Lala y su love affair

La soprano Svetlana Evreinoff llegó a nuestro país a los 10 años, hace más de seis décadas. Cuarenta años de trayectoria en el escenario y veintiséis en la docencia demuestran su absoluta entrega y aporte al arte. Ahora escribe sus memorias.

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Elegantemente ataviada, Lala, como la llaman cariñosamente, nos esperó en la acera de su casa en las cercanías del Puente Remanso “por si nos perdíamos”. Una vez adentro, sus mamushkas, fotografías, recuerdos, objetos y todo el decorado nos remontaron a un tradicional hogar ruso.

Svetlana Evreinoff tenía solo 10 años cuando llegó a nuestro continente, hace más de seis décadas; gran parte de esos años, los pasó en nuestro país, 23 en EE.UU., "y cantando por el mundo". “Nací en Harbin Manchuria, China, pero crecí en el Paraguay, maduré en los Estados Unidos y estoy envejeciendo aquí”, cuenta.

Cinco años atrás, luego de 40 años de trayectoria, decidió jubilarse en su cumpleaños número 70. “Aunque todavía de vez en cuando canto, pero ya no en grandes conciertos. Porque uno no puede ser Romeo o Julieta toda la vida”, afirma.

Lala incursionó en la música a los tres años con el piano. “Mis manitas eran pequeñas y mis piecitos no alcanzaban los pedales”, recuerda. Y a los 15, un día, empezó a cantar gracias a los valses de Strauss que se emitían en un programa de Radio Cáritas. “Y solamente lo hacía cuando estaba sola en casa, porque sentía vergüenza”.

La rutina de canto siguió hasta que una vecina le dijo a su madre: “No sabía que su hija canta”. “Mi hija es pianista”, contestó doña Ludmila, cortante. Pero un día, cuando la voz de ruiseñor de Lala inundaba la sala, su madre irrumpió emocionada, llorando de alegría: “¡Mi hija canta!”. Entonces empezó a estudiar con una profesora rusa, aunque el piano siempre fue prioridad, por lo cual se perfeccionó con el Prof. polaco Erwin Brynicki. “No sé por qué para ejecutar el piano nunca fui tímida en público, pero sí para cantar, hasta que aprendí ese gusto, esa magia del escenario, y al sentirlo bajo mis pies, para mí fue adrenalina pura”.

Debido a la revolución, sus progenitores, de origen ruso, fueron educados en China. Su padre, Nicolás, era ingeniero, y su madre, Ludmila, odontóloga. “Mi mamá es descendiente directa del conquistador mongol Genghis Khan”. Si bien no proviene de una familia de artistas, a Lala siempre le atrajeron el arte, la música y el baile. “También dibujaba bastante bien. Fui muy afortunada; tuve unos padres que me dieron todo lo que pudieron porque cuando llegamos aquí éramos refugiados, muy pobres”.

Los Evreinoff llegaron aquí gracias a la visa otorgada por la Misión paraguaya que había ido a Filipinas a buscar gente para trabajar.

Su padre, que jamás había sido agricultor fue, prácticamente, el único que cumplió la promesa de labrar la tierra. “Y aunque teníamos visa para Australia, él pensó que esta tierra virgen tenía mucho futuro, y así fue; él luego se convirtió en un gran empresario.

Consciente de que debía tener una profesión, Lala estudió Derecho para cumplir el deseo de su padre de que fuera diplomática; don Nicolás deseaba que ella fuera representante cultural del Paraguay. “Pero papá murió cuando yo estudiaba el tercer curso, y pronto el deseo pasó al olvido”.

En 1964, luego de graduarse de abogada, fue becada a EE.UU. por las Naciones Unidas para tomar un curso de Intérprete simultánea. En diciembre de ese año, ya vivía en Nueva York. La beca era en principio solo por un año, pero luego se extendió a dos. “Y recién a los 25 empecé a estudiar en el conservatorio. Pero entré en una muy buena universidad, la segunda mejor, la Mannes College of Music, y fue una muy linda experiencia, al punto que, aún sin graduarme, ya empecé a enseñar piano en los cursos nocturnos”.

Entretanto, obtuvo su carné como intérprete y traductora, y mientras estudiaba canto por la noche, trabajó siete años en una empresa automotriz y, finalmente, en la corte para el Gobierno, pero siempre combinando entre conciertos. “No ejercí la abogacía aquí, pero sí en EE.UU., como paralegal, porque tenía que rendir unas materias para equiparar el título, pero no lo hice porque era o cantar o eso, y cantar, ¡toda la vida!”.

En 1987, invadida por el “techaga’u”, regresó, ya que llegó a los 10 años y lo añoraba todo. Además, “quise formar una escuela de canto de alto nivel; devolver todo lo aprendido. Por eso digo que mi love affair con Paraguay ha durado 65 años”.

Por sus manos pasaron unos 500 alumnos, muchos de los cuales están en Oriente, Europa y Asia. “Amambay Cardozo Ocampo, Los Alfonso y varios cantantes que están en Uninorte tomaron cursos conmigo. Uno de los que están surgiendo en Europa es Juan José Medina. Mi niño desde los 8 hasta los 18 años. Yo lo formé musicalmente. Apenas tiene 21 años y muy buena voz. Así también los presentadores Mario Ferreiro −un encanto, ¡me daba unos abrazos de oso!−; Carlos Troche, Yolanda Park y otros más”.

Lala destaca que aunque tuvo muchas propuestas, no se casó por cobarde. “Pero fui muy feliz; devolví el anillo siete veces. Todos fueron hombres maravillosos en mi vida. Si bien no tuve hijos biológicos, adopté 32 chicos, que ahora tienen su profesión, casa y familia, así que tampoco estuve en balde en la vida. Y como no conseguí ninguna ayuda para seguir con el conservatorio Evreinoff, todo lo hice sola, a pulmón”. También tenía una fundación de arte y cultura con muy buenos precedentes, cuando aún estaba muy activa con los conciertos. “Pero ahora me es difícil encargarme, por lo que anda a medias”.

A los que quieran iniciarse como artistas, Lala les recomienda que si hay talento, sigan adelante, pero que tengan una profesión aparte que les pueda dar el pan diario. “Hay que prepararse. Si hay ambiente propicio para el arte, fantástico, pero hay que seguir una rigurosa disciplina; lo cual no significa renunciar a cosas. No hay que ser tan fanático, pero saber cuidarse y estudiar de memoria todo el repertorio y también respetar el idioma en que fue compuesta la pieza”.

Lala le está dando los últimos toques a su libro El love affair que dura 65 años, sobre lo más destacado de su vida en Paraguay en cuanto a su labor de cantante y profesora.

De estos 65 años, lo que ha sacado en positivo es que ha formado bastante. “Paraguay significa para mí algo profundo, muy humano, con gente maravillosa y otra, no tanto. No ha sido fácil cuando vinimos la primera vez ni cuando regresé en el 87, pero cada entrevista que me hicieron, conciertos, el aplauso del público, las flores que recibí, eso es inolvidable. Siempre fui muy bien recibida y eso lo llevaré conmigo toda la vida”.

El 12 de julio pasado, Lala celebró 75 años. Comenta que muchos colegas suyos del conservatorio se hicieron famosos. “Si yo hubiera nacido en un ambiente en el que no hubiera necesitado trabajar, también me hubiera podido dedicar por completo al canto y hubiera sido mucho más feliz”. Pero a veces los sueños chocan con la realidad de la vida. “Muchos compositores me dedicaron sus obras, por lo que tengo lindas memorias que hasta parece que hubiera hecho el doble de lo que hice si hubiera estado en Hollywood solamente dando conciertos, pero lo que conseguí, orgullosamente, puedo decir que nunca comprometí mi conciencia. De corazón enseñé, canté, crié a los chicos. No ha sido fácil, pero muy satisfactorio. Estoy muy feliz porque la música y mis alumnos me mantienen joven”, concluye.

mpalacios@abc.com.py 

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