Los niños y los momentos difíciles

Este artículo tiene 12 años de antigüedad
/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2398

No hay familia que esté exenta de tenerlos, enfermedades, accidentes, peleas, problemas económicos, es imposible mantener una eterna felicidad familiar, pero cuando los problemas se presentan, ¿hasta que punto los niños deben enterarse y participar de los mismos?

¿Hay que protegerlos siempre y de todo?

Por supuesto que a los padres los guían los sentimientos más nobles. ¿Por qué cargar la mente de sus hijos con lo desagradable de la vida? Bastante tiempo tendrán para enterarse luego, estos son los sentimientos más comunes.

Por otro lado, también puede tratarse de un secreto familiar, cuyos miembros no quieren que trascienda a todo el vecindario. ¿A quien le gusta que su hijo le cuente a todo el mundo que su tío esta en la cárcel o que el negocio del padre ha quebrado? Pero puede existir otra razón, más oculta, que ni los padres son conscientes.

Se trata del miedo a que sus hijos se enteren de que sus padres no son infalibles, que se pueden equivocar como todo el mundo, ya que algunas fallas y fatalidades que acontecen en algunas familias obedecen a errores cometidos por uno de ellos o por ambos. Pero, aunque no fuera así, a ningún padre le gustaría que se derrumbase el pedestal donde cree que su prole lo instaló.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

Hace poco, un padre de dos hijos que acababa de quedarse sin trabajo me comentó que por un momento no pensaba contárselo a sus hijos.

– Mi mujer sabe que el despido no fue por culpa mía, pero ¿y los chicos? – fueron sus palabras.

Ante la necesidad de tener que informar a los hijos de algún asunto familiar, los padres deben pensar previamente qué es lo que piensan contar; lo mejor será casi siempre exponer el tema en dos o tres frases e ir contestando luego las preguntas que formulen los chicos. Normalmente un pequeño solo pregunta lo que puede asimilar. Por eso, una información excesiva sería contraproducente.

Los niños notan los cambios y es difícil ocultarles las verdades de manera permanente.

Las caras serias, los ojos llorosos, los cuchicheos, los silencios abruptos, todo esto indica a los chicos que hay algo anormal en el ambiente. Incluso, si los adultos tratan de disimular con buena cara para camuflar su pena o su preocupación, el radar de los hijos detecta que su alegría es falsa. Nada peor en esta situación que aquella escena que hemos visto ciento de veces en el cine: el hijo pregunta “¿Que te pasa, mamá?” y la madre contesta “Anda a dormir” o “Tomate la sopa” o cualquier otra respuesta que no tiene nada que ver con el asunto.

Sin embargo, un chico que pregunta necesita ser informado, siempre y bajo cualquier circunstancia. Lo oculto causa más miedo que lo conocido. Aunque se trate de una verdad dura, los fantasmas que el hijo crea con las medias verdades que ha podido escuchar siempre serán peores que la realidad.

Explicar de la mejor manera la verdad

Los psicólogos, suelen aconsejar que a los chicos se les dé la información a medida que ellos van preguntando. Pero esta regla no es válida para todos los hechos que los hijos deben saber. Cuando pregunten, “¿yo soy adoptado?” o “¿no será que voy a tener un hermanito?”, ya es demasiado tarde, porque ya habrán oído algo de bocas ajenas. Por lo tanto determinados temas deben ser abordados directamente por los padres.

El hijo tiene que saber sobre todo aquello que le afecta en forma directa, por ejemplo, qué pasará con la comida, con la casa, con la escuela, con los amigos… Para abordar el tema en cuestión conviene buscar un momento tranquilo pero, aunque los padres le hablen con sosiego y cariño, no deben esperar que su hijo asimile las verdades sin sufrimiento, es posible que llore, que patalee o que opte por un mutismo hostil. Todo esto hay que respetar, pero se le hará saber que, para cualquier nueva pregunta que quiera formular, la puerta estará siempre abierta.