Lo que Policarpo Patiño nos dice hoy

Sobre Policarpo Patiño, el famoso fiel de fechos que fue algo más que una mera sombra del Doctor Francia, escribe el historiador Thomas Whigham en este artículo que, a partir de una rica documentación de diversos archivos, nos muestra cuántas lecciones puede enseñarnos el pasado.

El Paraguay de mediados del siglo XIX. Un rancho paraguayo según un xilograbado del Illustrated London News (1865).
El Paraguay de mediados del siglo XIX. Un rancho paraguayo según un xilograbado del Illustrated London News (1865).Archivo, ABC Color

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El nombre de Policarpo Patiño sigue provocando controversias en Paraguay, quizá porque el actual Presidente de la República es hijo de un hombre que cumplió, en el régimen del general Stroessner, un papel similar (en algunos aspectos) al de Patiño en el del Supremo Dictador, el Doctor Francia. Para mí, es solo una curiosa coincidencia. Creo que Patiño merece ser juzgado en sus propios términos y en los de su época. De hecho, he escrito sobre su papel en el Estado francista en otras ocasiones (1), pero quiero aprovechar la oportunidad de refrescar un poco mi memoria y exponer a la generación más joven de lectores a un hombre que era algo más que una mera sombra del Karai Guazú.

Para algunos académicos modernos, la carrera de Patiño representa los peores aspectos de la burocracia autoritaria –la corrupción personal, la sumisión total a su amo, el desdén por cualquier otra consideración–. De modo similar, para el novelista Augusto Roa Bastos, Patiño, dispuesto a servir de «fiel de fechos» a un líder autoritario, era un hombre hipócrita y obsequioso. En Yo el Supremo, se le presenta aterrado por la rabia del Doctor Francia y contradiciéndose constantemente a sí mismo en sus esfuerzos por aplacarlo. Pero la opinión de Roa es solo una entre varias que merecen nuestra atención. Otros (no pocos) lo pintan como un leal servidor de un régimen legítimo, como un trabajador eficiente para la causa, no del sistema dictatorial, sino de la independencia nacional.

Ambas visiones están basadas en imágenes tradicionales del hombre y de su tiempo, antes que en los datos disponibles en el Archivo Nacional de Asunción. Una rápida mirada a esta documentación puede aportarnos un retrato más equilibrado de Patiño. Había sido que esta figura del periodo francista debía su éxito a su capacidad profesional y su clara caligrafía. Su talento fue tempranamente captado por el ojo del Supremo, y así Patiño, escalando rangos, de escribiente a representante gubernamental en Ycuamandyyú y, en 1824, asistente de Tesorería en la capital, llegó a ser su secretario y «fiel de fechos» un año después de la muerte de Bernardino Villamayor y permaneció en ese puesto hasta el fallecimiento del Dictador.

Patiño era omnipresente en la Casa de Gobierno. Concedía las audiencias, transcribía los documentos, visitaba las cárceles y consultaba con el Supremo y, presumiblemente, con sus propios conocimientos, asuntos de rutina. Patiño comenzó a firmar documentos oficiales que no llevaban la rúbrica del Doctor Francia. Componiendo, y muchas veces anunciando personalmente, las decisiones, decretos y órdenes francistas, llegó a ser el blanco del odio popular. Y es este odio lo que se convierte en tradición que pasa de padres a hijos y de hijos a nietos.

Puedo ofrecer un ejemplo interesante para ilustrar cómo Patiño utilizó su puesto para tener más peso y enriquecerse, aunque dudo un poco en hacerlo, porque mi información es irritantemente incompleta. Pero aquí está: hace dos o tres décadas, mientras realizaba una investigación en la Sección Expedientes Administrativos del Archivo General de la Provincia de Corrientes, encontré un documento, fechado a mediados de la década de 1820, con una lista de cargamentos de yerba, cueros y frutos del país exportados desde Paraguay al sur, a Buenos Aires, pasando por el puerto de Corrientes. Solo quedaba el índice, que enumeraba aproximadamente una docena de comerciantes paraguayos que habían enviado mercancías y que indicaba que tenían alrededor de media página de mercancías por cabeza, excepto uno, que tenía más de veinte páginas. Su nombre era Policarpo Patiño. Ahora bien, dado que solo disponía del índice para trabajar, no puedo decir mucho sobre el contenido del documento ni precisar con exactitud qué tan significativo pudiera ser. Pero lo menciono de todos modos, dejando a los lectores que juzguen su importancia.

Algo que sí puedo mencionar con mayor confianza es el factor de obvia corrupción. Pese a lo que algunos dicen, es muy claro que la corrupción no estuvo ausente durante el franciato, y que Patiño estuvo envuelto en ella. Esto puede constatarse en documentos del Archivo que registran un considerable número de ventas de tierras en Asunción y alrededores, y en Villarrica, realizadas por él y su familia entre 1820 y 1836 (2). Como Patiño no venía de familia rica, uno se siente tentado a preguntarse si no valdría la pena ser funcionario estatal durante el periodo francista. Patiño también estuvo envuelto en litigios sobre ciertas deudas acumuladas y rechazadas a pagar (3).

En 1835, el nombre de Patiño estuvo asociado a un extraño caso legal, cuando denunció a una campesina por tratar de inducir al aborto a su hija y envenenarla. Una detallada investigación del Doctor Francia sacó a luz otra historia: la hija había pedido el aborto, y Patiño había mentido al respecto (4).

Como prueba de su influencia sobre el Dictador Supremo, Patiño no fue encarcelado y conservó su poderosa posición. Francia, evidentemente, lo encontraba demasiado útil para despedirlo. Incluso podríamos, razonablemente, suponer que Patiño sabía demasiado acerca de cómo funcionaba realmente el gobierno, y que al Dictador le interesaba mantener bajo su control ese conocimiento; o, para decirlo con un cliché, uno debe mantener a sus amigos cerca, y a sus enemigos más cerca todavía.

El Doctor Francia murió en setiembre de 1840. Considerándose su legítimo heredero, Patiño trató de forjar una alianza con los comandantes de las guarniciones de Asunción. Pero ellos no tomaron en cuenta sus propuestas. En pocas horas, el alcalde Manuel Antonio Ortiz y los jefes de las guarniciones anunciaron a Patiño la formación de una Junta Provisional de Gobierno, en la cual él tendría un papel insignificante (5).

La reacción de Patiño no ha sido documentada, pero ya sabía lo que sería su futuro. Antes del 30 de septiembre, fue arrestado bajo acusaciones de desfalco público y encadenado en un sótano. Allí, dominado por incertidumbres y temores sobre su destino, el secretario y «fiel de fechos» del difunto Supremo se ahorcó con las cuerdas de su hamaca. Con regocijo público, sus restos fueron paseados por las calles como prueba de su muerte. Ninguna iglesia permitió que su cadáver entrara en suelo consagrado, y, tras muchas discusiones, fue enterrado en el patio de una de sus casas (6).

Antes de bajar el telón sobre esta interesante figura del pasado paraguayo, permítanme los lectores relatarles una anécdota que muestra cómo un joven historiador puede aprender una buena lección de un historiador mayor. A principios de la década de 1980, trabajando en una investigación sobre la historia comercial del Paraguay en el Archivo Nacional de Asunción, encontré en la Sección Nueva Encuadernación un recurso judicial sobre una transacción de tierras de 1841 o 1842, firmado nada más y nada menos que por Policarpo Patiño. Me sorprendió, porque sabía que Patiño se había ahorcado en la cárcel en 1840; o al menos, pensé, eso tenía entendido, pero aquí estaba la prueba de que la conocida historia no era cierta. No hace falta decir que esto me emocionó y me dije que había descubierto algo que cambiaría un detalle importante de la trayectoria histórica del Paraguay. Más tarde, ese mismo día, fui a ver a mi amigo Alfredo Viola, a quien muchos en Asunción recordarán como historiador del Doctor Francia y director de la Biblioteca Nacional. Viola era un hombre muy agradable, y al escuchar mi noticia me sonrió con indulgencia, y no sin simpatía. «Verás, Tomás, es así: el documento lo firmó otro Policarpo Patiño. Otro tipo con el mismo nombre. Yo también me sorprendí cuando vi el documento por primera vez, hace veinte años, pero, si observas la rúbrica, verás que no es el famoso Policarpo».

Bueno, pues el profesor Viola tenía razón. Las rúbricas no eran las mismas. Y al pensar en mi difunto amigo, nunca olvido su sonrisa y la importante lección que me enseñó: que las cosas no siempre son lo que parecen. Y esa es también, supongo, una de las lecciones que el caso de Patiño puede todavía enseñarlos hoy.

Notas

(1) T. Whigham, «Policarpo Patiño. La sombra detrás del poder», ABC Color (Asunción), 24 de septiembre de 1988.

2) Por ejemplo, ver Tierras de Patiño en la capital (San Francisco), 14 de diciembre de 1825, en ANA, Sección Propiedades y Testamentos, vol. 193, no. 9; en Tuyucuá, 4 de octubre de 1834, en ANA, Sección Propiedades y Testamentos, vol. 410, no. 1; y en Pirayú, 12 de enero de 1837, en ANA, Sección Propiedades y Testamentos, vol. 72, no. 8.

3) Por ejemplo, ver Justo Pastor Cañiza contra Policarpo Patiño, por deuda, 15 de octubre de 1814, en ANA, Sección Judicial Criminal, vol. 1320.

4) Denuncia de Patiño contra la china Josefa Ignacia, 16 de marzo de 1835, en ANA, Sección Judicial Criminal, vol. 1514.

5) Juan Andrés Gelly, El Paraguay: lo que fue, lo que es y lo que será (París, 1926), p. 61.

6) Julio César Chaves, El presidente López: vida y gobierno de don Carlos (Buenos Aires, 1985), pp. 5-6.

Profesor emérito de Historia, Universidad de Georgia

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