La mala vida

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Un cuento de la recientemente fallecida escritora Dirma Pardo de Carugati (Buenos Aires, Argentina, 10 de diciembre de 1930-30 de junio de 2020).

Salió del hotel-residencial con paso lento y cadencioso. Sacó un espejito de la cartera y verificó su arreglo. Todo estaba bien; no se habían corrido el carmín de sus labios finos y bien delineados, ni el rímel de sus arqueadas y abundantes pestañas. Le agradó mirarse.

A los diecisiete años su belleza estaba en todo su esplendor y aunque el maquillaje y los tacones altos le daban más edad, no había perdido ese aire de criatura inocente.

Con un movimiento de innata coquetería sacudió hacia atrás su melena rubia y echó a andar por las calles de baldosas rotas y sucias, hasta llegar al sitio elegido, su puesto de espera, que compartía con otras víctimas de igual destino.

El barrio estaba oscuro; los faroles muy altos y de luz amarillenta no lograban disipar las sombras que proyectaban los árboles en la acera. No obstante, cerca de la esquina y a contraluz, su figura se perfilaba como una silueta negra recortada con hábiles movimientos de tijera por un veloz retratista de feria.

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«Cada tanto pasa un automóvil con algún conductor desprevenido que se asombra de vernos así, en evidente actitud de oferta. O bien, es un curioso a quien han informado de nuestra presencia. Algunas mujeres nos gritan inmundicias. Esporádicamente vienen turistas en busca de aventuras y finalmente, también llegan los que vienen a comprar nuestro amor a destajo.

Nos respetamos los turnos con los clientes nuevos, así como reconocemos el derecho de que los visitantes habituales se lleven la pareja que ellos elijan. Pero a veces nos pasamos horas, noches enteras sin que nadie aparezca. Entonces, el fastidio, el cansancio, nos ponen los nervios de punta y discutimos.

En las peleas, yo siempre llevo la peor parte. A mí me echan en cara mi origen de “buena familia”, que mis padres tengan dinero, que yo no necesite trabajar y que sólo me dedique a esto por vicio. ¿Por vicio? Si es así, ese es mi problema y a nadie más le incumbe. Pero en el fondo yo sé que no es verdad. También importa a mis padres. Sé que ellos sufren mucho. Y bueno, ¿qué voy a hacer? A mí no me gusta estudiar. Cuando dejé el colegio ellos querían que me dedicara a hacer algo. Mamá pensó que podría estudiar piano, ya que me agrada la música. Papá opinó que tendría que practicar deportes. Él me quería enseñar a jugar tenis. Le hubiera gustado que fuera tenista y ganara premios. Pero por sobre todo, ambos desearían que yo hiciera una vida normal, que me enamorara, me casara y les trajera nietecitos.

¡Pobres! Los he defraudado. A mí solamente me gusta bailar, ponerme lindos vestidos y que los hombres me miren. Dicen que ando por mal camino. Ya ni amistades tengo.

Anoche tuve mala suerte. No lo vi llegar a papá; me di cuenta de que era él cuando frenó el auto a mi lado y ya no tuve tiempo de esconderme. Me alumbró con los faros, bajó la ventanilla y con rabia y pena me dijo: ¡Otra vez en la calle! Me das asco. Subí inmediatamente, no voy a permitir que estés causando escándalo. Por lo menos mientras seas menor de edad no voy a tolerarlo. Subí al auto te digo. Subí, Raúl, vamos a casa».

(Dirma Pardo de Carugati, La víspera y el día, Asunción, Editorial Don Bosco, 1995.)