Crear reinserción

A pocos kilómetros del enorme vertedero en el que incineran miles de neumáticos por día se encuentra el Centro Regional de Pedro Juan Caballero, en el que adolescentes infractores buscan un nuevo uso a las ruedas. Con esta y otras tareas luchan por su reinserción en la sociedad y un futuro mejor.

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Todos los días, alrededor de las 15:00, una densa humareda negra cubre el cielo del sector noreste de Pedro Juan Caballero. Esta proviene de un vertedero en el que miles de neumáticos se incineran, contaminando el ambiente sin ninguna regulación.

A pocos kilómetros de ahí, desde hace un año, funciona el centro regional. En su patio enorme, de altos tejidos y paredes de colores, alberga a adolescentes infractores de distintos puntos del país. Sin actividades, los días podrían ser interminables, y ante la falta de recursos para adquirir materiales usan la imaginación y, de manera práctica, se ponen a fabricar distintos elementos.

La tarde que llegamos, con el sol ardiente y una lluvia que amenazaba, pero nunca llegaba, casi no se dieron cuenta de que entrábamos al enorme tinglado que usan como taller. Cada uno, concentrado, trabajaba en sus propios artículos.

Alcides Valenzuela, director del centro, explicó que la puesta en condiciones del edificio, que estuvo abandonado por varios años, le llevó más de 12 meses. No había conexión eléctrica, agua potable ni muchos menos muebles; la tarea fue ardua. A pocos metros está la cárcel regional, con muros altos que dan miedo.

Como manera de abaratar costos e ir equipando las instalaciones, ni bien empezaron a llegar los internos, Alcides empleó los conocimientos que tenía y empezó la fabricación de muebles, como las bases de la mesa del comedor, los de su oficina y una biblioteca que aún sigue creciendo. Los materiales que usaron para esto fueron neumáticos, palets y cajas de frutas.

Uno de los dos pabellones es empleado exclusivamente para escuela y colegio; el otro, para dormitorios y comedor. En medio está el extenso jardín bien cuidado, una cancha de vóleibol y una huerta; todo para que quienes viven allí se sientan cómodos, llenos de color para dar un sentimiento de hogar cálido. Más de uno de los chicos fue invitado a crear su propia obra en las paredes; todos colaboran.

Esto tomó un impulso cuando el padre de uno de los internos se ofreció a proveerles los neumáticos de su gomería. Al ver lo que hacían, ya no quiso tirarlos ni venderlos a otros recicladores, sino que decidió apostar por la formación de su hijo y otros que como él deben aprender a trabajar en diversos rubros antes de volver a casa.

Así nació y se proyectó el programa de reinserción, con la aprobación del Ministerio de Justicia. Todos los días, luego de su siesta, los jóvenes pasan al tinglado a trabajar, ya que allí aprenden a usar las herramientas, como el taladro y el cincel; a tallar madera, algunos, y planteras o pufs, otros.

“Algunos ya venden sus trabajos y empiezan a ganar su propio dinero. Les enseñamos a invertir en más materiales y, básicamente, a utilizar sus ganancias de manera correcta. Es una gran motivación”, cuenta Alcides.

Desde que vieron cómo se vendían y admiraban sus trabajos, otros empezaron a motivarse aún más. Ahora cuesta elegir los colores y las tramas, porque hay que pensar en lo que va a gustar al cliente. Se debe tener cuidado con las terminaciones, porque el comprador tiene en cuenta todos los detalles; ganar dinero “da gusto”, pero no es tan fácil.

Mateo (*) tiene 15 años, ya estuvo recluido un par de veces más y otras veces logró escaparse del centro. Ambas ocasiones volvió por su cuenta. Proviene de una humilde compañía de Amambay y sueña con ser mecánico de motocicletas. “Sí, eso es lo que quiero”, dice mientras talla con cuidado la cabecera de una cama que ya es un pedido. El profesor dice que sus manos son finas y por eso aprende muy rápido. Le preguntamos si eso no le hace replantear su futuro y dice: “No, ahora estoy aprendiendo, pero cuando salga, voy a trabajar en un taller de motos. Antes ya trabajaba y voy a volver, porque eso es lo que me gusta”.

Enrique (*), en cambio, ya estuvo encerrado tres veces, pero ahora, en el umbral de la mayoría de edad, asegura que es su última vez. ¿Estás seguro? “Sí, mi hermano está en Tacumbú y si yo vuelvo, me van a mandar ahí, donde se necesita mucha plata para vivir. No tengo nadie que me ayude económicamente y no me puedo exponer. Quiero salir y trabajar; ya aprendí a hacer muchas cosas. Ahora quiero vivir afuera, ganar mi propio dinero y ayudar a mi familia. No hay nada como poder ir adonde uno quiera. Acá se está bien, pero ya voy a ser mayor. Al cumplir mi condena quiero ir a casa y demostrarles a todos que cambié”, dice.

Los pufs cuestan G. 50.000, pero las planteras, cabeceras o muebles de madera tienen otros precios de acuerdo a los materiales, medidas y trabajo; todos llevan una cuota importante de esfuerzo, sueños y esperanza. 

Podría decirse que estos adolescentes están creando asientos o muebles reciclados, pero, en realidad, están creando su reinserción en la sociedad.

(*) Nombres ficticios para resguardar su identidad.

mbareiro@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Gustavo Machado.

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