—Mis flores se han marchitado. Anoche estaban todas muy hermosas y, ahora, sus hojas cuelgan mustias, casi sin vida. ¿Puedes explicármelo, estudiante?
La pequeña Ida miró anhelante al joven, quien se esforzaba por mantenerse serio por el gran cariño que sentía hacia la niña.
—¿De veras quieres saberlo? No lo vas a creer. Tu familia va a terminar prohibiéndome venir a tu casa.
—No lo permitiré. Solo tú me cuentas historias preciosas. Dime, ¿por qué mis flores tienen hoy una cara tan triste?
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—La pasada noche, tus flores fueron al baile.
—¡No te burles! ¡Las flores no bailan!
—Claro que sí. Apenas nos acostamos nosotros, ellas organizan sus fiestas.
—¿Dónde bailan las flores? ¡Oh, cómo me gustaría verlo!
—¿Conoces el jardín del gran palacio, en el que el rey pasa el verano? Pues allí se celebran las más hermosas fiestas. Son unos bailes magníficos e intervienen, además, los cisnes del estanque.
—No es posible, estudiante. Ayer fui a ese jardín con mi mamá. Se habían caído las hojas de los árboles y no quedaba ni una flor. ¿Dónde se habrán ido?
—Están dentro del palacio —dijo el joven—. Cuando el rey y la Corte vuelven a la capital, las flores corren a refugiarse en los grandes salones, a divertirse. Las dos rosas más bonitas se sientan en el trono. Cuando comienza el gran baile, las violetas se convierten en guardias marinas y danzan con los jacintos y azafranes. Los tulipanes y las azucenas son los cortesanos que gozan del favor real.
—¿Y nadie recrimina a las flores por bailar en el salón real?
—Es un secreto muy bien guardado. Cuando el viejo guardián recorre el palacio para comprobar que todo está en orden, las flores, que tienen un oído muy fino, se ocultan detrás de los tapices y hasta debajo de los muebles. Alguna vez, el vigilante se detiene y murmura: «Aquí huele a flores».
Pero como no ve a ninguna, se retira. ¡Si vieras cómo se ríen las pícaras margaritas y los revoltosos claveles!
—¡Qué divertido debe ser! ¿No podría yo verlo?
—Solo tienes que acercarte muy despacito a una de las ventanas, para que no te oigan. Las flores, aunque no lo creas, pueden volar. ¿Te has fijado en las mariposas? Las hay de todos los colores. En realidad, lo fueron en otro tiempo y algunas todavía lo son. Se desprenden del tallo y agitan las hojas, como si fueran alas.
Los ojos de la niña se habían agrandado por el asombro.
—¡Oh! —solo pudo exclamar.
—Voy a decirte algo que dejaría pasmado al profesor de botánica, quien vive aquí cerca. Son las mariposas las que comunican a las flores de la ciudad la noticia de que se va a celebrar una fiesta en el palacio.
—Pero..., ¿hablan las mariposas y las flores?
Sobre el libro
Título: Las flores de la pequeña Ida
Autor: Hans Christian Andersen
Editorial: Zap Digital, SL.
