Escrutadores de secretos ajenos

Durante la guerra paraguayo-boliviana, además de la batalla diplomática o la transcurrida en el frente de batalla, también se llevó adelante una campaña de espionaje desde ambos bandos en pugna, y de la que no estuvieron ajenos gobiernos de otros países vecinos.

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Un aspecto casi desconocido por la gente con relación a la guerra del Chaco, es la tarea realizada por agentes encubiertos de ambos países involucrados en la contienda, y que posibilitaron a sus respectivos gobiernos conocer los preparativos y proyectos de los gobiernos y los ejércitos, en su empeño bélico por la posesión del Chaco boreal.


La defensa del Chaco

Una de las primeras acciones de espionaje la realizó el propio representante diplomático paraguayo en La Paz, doctor Pedro Pablo Peña. Luego de ejercer la representación diplomática ante el gobierno brasileño, el doctor Peña fue destinado a hacerlo ante los gobiernos boliviano, chileno y peruano. Como diplomático en Bolivia, tuvo la ocasión de conocer la existencia de un mapa cuya realización había sido encargada por el gobierno de ese país, al ingeniero cartógrafo, coronel Felipe Bertres, en 1843, durante la presidencia de José Ballivián. Este documento reconocía la potestad paraguaya sobre el Chaco, lo que le convertía en un documento importantísimo para avalar la posición paraguaya sobre ese territorio, entonces disputado por Bolivia. Por orden del gobierno paraguayo, el doctor Peña se agenció y consiguió adquirir uno de los poquísimos ejemplares de este documento, el que fue remitido a la cancillería paraguaya.

Este documento ratificaba la posición paraguaya de que la problemática chaqueña era una cuestión de definición de límites y no una cuestión territorial, como pretendía Bolivia. Al conocer el gobierno boliviano la tenencia del Paraguay del mapa, Bertres adujo que el mismo era nulo y exigió la devolución del documento, lo que fue realizado por el gobierno nacional, en un gesto que poco ayudó, en su momento, para la defensa del territorio chaqueño.


Tareas de espionaje

El gobierno chileno prestaba mucha atención y estaba al tanto de todos los aprestos bélicos bolivianos, pues desde la guerra del Pacífico, controlaba todo lo que hacía el gobierno boliviano y que podía afectarle en un hipotético caso. Estaba enterado de las adquisiciones de armas (cantidad, calibres, precios, etc.), además de la distribución y estructura de las guarniciones militares en diversos puntos del territorio boliviano (cantidad, jefes, oficiales, cantidad de armamentos, hasta de mulos y caballos), de empréstitos realizados por el gobierno del Altiplano.

A raíz del suceso del fortín Vanguardia, el canciller chileno había pasado al gobierno paraguayo -por medio del ministro plenipotenciario paraguayo en Santiago, doctor Vicente Rivarola-, toda la información de que disponía su gobierno. Esa es la razón por la que una calle asunceña lleva el nombre del doctor Conrado Ríos Gallardo.

Cuando el doctor Rivarola ejerció funciones diplomáticas en Buenos Aires, también el gobierno argentino le pasó información confidencial con respecto de Bolivia. Gracias a la colaboración del gobierno argentino, el Paraguay conocía los movimientos de tropas bolivianas que venían hacia el Chaco. El principal informante del doctor Rivarola era el coronel Asdrúbal Guiñazú, pariente suyo y jefe de Estado Mayor del ministro argentino destacado en Salta.

Por otras fuentes argentinas, el Paraguay conocía desde un año antes de iniciadas las hostilidades, que Bolivia carecía de artillería y sanidad militar, condiciones precarias de las fuerzas destacadas en el Chaco, condiciones de las vías de comunicación, trabajos de construcción de caminos, tiempo de viaje entre distintos tramos en auto, además de que los bolivianos carecían de escuela superior de guerra, etc.; régimen de alimentación de las tropas, además de la indisciplina que existía en algunas unidades militares. Sumado a ello, también el gobierno paraguayo pudo conocer que algunos jefes bolivianos, en vista de lo desfavorable de la situación al inicio de las hostilidades, dirigieron a su gobierno la conveniencia de pedir la paz con urgencia, que la guerra dividía en su propio seno al gobierno boliviano, y que la situación económica no era nada halagüeña.

Por otra parte, según el historiador boliviano Roberto Querejazu Calvo, un alemán que vivió en el Paraguay más de veinte años, vendió a Bolivia la información de que estaba actuando en Bolivia una treintena de espías paraguayos, entre quienes se encontraban el capitán Sosa Gaona, y los tenientes Antonio Vargas y José Barrios, trabajando con nombres y oficios supuestos, cuyas actividades fueron neutralizadas por la policía boliviana.

Unos años antes, otro oficial del ejército paraguayo llevó a cabo una misión confidencial en Bolivia, como muchos otros. Por orden del presidente Luis Alberto Riart y el ministro de Guerra y Marina, Manlio Schenoni, allá por 1924, el mayor Arturo Bray fue comisionado para explorar terreno y vías de comunicación en la zona del Chaco boliviano, entre el río Pilcomayo y las proximidades de Puertos Suárez, en el río Paraguay.

Para ello, Bray -con el nombre supuesto de Alfredo Brayton,- entró en territorio boliviano por la provincia argentina de Salta, cruzó hasta Santa Cruz de la Sierra, yendo a salir en Corumbá, en el Brasil.

"En la ciudad de Embarcación -cuenta Bray- el propio cónsul de Bolivia -sin sospechar mi auténtica identidad- me hizo entrega de un ‘pasavante’ a instancias del jefe de policía de Salta, señor Lucio V. Ortiz, para el cual llevaba yo una carta de recomendación del senador argentino, señor Sánchez Bustamante, persona de ponderada gravitación política en la citada provincia. El nombrado cónsul de Bolivia -Arturo Arenas- me hizo entrega además de una carta de presentación para el mayor Bernardino Bilbao, comandante de la zona militar de Yacuiba, en la que me recomendaba como ‘persona de honorabilidad, que puede transitar libremente por el territorio de su jurisdicción, pues va con fines comerciales’".

Recuerda Bray que "acababa Bolivia de salir de una revolución, de suerte que no resultaba nada fácil dar con medios de movilidad ni de conseguir baqueanos ni acompañantes; las mulas -el caballo no sirve para los terrenos montañosos y las sendas resbaladizas- había que adquirirlas en cada una de las etapas del trayecto (...) Por irónico que parezca, fueron las autoridades militares bolivianas las que se mostraron más acogedoras y cordiales por cooperar en el cumplimiento de la misión que llevaba: en Yacuiba incluso fui invitado a tomar un copetín en el casino de oficiales, en agasajo de un supuesto acaudalado estanciero argentino, cuyo ganado se habían llevado en gran parte los revolucionarios. Claro está que, como quien no quiere la cosa, no descuidaba ocasión para referirme, con las debidas cautelas, entre mis camaradas bolivianos a la posibilidad de un conflicto armado con el Paraguay en un futuro más o menos cercano, del cual -decía yo- se venía hablando tanto. Por ahí no dejé de recoger impresiones y juicios de algún interés y no escasa oportunidad".

En aquel informe, Bray informaba que "el peligro boliviano no era inminente, pero sí real y efectivo"... Corría el año 1924.

En sus memorias, Bray cuenta que, en la preguerra, espiaban para Bolivia: Antonio Gustavino (Encarnación), el lituano José Antonio Levinsky (Colonia Independencia), el ruso Andrés Fenech (Cambyreta), Manuel Villalba (Mbocayaty) y Zulema Méndez, alias "Joaquina" (Asunción), entre otros.

Por su parte, Aniano Cabrera Gill, citado por el historiador concepcionero don Juan Samaniego, cuenta que allá por la década de los años ‘20, "pululaban por las calles de nuestra ciudad Concepción, andarines con la mochilla al hombro en estado generalmente andrajoso, con el aparente propósito de visitar a las autoridades locales, llevando en su maleta un cuadernillo en el que apuntaban datos de todas ellas, solicitando sus respectivas firmas". Eran, dice, espías bolivianos.

"Allá por el año 30, mi finado padre tenía una flota de camiones de cargas que transportaban mercaderías a una población yerbatera y floreciente llamada Ñu Porä (...) Como es lógico, siempre mi padre necesitaba mecánicos en su taller de reparación. Un día aparece un señor de porte distinguido que dice llamarse Lebrino, con ojo postizo, con notable conocimiento de mecánica, a quien mi padre contrató para dicho servicio.

"Llamaba poderosamente la atención de mi padre que este señor Lebrino, salía y se dirigía permanentemente hacia el hotel Francés, donde ya frecuentaban jefes y oficiales que se dirigían al Chaco.

"El estallido de la guerra era inminente, pero lo que más llamaba la atención de este señor, eran los gastos que hacía en compañía de jefes y oficiales; de ahí que mi padre, averiguando de dónde provenía tanto dinero para tanta orgía, pues el sueldo que percibía no justificaba tales gastos, tal fue su sorpresa cuando le informaron que era el gerente general de la casa ‘Segundo Antonioli S.A.’, señor Tubino, el que le proveía dicho dinero, por encargo de algunas firmas comerciales de Buenos Aires.

"Un día desapareció de la ciudad..."
Parece ser que los informes que proporcionaba este espía, dieron las bases para el ametrallamiento que sufrió Concepción algún tiempo después.

Estas y muchas otras historias se cuentan de los espionajes y contraespionajes en ambos países en conflicto. Con todo, es un tema que aún no se estudió con detenimiento, pese a haber sucedido hace siete décadas y forma parte de nuestras historias nacionales.
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