Frecuentemente se menciona que procedemos del mestizaje de europeos e indígenas, pero ¿sabemos exactamente de qué europeos? Si observamos los mapas de Europa de los tiempos de la conquista en América, la España de hoy ni siquiera existía. Y en las expediciones iniciales y la posterior colonización, junto con los habitantes de la península ibérica, también hubo componentes germanos, británicos, galos, eslavos, escandinavos, asiáticos y naciones latinas (o del Lazio). Unas 500 unidades sociales y políticas que en los 1900 se transforman en solo 25.
“Ser original es volver al origen”
Antonio Gaudí, arquitecto español (1852/1926)
¿Quiénes somos?
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Cuando llegaron los primeros contingentes al territorio que después sería el Paraguay (entre 1528 y 1536), en la región existía una populosa población nativa que se había instalado miles de años atrás y se componía, en la mayoría de los casos, de tribus nómadas que frecuentemente guerreaban entre sí, ya para hacerse de mujeres u hombres, que eran capturados para ser destinados al sexo las primeras y a diversos trabajos los segundos. Pero en tiempos de paz, esas mismas tribus comerciaban y hasta se aliaban para combatir con enemigos comunes.
Debe decirse que no procedían de la misma entidad racial como para que afirmemos que los paraguayos somos “producto de la amalgama hispano-guaraní”. Porque, además de aclarar que el vocablo guaraní no denominaba otra cosa que el indígena cario ataviado para la guerra, tal como afirma el etnólogo Rogelio Cadogan, estos (los cario/guaraníes) solían guerrear, comerciar y relacionarse con guatatas, japirúes, paranáes, koñamekuáces, ka’înguáes y, hasta a veces, con los feroces chaqueños: matacos, tóvas, lenguas, chamakokos y guaikurúes.
Los europeos
El mayor contingente europeo vino a América con el Primer Adelantado, Pedro de Mendoza, en 1536. Se instaló en el puerto del Buen Ayre, ciudad fundada en el estuario del Plata el 3 de febrero de ese año, desde donde se acometió la fundación de Asunción, en 1537. Para este propósito, la expedición estuvo compuesta exclusivamente por soldados, sin la compañía de mujeres. Pero con el abandono de Buen Ayre, en 1541, toda la población remanente se sumó a la de Asunción. La que, según cronistas de entonces, contaba con 380 europeos.
Otros grupos, aunque no tan numerosos como los que integraron la expedición de Mendoza, fueron los del Segundo Adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en 1543; y los que acompañaron a doña Mencia Calderón de Sanabria, viuda del Tercer Adelantado Juan de Sanabria, en 1554. Entre estos contingentes, provenientes mayoritariamente de la península ibérica, también hubo italianos, griegos, sajones y británicos. Aunque después de los mencionados, ya fueron pocos los que llegaron a la provincia del Paraguay y todavía menos los que se quedaron. Fue así como, en los inicios del siglo XIX y ya constituida en república la antigua provincia, la histórica matriz poblacional paraguaya se consolidó con los apellidos de aquellos pioneros y las mezclas raciales con la población indígena local.
En 1848, un decreto del presidente Carlos A. López convirtió en “ciudadanos paraguayos a la población nativa de las antiguas reducciones jesuíticas” o de “los pueblos de indios”. A partir de entonces, los afectados por la medida –en su gran mayoría– cambiaron sus originales nombres nativos por su traducción al español. Otros adoptaron los de sus patrones o padrinos y algunos más se alinearon a una fonética más o menos semejante a la traducción directa del guaraní al castellano.
Desde África
Un componente racial generalmente omitido en el proceso de la conformación social del pueblo paraguayo ha sido el de la población africana y sus descendientes. Más concretamente: los negros en cualquiera de sus condiciones, libres o esclavos, y con la denominación que se adoptara: negros, pardos, mulatos, junto con los que definían varias mezclas con cualquier otra entidad racial. Su protagonismo en la historia nacional fue importante, aunque siempre se negó esa presencia e influencia, tanto en el Paraguay como entre algunas de las demás sociedades del Río de la Plata.
En los últimos años y ante la irrefutable evidencia de su presencia, muchos se preguntan: ¿qué ha sido de los negros?, ¿adónde se han ido? ¿desaparecieron simplemente? En realidad, no. Aunque se ha reducido la población, ya por el exterminio, la vida dura y los duros tratos que padecieron. Y, además, por la lenta pero sostenida fusión con el blanco y otros grupos nativos.
Una reducción importante se registró con motivo de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), al menos en cuanto al componente masculino, situación que forzó aún más la mezcla con la población local.
Pero incluso antes de esa contienda, uno de los procedimientos que determinaron la extinción de la condición de esclavos afrodescendientes, para sumarse al resto de la sociedad, se producía por decisión testamentaria del amo. Ya sea por las promesas hechas en vida, por el buen comportamiento o de los muchos años de trabajo prestados. En estos casos, bastaba una declaración verbal del dueño en el lecho de muerte –siempre que dispusiera de testigos calificados– para que se concretara la libertad de los esclavos. Ante esa situación y aun en otras en que continuaran su servidumbre, ellos “y aun sus hijos llevaban el apellido de sus amos”, costumbre también adoptada por las demás “castas”.
Con estas evidencias… ¿no deberíamos mirar al costado y reconocer… lo que nunca quisimos ver –o saber– de nosotros mismos?
Para certificar estadística e históricamente la significativa cifra de afrodescendientes en el Paraguay de antaño, debe decirse que, hacia finales del siglo XVIII, un censo poblacional de la provincia, ordenado por el gobernador Joaquín Alós y Brú (1787-1796), arrojó los siguientes resultados:
- 52.496 colonos (titulares de patrimonio y haciendas) y criollos, considerados como españoles o blancos puros.
- 10.510 pardos, es decir, afroamericanos, descendientes o mezclas con otros grupos nativos y blancos, que constituían el 20% de la población de la provincia.
Diez años más tarde, el sucesor del anterior, Lázaro de Ribera y Espinoza de los Monteros (1796-1806), ordenó la realización de otro censo que arrojó los siguientes datos: 97.480 habitantes localizados en 58 parroquias de blancos y mestizos (descendientes de españoles con nativas) y 14 reducciones de indios y tres pueblos de mulatos libres (negros y mulatos).
A propósito, debe consignarse que la mayoría de los pueblos fundados por las misiones, franciscana o jesuítica, tenían exclusiva población y autoridades indígenas.
También hubo fundaciones en base con la población parda o mulata, como San Agustín de la Emboscada (actualmente Emboscada) y Tevego (población hoy desaparecida), así como Areguá y Tavapy (ahora Roque González de Santa Cruz) contaron en los inicios con importante población afroparaguaya.
La necesidad de un censo real
No es solo importante conocer cuántos somos y cómo sobrevivimos. Con el apoyo de procedimientos científicos irrefutables, se hace necesario saber... ¿quiénes somos exactamente? Es decir, conocer el ADN de los paraguayos. La importancia del “ácido desoxirribonucleico, abreviado como ADN, es un ácido nucleico que contiene las instrucciones genéticas usadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos y algunos virus...” es hoy fundamental para la ciencia. Y lo es también para concretar una estadística real de lo que somos. En la más completa concepción de la identidad.
ADN… ¿para qué?
Un estudio sobre los componentes genéticos de la sociedad paraguaya tendría los siguientes beneficios:
1. Conocimiento exacto de la identidad nacional y sus componentes poblacionales más significativos.
2. Reconocimiento y valoración de los componentes sociales hoy omitidos en la sociedad: mestizos, negros o descendientes, descendientes de distintas naciones nativas. Conocimiento de su localización geográfica e importancia numérica.
3. La verificación de los datos precedentes permitirá la detección de talentos, habilidades, conocimientos y aptitudes de las distintas procedencias.
4. Igualmente, y en el mismo sentido que lo anterior, el reconocimiento de la importancia de las distintas naciones europeas –no pertenecientes a las llamadas “castas”– relacionadas con la sociedad paraguaya.
5. Reconocimiento de la presencia de otros componentes minoritarios mezclados entre los de las nacionalidades europeas relacionadas con la paraguaya. Es decir, griegos, sarracenos, judíos, eslavos o escandinavos.
6. Posibilidad de reorientar la educación en los valores de la diversidad, tolerancia e inclusión cultural, al mismo tiempo de valorizar el aporte de estos componentes con la intención de captar el máximo de su potencial.
7. Captar las tendencias propias de cada entidad nacional para combatir problemas hereditarios de salud de cada comunidad.
Finalmente, para saber lo que somos, cómo somos y mejorar nuestra competencia social en el relacionamiento entre nosotros mismos y con los demás miembros de la comunidad internacional. ¿Será posible?
