La información hoy disponible en las distintas plataformas locales, regionales e internacionales, son bastante coincidentes en plantear un escenario poco alentador al futuro del hombre y otras especies, si es que no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero; si no se restringen las actividades extractivas y expoliadoras de los recursos naturales; si no se cumple con los compromisos internacionales acordados como ser los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); y lo mismo con el régimen legal vigente en materia de protección ambiental y de especies amenazadas.
LA REALIDAD
Son millones los habitantes del planeta que demandan alimentos; y son también miles quienes se ven afectados por el aire contaminado que se respira; por las plagas y enfermedades; por los productos químicos que resultan de la aplicación en campos cultivados con granos y en otros que no cumplen con la legislación ambiental y con lo que establecen los principios de las Buenas Prácticas Agrícolas.
La falta de seguridad alimentaria y de un saneamiento básico, por la falta de agua potable o la contaminación de la misma, también aparecen como causantes de deficiencias y enfermedades que afectan a las poblaciones más vulnerables y de menores recursos económicos y educativos. En este contexto, la deforestación con fines comerciales, agrícolas y ganaderos, también ocupa su espacio; así cómo la cría estabulada de animales sin cuidar las normativas del bienestar animal y los principios de la ética animal.
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En nombre del progreso, se avanza a expensas de los árboles y bosques nativos: hábitat natural de innumerables especies animales y vegetales hoy amenazados o ya extinguidos; que son las que se encargan de mantener equilibrios en los ecosistemas y evitar la proliferación y avance de enfermedades para el hombre y animales, como las que provocan los mosquitos trasmisores del dengue, zika y chikunguña, garrapatas, entre otras. Y esto pese a reconocerse los beneficios socio-ambientales que ofrecen los bosques, arboledas y árboles, de ayudar al eco-turismo; a las investigaciones científico-biológicas nacionales e internacionales; de contribuir a la preservación de los suelos; minimizar la liberación de anhídrido carbónico y otros gases a la atmósfera, para mitigar los efectos del calentamiento global; ser fuente de alimentos y refugio de pueblos originarios (hoy en riesgo y causantes de la migración ambiental a los centros poblados); animales, abejas melíferas y otros insectos polinizadores y responsables de producir alimentos para el hombre. Ni hablemos de la problemática de los residuos industriales, domiciliarios, plásticos, chatarra electrónica y otros cuya acumulación crece a una velocidad superior a las acciones que buscan su reducción, reutilización o reciclaje.
Tampoco consideremos los efectos del cambio climático, con sus ciclos de inundaciones y sequías; los humedales hoy amenazados por cultivos y otros emprendimientos que anteponen los beneficios económicos a los que por años han caracterizado estos ecosistemas de valor mundial.
Los llamados a la atención a todo nivel, no encuentran la respuesta que hoy se necesita. La recomendación de aplicar prácticas sostenibles de producción; poniendo límites a la ambición desmedida, al lucro exagerado; a la explotación no planificada de los recursos naturales - salvo experiencias puntuales - no están difundidas ni se aplican como urge hoy día. La educación y los hábitos de producción, consumo y desecho, en la mayoría de los casos no contribuyen a mantener un ambiente más sano, con un aire menos contaminado.
UNA ALTERNATIVA CLAVE
Sin dudar, la educación y la capacitación con objetivos definidos a todos los niveles etarios y de roles que tienen los habitantes de cada país, es la clave para lograr revertir este escenario que se muestra poco alentador para el futuro. Terry Swearingen, activista ambiental estadounidense, ganadora del Premio Goldman, el "Nobel" del medio ambiente, afirmó: "Vivimos en la Tierra como si tuviéramos otra a la que ir"
(*) Especialista en Comunicación Rural
