Transgénicos

Para los que no somos ni científicos ni militantes planetarios en la defensa del ambiente, la postura de los 109 nobeles con respecto a los productos genéticamente modificados (transgénicos) viene a solucionar un antiguo dilema que me estaba angustiando: la falta de autoridad científica creíble para certificar o descalificar la validez de los alimentos genéticamente modificados.

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Según una de las tantas definiciones disponibles, los alimentos transgénicos son aquellos que han sido producidos a partir de un organismo modificado mediante ingeniería genética y al que se le han incorporado genes de otro organismo para producir las características deseadas.

En torno a esta cuestión se han desarrollado dos grandes bloques de intereses económicos e ideológicos; de los que explotan el negocio de semillas y herbicidas y de quienes se oponen al incremento de la productividad y enriquecimiento alimentario por esa vía. Ambos bloques han crecido, aunque evidentemente el que opera en el campo económico tiene mayor terreno ganado, no así el que lo hace en el sector ideológico, que ejerce control desde la vereda de enfrente con base en fracasos y excesos anteriores de la ingeniería genética, además de testimonios y suficiente militancia en redes.

Se venía diciendo que los transgénicos tenían efectos potenciales negativos como el dar origen a nuevas enfermedades, transferencia de la resistencia a antibióticos, alergias, mayor nivel de residuos tóxicos en los alimentos y efectos secundarios en la salud que conducen inclusive a la muerte. Pero las versiones y testimonios ofrecidos no lograron respaldo científico, menos aún con el avance de las investigaciones genéticas.

La opinión contraria a los transgénicos ya estaba bastante fortalecida hasta que apareció la carta de los ganadores de Premio Nobel acusando a Greenpeace de “crimen contra la humanidad” por su oposición a los alimentos genéticamente modificados y, en particular, al famoso arroz dorado. Comienza una nueva polémica en torno al tema, pero evidentemente Greenpeace necesitará encontrar un argumento más fuerte que esta carta para reponerse del golpe.

Dicen que el arroz dorado es una variedad de arroz creada por Ingo Potrykus (Institute for Plant Sciences, Swiss Federal Institute of Technology) y Peter Beyer (University of Freiburg), dos entidades de carácter público coordinadas por el Instituto Internacional de Investigación para el Arroz (IRRI). Mediante la ingeniería genética, la producción de este arroz en el laboratorio logró superar uno de los máximos desafíos de la agricultura: la deficiencia de vitamina A.

Leí en internet que el arroz es alimento básico de 800 millones de personas en el mundo, pero tiene tres problemas nutricionales importantes, entre ellos la falta de vitamina A. Como consecuencia, el déficit de vitamina A produce un millón de muertes infantiles al año y más de 500.000 niños padecen ceguera.

“Una de las posibles soluciones podría venir de la mano de la ingeniería genética, fabricando un arroz que presentase la vitamina A que de forma natural no contiene. Eso se consiguió inicialmente en un trabajo publicado en Science en el 2000, aunque sería mejorado en una investigación posterior difundida en Nature Biotechnology”, dice Ángela Bernardo, licenciada con grado en Biotecnología por la Universidad de León, máster en Industria Farmacéutica y Biotecnológica por la Universitat Pompeu Fabra y presidenta de la Federación Española de Biotecnólogos.

Según la nombrada científica, en el campo de transgénicos y en cualquier cuestión científica, “debemos apostar por la evidencia. Durante más de tres décadas, la investigación ha recogido pruebas fehacientes de que los organismos modificados genéticamente son seguros y sanos. Greenpeace se equivoca a pesar de sus grandes campañas para proteger el medio ambiente porque usa argumentos ideológicos, económicos y sociales para rechazar la ingeniería genética. Ninguno de ellos cuenta con el respaldo de la ciencia”. Punto.

ebritez@abc.com.py

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