Keynes sigue tan vigente. A diferencia de otras publicaciones intento llegar también ahora a los no economistas, o sea, al público en general, resaltando que las principales controversias en economía se dan entre la escuela clásica y la escuela keynesiana.
(*) Escuela clásica: Cree que los mercados funcionan mejor si se les deja en libertad. Considera que el mundo está integrado por individuos que actúan racionalmente en su propio provecho en unos mercados que se adaptan rápidamente a los cambios de las circunstancias. Se afirma que el Estado probablemente no hará más que empeorar las cosas que interviene.
Escuela keynesiana: Considera que la intervención del Estado puede mejorar significativamente el funcionamiento de la economías.
En la década de 1960 debatieron estas cuestiones los monetaristas encabezados por Milton Friedman, por un lado, y los keynesianos, entre los que se encontraban Franco Modigliani y James Tobin, por el otro. (*) Macroeconomía. Rudiger Dornbusch - Stanley Fischer. McGraw-Hill.
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Luego por supuesto siguen otros protagonistas de una y otra escuela, pero ahora no es necesaria la extensión sobre el punto de las escuelas de economía. Los últimos artículos en el suplemento económico pretenden descalificar a la escuela keynesiana, pero muy por el contrario, es la que nuevamente está dando luz a la oscuridad en el actuar en cuestiones económicas. Estamos ante una situación de dar soluciones a corto plazo, apagar el incendio, contener la pandemia, salvar vidas, salvar el consumo y seguir en carrera, por así decirlo. Oportunas y necesarias son las acciones por parte del Estado, leyes especiales y temporales, el endeudamiento forzoso, cuarentena, programas Ñangareko y Pytyvõ y otras medidas de urgencia vía decretos dictados por el Poder Ejecutivo. Hoy, dejando de lado las discusiones sobre la libertad de mercado y la participación del Estado en la economía, debemos atender lo urgente, la continuidad de la demanda, porque de lo contrario, de qué servirá el apoyo a sectores productivos si no existe poder de compra (hay que tener plata) que luego se transforma en demanda de bienes y servicios. No basta con fortalecer la oferta de tales bienes y servicios si no existe capacidad de compra.
La oferta de por sí no crea la demanda en todos los casos; en muchos sí, como el avance de la tecnología cuando sale un nuevo modelo de automóvil, de celulares, etc., y crea la demanda por gusto o moda. Pero no siempre es así, como por ejemplo cuando el limpiaparabrisas en el semáforo crea en un descuido la oferta de un servicio, resulta que casi nunca responde la demanda, o cuando por más que se haga llegar una superoferta de costilla ancha para asado a G. 10.000 el kilo a quien es vegetariano, o más aún vegano, tal oferta no solo será descartada, también será repudiada. El único ofrecimiento válido es el que satisface una demanda, y la demanda se crea a partir de la decisión de satisfacer las necesidades que son ilimitadas en el individuo y en la sociedad y es el desafío fundamental de los economistas tratar de satisfacerlas, considerando los escasos y limitados recursos. Pasan los días y pasarán, y el Gobierno no tiene por qué presentar un plan de reactivación económica, no estamos en una economía planificada o dirigida, nos encontramos en libre comercio, con regulaciones como en muchos países desarrollados. Es el sector privado el que crea la riqueza, el Estado debe promover acciones de incentivos, apoyo y seguridad para el desarrollo de una economía basada en las leyes de la oferta y la demanda. Y efectivamente, el Estado lo viene haciendo porque en esta coyuntura que vivimos jamás el libre mercado hubiese sido capaz de dar contención y enfrentamiento al ataque pandémico, menos las empresas renunciar a ganancias significativas, cosa que solo el Estado es capaz de hacerlo. Como simple ejemplo, mientras los bancos privados han despedido a muchos funcionarios, el Banco Nacional de Fomento ha contratado al menos 30 funcionarios. Aclaro que no ocupo ni ocupé cargo público alguno, todo mi actuar laboral y profesional se dio y se da en el sector privado, no por indiferencia menos animosidad con el sector público, sí como usuario del mismo, contralor y servicial como cualquier ciudadano del país.
(*) Economista y docente (UNA).