Rosa Brítez y la materia de la vida

Adiós a la ceramista paraguaya Rosa Brítez (Itá, 9 de abril de 1941-Itá, 20 de diciembre del 2017).

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Itá es una pequeña población dedicada en gran parte a la producción artesanal de cerámica –es una de sus principales actividades económicas–. Sus alfareros son conocidos por sus características figuras –su fauna salvaje y doméstica, sus gallinitas de la suerte (negras para el trabajo, blancas para el amor), las enigmáticas facciones de sus astros antropomorfos–. Al igual que todos los principales centros alfareros del Paraguay actual, al parecer fue ya un sitio importante de producción nativa: «Itá, Tobatí, Altos e Ypané –escribe Ticio Escobar– fueron asientos de indios; Areguá e Ypacaraí no constituyeron táva, pero se encuentran en lugares que, cercanos al lago Ypacaraí, eran preferidos por los antiguos carios para producir cerámica» (1). Fue también posteriormente una reducción franciscana (de acuerdo a una leyenda, un sacerdote llamado fray Tomás de Aquino enseñó a las mujeres del lugar a hacer cántaros con el barro que allí abunda). La cerámica popular paraguaya resulta de un largo proceso de hibridación iniciado durante la Colonia con la adaptación de la tradición alfarera originaria a los nuevos usos de la cultura mestiza manteniendo ciertas constantes estilísticas que le han dado su fisonomía peculiar.

Si el viajero sale de Asunción y toma la Ruta I, encontrará, poco antes de llegar al centro urbano de Itá, la casa donde, hasta hace cuatro días, vivió Rosa Brítez. Que, nacida en Itá en 1941, aprendió a los nueve años el oficio de una tía suya que la cuidó desde que, a los seis, quedó huérfana de madre. Representó en barro escenas de la vida y personajes de su pueblo natal. El entierro del «angelito», el «casamiento koygua» con los desposados y sus amigos y los ruidosos miembros de la orquesta local, la procesión de San Blas –la fiesta más grande de Itá– con los fieles, el pa’i y los portadores del «kurusu cirio». La briosa vendedora a lomo de caballo o en carreta, la chipera con su enorme canasto humeante, la burrerita y su carga de mandioca, frutas y choclo. Sus primeras obras fueron cántaros, fuentes y platos. Desde entonces, poco a poco, con la dúctil materia entre las manos, fue descubriendo las infinitas posibilidades de figuración del barro –el barro negro, el barro «hu»–, que no tiene forma y puede convertirse en cualquier cosa, y sus figuras fueron cada vez más inesperadas y más suyas. Fueron apareciendo en sus grandes platos los rotundos rostros del Sol y la Luna, y luego, sin destino utilitario, sus figurillas de personajes populares y animales –como el tímido «tatu bolita»–, los mil fragmentos de un animado mundo cotidiano poblado también por seres míticos –luisones, kurupíes, pomberos– que igualmente representó, y sus escandalosas parejas de amantes.

Cuando comenzó a trabajar en esas parejas, que ilustran una a una las posturas de la cópula hasta completar un minucioso itinerario erótico en el cual las formas de la pasión cobran volumen con tan rotunda síntesis formal que cada una parece hecha de un solo ademán, «su vecina le gritó que no tenía vergüenza –escribe Adriana Almada–, que una mujer con criaturas en la casa no podía tener “eso”. Los parientes se callaban y el resto del pueblo censuraba silenciosamente el surgimiento de una de las creaciones hoy más difundidas y apreciadas del arte popular paraguayo» (2).

Al barro vuelve todo y en el fondo del barro, caótico y amorfo elemento primero de la vida, se resuelven así las infinitas y mudables figuras de lo viviente, pero de esa misma rica noche de sus entrañas nacen todas también, como sabía –pues aprendió con sus manos el viejo arte de dar a luz los seres invisibles que guarda la materia– Rosa Brítez, artesana del pueblo de Itá, donde nació, donde creció en el seno de una familia de ceramistas, donde asistió a la escuela hasta el tercer grado de la primaria, donde se dedicó a su primera y última pasión desde los nueve años de edad hasta el fin de sus días, donde ha muerto durante la madrugada de este miércoles 20 de diciembre del 2017 y donde, con el barro negro de su antiguo oficio, dio a las tradiciones y hechos de su pueblo forma y vida nuevas.

Notas 

(1) Ticio Escobar: Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay, T. I, Asunción, Centro Cultural Paraguayo Americano, 1982, 362 pp.

(2) Adriana Almada: Colección privada. Escritos sobre artes visuales (en Paraguay), Asunción, Fondec, 2005, 325 pp.

juliansorel20@gmail.com

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