Este recital, realizado el pasado miércoles 17, significó una muestra de carácter a través de obras compuestas en diferentes épocas.
El programa comenzó con el Concierto para Oboe, IRV 50 (1944), de Ralph Vaughan Williams. Esta pieza, dividida en tres movimientos, tuvo como solista al oboista Héctor Fretes, quien asumió con seguridad el virtuosismo que exige el autor al oboe solista, por sobre una exquisita sección de cuerdas.

Haciendo un salto hacia atrás en la historia, sonó luego el Gran Duo Concertante (1880), de Giovanni Bottesini, presentando como solistas a Jeannette Bogado en violín y José Velasco en contrabajo.
Esta obra del italiano requiere de las posibilidades líricas y virtuosas de ambos instrumentos, que en la noche fueron cumplidas sobradamente por Bogado y Velasco, quienes dotaron a sus interpretaciones de mucha sensibilidad y emoción.
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Como parte del programa la OSN interpretó, con todas sus luces, la Suite Op. 49 (1863/1869), de Camille Saint-Saëns.
Apelando a la conciencia
El estreno de la noche llevó a pensar en ¿cómo puede sonar también una orquesta sinfónica? y ¿cuáles son las preocupaciones de estos tiempos? Para desarrollar esta premisa, el programa siguió con la obra “Los seres Ñakurutu y la sombra que los acecha” (2021), del paraguayo José Ramírez.
Él estuvo presente antes de la interpretación de su creación y afirmó que este momento especial lo llenaba de emoción.
“Desde el umbral de la civilización el arte ha acompañado al hombre en distintos momentos, ya sea para expresar ideas, sentimientos o simplemente cualidades tímbricas. Esta es una oportunidad que he aprovechado para mostrar que el arte no solamente es entretenimiento sino que sobre todo tiene que ver con el logos, con el razonamiento. De eso se trata la obra. Es una pieza en un solo movimiento para orquesta clásica, electrónica y objetos que tiene como objetivo visibilizar y sensibilizar a la sociedad sobre un tema tan vigente y real: los indígenas en las ciudades”, expresó.
Explicó que el título es un metáfora que describe ese tema, representando a los indígenas como “seres innominados, excluidos de la sociedad, que viven en un territorio hostil”, pues “esta sociedad los somete y en todo caso los ignora”.

Así como las fuertes palabras del compositor sobre esta verdad, es como la obra también se desenvolvió. Tras la introducción de la obra vino el silencio, y después los sonidos electrónicos punzantes y pendulares irrumpieron en la sala. Entre ellos empiezan a colarse los instrumentos de viento, cuerdas y percusión, creando desgarradores jirones de sonido.
A la mitad todo frena y vuelven los sonidos electrónicos. Algo se acecha y podemos sentir a esa sombra que, lenta o frenéticamente, persigue a estos seres Ñakurutu, quienes no tienen otra opción que huir. El caos, la persecución, el cansancio, la resistencia en una tierra que es propia. Todo eso podemos imaginar con esta pieza que no deja indiferente a nadie.
A la mañana siguiente de este concierto la policía e incluso cascos azules desalojaban a una comunidad de indígenas de Hugua Po’i en Caaguazú. Estos fueron desalojados de unas tierras que para ellos son tierras ancestrales.
Cómo el arte puede ser parte de este mensaje y de esta fuerte realidad fue visible en este concierto en el que, además de hacernos disfrutar de la belleza de obras extranjeras, nos recordó con una obra nacional lo importante de no permanecer indiferentes ante los reclamos de los pueblos indígenas.
La OSN asumió con toda la energía y sensibilidad el compromiso de la obra de José Ramírez, logrando traspasar las emociones de las partituras al público que se vio sacudido; que pasó de la exaltación de la belleza de las primeras obras a la profundidad del planteamiento de José Ramírez.
Así es como el arte pasea también por diversos estados anímicos y, así como entretiene, también genera conciencia. Ojalá sirva en alguna medida para implantar la semilla de la empatía respecto a la situación de los indígenas.
