La memoria del riesgo

En el seguro, cada póliza, con sus cláusulas, exclusiones y coberturas que hoy parecen tan obvias nacieron de un evento que alguna vez sucedió: una inundación que nadie esperaba, un fallo estructural improbable, un incendio impensable, un accidente que expuso un vacío legal. Ese conjunto de experiencias, algunas complejas y mediáticas, otras silenciosas, constituye lo que se da en llamar la memoria del riesgo: un archivo “vivo” de todo aquello que el mundo ha aprendido a enfrentar, corregir, reparar y prevenir. Sin esa memoria del riesgo, las pólizas serían frágiles, incompletas e incapaces de proteger lo que realmente importa. Con ella, en cambio, la industria del seguro tiene la capacidad de anticiparse incluso a escenarios todavía inexistentes y reinterpretar el pasado, como una forma de evitar que un daño ya conocido se repita con la misma crueldad. Así, un gran incendio urbano obligó a crear las primeras reglas modernas de aseguramiento contra fuego; una oleada de naufragios perfiló las primeras tablas actuariales marítimas; una crisis financiera introdujo cláusulas nuevas sobre responsabilidad de directivos; una pandemia despertó un debate mundial sobre exclusiones que antes parecían hipotéticas. La memoria del riesgo es en esencia entonces, historia y estadística.

Cada evento se convirtió luego en un “número”, inserto en lo que se dio en llamar “tabla actuarial” y que con el tiempo van acumulándose datos y más datos, hasta formar patrones, y de esos patrones nacen decisiones de suscripción o de cobertura. Así, los eventos extraordinarios —una pandemia global, un ciberataque masivo, un colapso económico repentino— no desaparecen luego de ser olvidados por la memoria social, quedan inscritos en el “ADN” del seguro y cada vez que ocurre un evento que revela una vulnerabilidad no prevista, la industria del seguro reacciona, primero con sorpresa, luego con cautela y finalmente con un producto nuevo.

De esta manera nacen las coberturas que hoy conocemos. ¿Pero quiénes analizan a profundidad esa memoria? Se denominan suscriptores. Trabajan con un pie en el presente y otro en la historia. Analizan patrones, recuerdan lecciones costosas, conectan causas y consecuencias. Si un vendaval dejó pérdidas millonarias se ajustan las primas y se crean mejores mapas de exposición. Pero aún con toda la memoria inserta en la historia, los riesgos mutan y siempre queda un territorio incierto: los riesgos emergentes. Estos son escenarios que no tienen un pasado claro, pero muestran señales que no pueden ignorarse.

En la actualidad tenemos ejemplos como la inteligencia artificial que puede estar fuera del control humano; la manipulación de identidades digitales; los hogares hiperconectados vulnerables a fallos sistémicos; y aquellas profesiones que desaparecen de un día para otro por automatización.

La industria del seguro trabaja observando esos indicios, interpretando experiencias parciales, construyendo hipótesis basadas en eventos similares. Así es como se formarán pólizas que cubran escenarios futuristas, aún antes de que ocurran y los eventos del presente y del pasado funcionarán como puntos de referencia para los productos del mañana.

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La memoria del riesgo entonces es la bitácora oculta de la industria aseguradora. Permite anticipar, corregir, crear y transformar productos para proteger mejor a personas, empresas y sociedades enteras.

Cada siniestro deja un sello. Cada fallo revela una vulnerabilidad. Cada evento extraordinario impulsa una necesidad de mejora. En el seguro, el pasado no es un peso, es una herramienta y una fuente inagotable de claridad para construir futuras coberturas acompañando la evolución de la humanidad.

Complejas y mediáticas

Conjunto de experiencias, algunas complejas y mediáticas, otras silenciosas, constituye lo que se da en llamar la memoria del riesgo.

(*) Abogado.