya desde los genes, y poder clonarlos, producir sangre humana en laboratorio, reproducir órganos artificiales para reponer los naturales enfermos o accidentados, etc., plantea un potencial excepcional e increíble de intervenir y modificar a los seres humanos con los recursos de la ciencia y la tecnología. Estas posibilidades empujan al optimismo y hacen pensar que se pueden ir superando las limitaciones humanas y que el ser humano puede reconstruirse a sí mismo.

El debate provocado ante la expansión de este movimiento transhumanista es álgido y está protagonizado entre promotores y críticos por personalidades de alto nivel académico, intelectual y científico en ambas partes.

Cuando nos llegan noticias inquietantes relacionadas con la autodestrucción y la autorreconstrucción de la humanidad, rápidamente las tiramos a la papelera de la desmemoria, porque nos turban y con ellas parece que nada podemos hacer y nos restan atención a lo concreto e inmediato que nos reclama para seguir viviendo suficientemente tranquilos. Sin embargo los que tenemos conciencia de educadores, al recibir noticias sobre estas posibilidades, miramos a los niños y pensamos en la responsabilidad que tenemos los mayores de revisar cómo estamos educando y cómo debemos educar, preparándolos para un mundo extraordinariamente complejo y totalmente diferente al que estamos viviendo. En esta contemplación del mundo que les espera, hay una conclusión evidente: dándoles la educación que nosotros recibimos y continuando con la que estamos dando, los abandonamos desarmados en medio de un mundo en el que se sentirán totalmente perdidos. El futuro próximo de la humanidad en el que ellos estarán sumergidos no podrá ser entendido y menos aún protagonizado y dirigido por ellos, porque ignoran las claves culturales de sus sorprendentes y radicales novedades.

Las familias, los políticos y los gobernantes tienen que comprender de una vez para siempre, que si el problema de nuestra educación es si la mayoría de nuestros chicos y chicas tienen lectura comprensiva o no, realmente estamos condenando a nuestras generaciones jóvenes a vivir totalmente marginados en las cunetas del mundo.

Nuestro futuro en la humanidad y nuestro futuro como humanidad no dependen de la economía, dependen directa y sustancialmente de la educación. Los adjetivos que queramos ponerle a nuestro futuro son los adjetivos que le pongamos a la educación. No hay futuro sin educación y si la educación es pobre y deficiente nuestro futuro será pobre y frágil; si nuestra educación es de verdadera calidad, permanentemente actualizada, nuestro futuro podrá ser de calidad y permanentemente actualizado. Es cierto que hay otros factores, otras variables, además de la educación, que configuran el futuro y que aun siendo excelente la educación, el futuro puede no serlo; pero lo que es más cierto es que si el factor educación está ausente, el futuro ciertamente no podrá ser viable, aunque se promuevan otros factores que lo apoyen.

En la vida moderna y postmoderna la educación se ha convertido en la piedra angular de la construcción del arco total de cada nación y de la coexistencia y convivencia armónica de todas las naciones. Nuestro futuro lo define fundamentalmente la educación.

jmonterotirado@gmail.com

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