Del Kiosco 653 a El Lector

Kiosco 653, así bautizó a su puestito Pablo León Burián, en el que empezó a vender revistas especializadas, en un espacio de la plaza Uruguaya. Después, se incorporaron los libros y, de a poco, el quiosco pasó a llamarse librería El Lector; más adelante, convertida también en editorial y ocupando un importante espacio en nuestra cultura.

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El Lector cumple 45 años de historia con sus victorias y caídas. Para su fundador es una gran experiencia espiritual en su vida. El Lector comenzó el 9 de setiembre de 1971, con un tablero de madera en el que se exhibían las revistas. “Eso lo compré con algún dinero que pude ahorrar con todos los trabajos que hacía. Ni siquiera era un quiosco”, confiesa Pablo, quien a temprana edad empezó a trabajar vendiendo naranjas en la cancha de River Plate y verduras puerta por puerta.

Pronto, la clientela del quiosco se volvió fiel y fue aumentando. “Vendía muchas revistas, sobre todo, especializadas, y tomé la iniciativa de recibirlas directamente de los proveedores del exterior, pues de otro modo, por los distribuidores de aquí, las recibía muy tarde y mis clientes se impacientaban”, cuenta.

Bibliokiosco

A medida que la clientela crecía, los pedidos también. Es así que, con la incorporación de los libros, el puesto de venta se convirtió en Bibliokiosco 653. “Comencé a traer los libros de los escritores del boom latinoamericano y aquello fue una revolución. Antes, la gente debía entrar a las librerías para buscar libros. Yo los tenía a su alcance en la calle. La clientela creció y, también, la casilla, porque el surtido de libros y revistas fue mayor”, rememora Pablo, quien comenzó este emprendimiento cuando tenía 15 años.

“Puedo decir que El Lector le cambió la cara a un importante sector de la ciudad. Por primera vez había una librería que ponía los libros en la misma calle a disposición de los lectores, las 24 h de los 365 días del año. Un cambio radical y todo aquello creció”, señala Pablo.

Con visión emprendedora, Pablo viajó a España en 1979 para traer libros y organizar una feria, que resultó satisfactoria. “Eso me obligó a viajar a la Argentina, donde pude contactar con las grandes editoriales de Buenos Aires, en las que me miraban asombrados, pues nunca antes una librería paraguaya había ido a comprar libros directamente”, indica.

Fue así que en 1982 emprendió nuevamente un viaje a la capital argentina. “El Lector se convirtió en el primer sello paraguayo en participar en la Feria del Libro de Buenos Aires. Recuerdo que fleté un ómnibus y llevé a 18 escritores paraguayos, entre ellos, José Luis Appleyard, Tadeo Zarratea, Ticio Escobar. Se unieron en Buenos Aires, Augusto Roa Bastos y Elvio Romero. La participación paraguaya fue un verdadero suceso. Lastimosamente, poco después de nuestro retorno participé con don Augusto en una actividad en el Centro Regional Saturio Ríos y dos días después, el 30 de abril, el Gobierno lo expulsó del país”, confiesa.

Otras ferias siguieron con el correr de los años, en las que El Lector también participó en Francia, España, Alemania, México, Chile, Argentina y otros lugares. “Hicimos la I Feria Internacional del Libro en el Paraguay, en 1984. Era impensable”, confiesa Pablo. “Agarramos 25 de Mayo hasta Paraguarí; llenamos de libros y eventos culturales toda la vereda. Fue algo inédito e histórico. Hicimos conversaciones con los autores, conferencias, actividades para niños. Fue algo emocionante”, rememora.

Estas ferias las trasladaron a diferentes puntos del país. También, la Jornada Nacional de Cultura, premio al mejor libro del año, ferias infantiles, entre otras actividades.

“Hicimos un proyecto de ayudar a la Sala de Pediatría de Clínicas, y creamos una colección de libros económicos y vendimos por tonelada. A raíz de eso surgió el tema de vender con los diarios. Con ABC Color, prácticamente, vendimos más de cuatro millones de libros económicos. Llegamos a todos los hogares del país”, resalta Pablo.

Entre sus logros también está la visita a nuestro país de importantes escritores, como Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti y Fernando Batista, entre otros.

Seguir construyendo

“¿Cuántas cosas hicimos? Son tantas en estos 45 años”, aduce Pablo, pero también hubo momentos difíciles. “Permanecer en la plaza Uruguaya fue una lucha. Muchos me quisieron sacar, pero también muchos me defendieron, entre ellos, Roa Bastos, Mario Halley Mora y Alfredo Seiferheld. Después, ya todos se quisieron instalar en la plaza, creyendo que ese era un lugar milagroso para las librerías. Varias se instalaron, pero pocas quedaron”, declara.

Otro momento difícil fue en 1988, cuando el terreno de San Martín casi Austria, en el que hoy está el Centro Cultural El Lector, fue a remate. En medio de la incertidumbre, Pablo ingresó a un banco y habló con el gerente. “Toto Peña me recibió. Le expliqué mi situación y entendió todo. Dos días después, el banco evitaba el remate de mi predio”, recuerda.

Este y otros episodios en su vida hacen que Pablo crea en los milagros. “En 1998 tuve otra vez una situación difícil. Preparé la Gran Enciclopedia de la Cultura Paraguaya, en 19 tomos de casi 100 libros, a instancias de Augusto Roa Bastos. El día del lanzamiento solo terminaron 13 tomos. Aun así, fuimos con don Augusto al teatro Tom Jobim para el lanzamiento, pero aquello fue un fracaso de venta. La pérdida fue grande y quedé con una deuda inmensa. Solo dos años después pude tener listos los 19 tomos e inicié largas giras por el interior del país hasta vender todos los ejemplares”, comenta.

Es por eso que lo espiritual ocupa un importante lugar en su vida. “Para mí, El Lector fue una gran experiencia espiritual. Yo vivía realizando todos los sueños que tenía y siempre sentí como si tuviera una protección espiritual. Recuerdo muy especialmente a mi hermano mayor, a quien llamaban Caramelo y jugaba en River Plate. Murió en un accidente y, desde su muerte, se convirtió en una especie de ángel custodio para mí. Varias veces estuve al borde de la muerte y una fuerza extraña me salvaba. Tal vez fue mi hermano, quien en vida cuidó de mí y luego de fallecido, quizá, siguió haciéndolo”, contempla.

Hoy, El Lector ya es herencia para sus hijos y nietos. “Yo voy a seguir en pos de los muchos sueños que aún tengo por realizar. Me debo a mi país, y quiero seguir aportando a su educación y cultura desde cualquier sitio que el destino y la fuerza de mi voluntad me lleven”, confiesa Pablo, quien insta a los jóvenes a luchar por sus sueños. “Los logros de la vida se disfrutan más cuando se lucha mucho por alcanzarlos. Tengan presente que el mejor amigo de un ser humano es el libro. Es solaz, educación, cultura, la puerta que nos abre la posibilidad de insertarnos en el mundo con la competitividad necesaria”, desea Pablo, quien sigue soñando y luchando con su proyecto Paraguay Lee, para que más gente acceda a los libros.

maponte@abc.com.py

Fotos ABC Color/Gustavo Machado/Virgilio Vera/Gentileza.

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