A pasado de gloria, futuro opaco

“No pudiendo hacer que los países pequeños sean fuertes, hagamos que los países fuertes sean justos”, decía la Convención Gondra, citando a un diplomático francés. Si bien la propuesta paraguaya de 1923 fue aprobada para todo el continente, en Santiago de Chile, en realidad, sería más acertado proclamar que, “a falta de fuerza militar ofensiva, se impone una diplomacia efectiva”. La paraguaya, siempre lo fue.

El Palacio de López, cuando aún conservaba las rejas y tenía adoquines en frente, según el Álbum de Arsenio López Decoud, publicado en 1911.
El Palacio de López, cuando aún conservaba las rejas y tenía adoquines en frente, según el Álbum de Arsenio López Decoud, publicado en 1911.

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Si de algo habría que enorgullecerse es de nuestros logros diplomáticos. El Dr. Francia solito impidió que la poderosa Buenos Aires reconstruyera el fenecido virreinato. El Supremo también conjuró el peligro a la Independencia cuando el Papa ordenó a los obispos de América ayudar a Fernando VII en recuperar sus colonias, paraguayizando la Iglesia.

Carlos Antonio López reclutó al Brasil para que nos ayude a ser reconocidos en todo el mundo y convenció a Urquiza de que jamás seríamos provincia argentina. Cuando Bolivia se quiso apropiar por decreto de los puertos de Fuerte Olimpo y Bahía Negra, en 1852, otorgando una fortuna de US$ 10.000 al primer buque que los emplee bajo soberanía boliviana, Don Carlos se ofuscó, pero no reaccionó, porque sabía que Bolivia jamás sería capaz de ocuparlos militarmente. Buena diplomacia es tener conciencia de lo que el adversario no puede emprender y actuar en consecuencia.

Terminada la cruenta guerra, bajo ocupación militar, y representado por el negociador más inocuo, señalado por el vencedor (Brasil había vetado a José Falcón), Carlos Loizaga, éste se las ingenió para darnos una inesperada victoria. Como el Río Ygurey del Tratado Secreto estaba solo en los mapas, no podía ser límite, entonces, el plenipotenciario paraguayo pidió que la nueva frontera dividiera los Saltos del Guairá entre ambas naciones. Y voilá, Itaipú también iba a ser binacional, a futuro. Debe señalarse que el Loizaga-Cotegipe de 1872 no entregó población paraguaya alguna. Todo lo que era efectivamente nuestro antes de la guerra, siguió siéndolo después.

Diplomacia nacional apartidaria

El suceso diplomático completo fue alrededor del conflicto con Bolivia. Desde un principio requirió de la colaboración de todos, sin distinciones partidarias. A pesar del liberalismo gobernante, Fulgencio R, Moreno firmaba acuerdos con Bolivia como plenipotenciario. J. Isidro Ramírez estaba en embajadas clave como las de Santiago y Lima y Eugenio A. Garay, siempre listo para combatir liberales en cualquier revolución, (1904, 1912, 1922) aceptó disciplinadamente cumplir el pedido del Ministro de Guerra liberal, Luís A. Riart, de aprovechar su fisionomía europea para posar como capitalista inglés en Puerto Suárez y hacer un relevamiento completo de las instalaciones militares bolivianas, en 1927. La causa nacional tenía patrióticos adherentes, más allá de las divisiones de opinión internas.

Poco conocido es el hecho de que la diplomacia del Chaco coordinó sus pasos con el ejército combatiente y le sirvió de apoyo constante. Cuando la Liga de las Naciones formó el Comité de Paz del Chaco con todos los grandes fabricantes de armas y dio la presidencia a Checoslovaquia, gran vendedor de material bélico a Bolivia, el Canciller Luís Riart informó del retiro de Paraguay de la organización.

Las penurias presupuestarias habían sido onerosas. Mientras se negociaba la paz en Ginebra, para ahorrar fondos, el Embajador en París, Ramón Caballero de Bedoya, debía viajar en tren para las deliberaciones. Vivía en un hotel, no había secretaría, debía llevar todos los documentos que necesitaría y no tenía tiempo de cultivar amistades. Casi nos costó ser declarado país agresor y llegamos a sufrir embargos.

Las negociaciones volvieron al ámbito regional donde nuestros precarios medios podían ser mejor empleados. Logramos imponer a Buenos Aires como sede, porque Río de Janeiro estaba lejano, caro e inhóspito. Al tener Paraguay la amistad argentina, el Brasil se había inclinado por Bolivia. Neutralizamos eso. La victoriosa batalla de Ingavi, del 7 de junio, persuadió a Bolivia de firmar el armisticio 5 días más tarde.

El esquivo tratado de paz, cuyas negociaciones duraron más que la guerra, contó con la anuencia del poderoso estamento militar victorioso. No puede verse de otra manera que el Gral. Estigarribia asumiese la presidencia de las negociaciones y que lo firmara vistiendo uniforme militar.

Un logro nada minúsculo de Estigarribia como diplomático en Washington fue la promesa norteamericana, luego cumplida bajo el régimen de Stroessner, de ayudar al desarrollo con préstamos, el primero de los cuales fue para la construcción de la Ruta asfaltada a San Lorenzo y después los fondos para la construcción del sistema de agua corriente, el plan del trigo, el acuerdo monetario y siguen las firmas.

Y a pesar de que Stroessner había decidido dejar de lado el aspecto multipartidario de la diplomacia para encarar los acuerdos de Itaipú en exclusividad colorada, no puede desdeñarse el espectacular suceso de hacer que el poderoso Brasil firme un Tratado donde otorga al Paraguay igualdad de condiciones, la copropiedad de la usina y la construcción conjunta.

Después dijeron en Brasil que todo eso fue una anomalía, concesión graciosa de una dictadura militar a otra, pero está firmada en Tratado y eso es inmutable. No siempre los signatarios tienen que ser simpáticos ni dicharacheros. El Pacto de Letrán de 1928, que creó el Estado de El Vaticano con el Papa como soberano, fue firmado nada menos que por Benito Mussolini. Eso no lo hace menos vigente.

Embajadas, cunas del progreso

Uno de los aspectos menos cacareados tiene que ver con la utilidad de nuestras embajadas y consulados, ha sido tan transcendente cuan silenciado. No hay un proyecto de desarrollo y progreso que no se haya iniciado en alguna modesta embajada nuestra en el exterior.

En la década de 1920, comenzó en Washington la cooperación sanitaria con programas como el del combate a la anquilostomiasis, el raquitismo, la malaria, el parasitismo. A ello le siguió el acuerdo para la construcción de las rutas pavimentadas que unirían a Asunción con los centros productivos de la Región Oriental.

Cercana la guerra mundial, se hacía necesaria la cooperación paraguaya para contrarrestar la simpatía argentina con el Eje ítalo-alemán. De esas negociaciones surgió necesidad de un aeropuerto efectivo en Campo Grande y la modernización del armamento militar a través del programa de Préstamos/Arriendos (Lend-Lease), el mismo que armó a Inglaterra antes de Pearl Harbor.

En plena Guerra Fría, la cooperación tomó el nombre de Punto IV e incluía la Misión de Operaciones (USOM) que construyó el complejo del Ministerio de Salud en la Avda. Pettirossi, ayuda alimenticia del programa Charitas, la presencia del Servicio Interamericano de Cooperación Agrícola (STICA), con la Estación Experimental en Caacupé y la Estancia Barrerito, que en mucho ayudaron a la agro-ganadería hasta importar técnicas de inseminación artificial que gradualmente fue mejorando la calidad de nuestra carne hasta hacerla hoy competitiva con las mejores del mundo.

En materia educativa, grandes programas internacionales reclutaron la participación del Paraguay a través de sus embajadas, desde el intercambio de egresados médicos con la Universidad de Buffalo, hasta la adopción del sistema norteamericano del campus con eje en San Lorenzo, pasando por el Programa Fulbright y los intercambios europeos, sobre todo con becados a Alemania Federal.

Entonces, si las embajadas y consulados son así de relevantes para nuestro desarrollo y para las buenas relaciones internacionales, deberíamos ser en extremo cuidadosos de no volver a partidizarlas.

Una buena diplomacia requiere la intervención de personas capacitadas, con habilidades lingüísticas, hábiles para escribir notas persuasivas y reaccionar con firmeza, pero buenos modales, ante cualquier agresión. Considerar al servicio exterior como coto de clientelismo para emplear correligionarios de cualquier persuasión es inapropiado y últimamente auto destructivo para los sagrados intereses nacionales.

Si en lugar de Sapena Pastor, Godinot de Vilaire y Debernardi, Itaipú hubiese sido negociado por los líderes partidarios que Stroessner más tarde nombró al Consejo, otro hubiera sido el resultado.

Tenemos una historia diplomática de quilates en el Paraguay y debemos empeñarnos en que siga así.

Día de la diplomacia

“No pudiendo hacer que los países pequeños sean fuertes, hagamos que los países fuertes sean justos,” decía la Convención Gondra, citando a un diplomático francés. Si bien la propuesta paraguaya de 1923 fue aprobada para todo el continente, en Santiago de Chile, en realidad, sería más acertado proclamar que, “a falta de fuerza militar ofensiva, se impone una diplomacia efectiva.” La paraguaya, siempre lo fue.

En algún momento, allá por 2009, nuestra Cancillería auspició una conferencia donde un diplomático brasileño disertó sobre las relaciones bilaterales con Paraguay. El texto debía ser cuidadosamente aprobado por Itamaraty con mensajes discretos pero valiosos. Estaba en nuestro interés escucharlo.

No obstante tratarse de algo perfectamente aceptado mundialmente, utilizando su frase favorita, “traición a la patria,” Ricardo Canese acusó de ello a la Cancillería, y eso que su partido estaba en el poder. Se me ocurrió más tarde sugerir al Canciller Héctor Lacognatta la proclamación del Día de la Diplomacia Paraguaya, para valorizarla y honrar a los múltiples próceres del pasado, cuya tarea siempre fue circunspecta.

Sugerí el 17 de julio como fecha propicia en recordación al Tratado Varela-Derqui de 1852, que dio por concluido nuestro peregrinar por el desierto del no reconocimiento de Buenos Aires, durante unos bíblicos 40 años. Nuestro Moisés era Carlos Antonio López, aunque éste siguió vivo al llegar su pueblo a la tierra prometida de la Independencia.

Desafortunadamente, la Cumbre del Mercosur se reunía alrededor de esos días, en razón del Mundial de Futbol. Marche otra fecha. Sugerí el 12 de octubre, cuando el Dr. Francia le extrajo a Belgrano y Echeverría la declaración de “independencia” de la Provincia para decidir su destino futuro, sin injerencia porteña.

Entre idas y vueltas, entraron a tallar los nacionalistas en las personas de Julia Velilla y Miguel Solano López quienes, confundiendo historia diplomática con propaganda patriótica, sugirieron que el verdadero y único diplomático que tuvimos siempre se llamaba, Francisco Solano López.

La fecha seleccionada fue la del Pacto de San José de Flores, posiblemente la peor instancia para los intereses nacionales de toda nuestra historia diplomática, pues hicimos de mediadores, favoreciendo al enemigo, Mitre, a expensas del amigo, Urquiza. López ayudó a unificar a Buenos Aires en el umbral de su derrota militar, en la Batalla de Cepeda de 1859. Para 1861, fue Mitre el victorioso contra Urquiza en Pavón. Y para 1865, Buenos Aires, al mando de Mitre, se aprestaba a invadir y tomar Asunción en tres meses. El General López no había leído a Maquiavelo. Al enemigo no hay que unificarlo, más bien, se debía dividirlo hasta partículas atómicas, si posible.

rcaballeroa@gmail.com

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