Todo cabe en un jarrito(Laura Devetach)

La viejita de un solo diente vivía lejos, a orillas del río Paraná. Su rancho era de barro y el techo tenía un flequillo largo que apenas se dejaba ver la puerta y las dos ventanas del tamaño de un cuaderno.

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Vivía sola, pero su casa siempre estaba llena. Si no venían los perros estaban las gallinas. Si no estaban las gallinas, estaban el loro y la cotorra. Si no estaba la cotorra estaba algún vecino de paso.

Algunas veces sucedió, sobre todo en verano, que por las tardecitas se juntaban todos: perros, gatos, chicharras, vecinos y todos querían comer.

Entonces la viejita sacaba agua fresca del pozo para convidar y cebaba mate mientras canturreaba a la luz del brasero:

-“Todo entra / en un jarrito

si se sabe / a-co-mo-dar...”

Pero una tarde empezó a llover. Y dale lluvia, dale, no se podía mirar arriba porque uno se ahogaba de tanta agua. Hasta los patos se inquietaron y se metieron en el rancho sacudiendo las colas.

Cuando llegaban esas tormentas el río rebalsaba como un plato de sopa, desparramando camalotes y vacas. Por eso nadie se sorprendió cuando entraron al rancho la vaca color café, el ternero manchado y un burro.

-“Todo cabe en un jarrito si se sabe acomodar...”, dijo la viejita y los empujó hacia un rincón.

Y así fueron llegando el pavo, el chancho, la chancha y los chanchitos, un tatú mulita, dos ovejas y todos los socios más chicos como ser piojos y garrapatas.

-Todo cabe, todo cabe... iba diciendo la viejita mientras los acomodaba para que la vaca no pisara al gato ni el gato a la iguana.

El agua subía y nadie se quedaba quieto. Los pavos y las gallinas se treparon a la vaca y el burro. Los perros estaban sobre la mesa y el jarro de lata de tomar matecocido había empezado a flotar como una canoa, y los animales estiraban los cogotes y se ponían en puntas de pie. Entonces la gallina se acercó al jarrito de lata que pasaba flotando y pacáte, se metió adentro, haciendo saltar también a los pollitos.

-¡Vamos, vamos, suban! -cacareó.

Y empezaron a meterse en el jarrito. Los perros, el gato, el loro y la cotorra, la vaca, el burro. Y se acomodaban, se acomodaban.

Finalmente, todos se metieron en el jarrito de lata casi sin respirar, porque si uno movía una pestaña saltaban todos los demás. En medio del batifondo de gruñidos y mugidos, el jarro iba acercándose a la puerta para salir y meterse en la correntada. De pronto la cotorra gritó abriendo apenas el pico por falta de lugar:

-¿Dónde está la viejita? ¡No veo a la viejita!

Y era terrible, porque en el jarro ya no entraba ni el rulo de un piojo. Y nadie sabía dónde estaba la viejita.

-La perdimos- lloraban en susurros apretados.

-Con lloror no gonomos nodo- dijo la vaca moviendo apenas el hocico.

Y todos empezaron a moverse de a poquito, hasta que ¡chas!, como un corchazo, saltó una ristra de patos que se zambulleron para buscar a la viejita.

Y entonces se oyó un sonido que salía del fondo, pero bien del fondo del jarro de lata. Era una voz medio amordazada que decía:

-“Todo cabe en un jarrito si se sabe acomodar...”

Todos se alegraron con alegrías grandes pero con risas apretaditas. Los patos se metieron de nuevo y cada cual se enroscó, aplastó, y el jarro de lata salió por la puerta del rancho.

Y navegó, navegó con su carga, en busca de las lanchas que sacan gente del río cuando llega la creciente.
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