Retrospectiva: “Los Juegos del Hambre” (2012)

La primera película de la saga “Los Juegos del Hambre” presentaba una historia prometedora, un elenco excelente y un mundo interesante, pero se quedaba corta por una sensación de escala muy pequeña y acción muy pobre.

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A pesar de haber sido señalada como una especie de plagio de historias con similares premisas como The Running Man o Battle Royale, la verdad es que la novela de Suzanne Collins Los Juegos del Hambre, la primera de su exitosa trilogía, trae consigo ideas propias bastante interesantes, así como al menos versiones de ideas ya expuestas por esos otros trabajos y algunos similares que son lo suficientemente distintas para permitir que la sensación de deja vú no sea demasiado intensa.

En la adaptación a cine de la primera novela, que la propia Collins co-escribió, estas ideas interesantes de control por medio del entretenimiento y el miedo y el triunfo a través de la manipulación inteligente al mismo tiempo que la pericia marcial llegan bastante bien transmitidas, aunque el filme acababa sufriendo demasiado por un pobre manejo de las escenas de acción que abundan en la segunda mitad de la película y un enfoque no lo logra transmitir del todo la ilusión de un mundo vivo y amplio que nuestros protagonistas habitan.

La cosa comienza con una interesante juxtaposición: Seneca Crane (Wes Bentley), el “productor” de los llamados “Juegos del Hambre”, en una entrevista con el pomposo presentador televisivo Caesar Flickerman (Stanley Tucci), explicando el razonamiento detrás de los “Juegos”, en los que el opresivo Capitolio, el corazón de la nación futurista de Panem, mantiene bajo control a los doce distritos que mantiene bajo su yugo y de los que se sirve tras haber derrotado una sangrienta revolución siete décadas atrás. Los “Juegos” consisten en reunir a 24 jóvenes de entre 12 y 18 años, un chico y una chica de cada distrito, y hacer que peleen hasta que solo uno quede vivo.

Esta entrevista corta abruptamente al desgarrador grito de Prim Everdeen (Willow Shields), una niña del Distrito 12, despertada por una pesadilla mientras su hermana Katniss (Jennifer Lawrence) la consola. Es el día de la selección de los “tributos” para la nueva edición de los Juegos, y ambas hermanas son candidatas. Por supuesto, Prim acaba siendo seleccionada y Katniss se ofrece como voluntaria en su lugar, siendo enviada al Capitolio junto al otro tributo del distrito, Peeta Mellark (Josh Hutcherson) para pelear por su vida.

Donde Los Juegos del Hambre se diferencia principalmente de Battle Royale – la propiedad intelectual “default” a la que el público suele recurrir a la hora de acusar de plagio a Collins – es que la novela de Collins y la película de Gary Ross dan igual relevancia a lo que rodea a “la atracción principal”. La mitad de la película está dedicada a establecer el mundo de Panem, contraponiendo la gris y mísera opresión en el Distrito 12 – el único que vemos en esta primera entrega, salvo por un breve instante – y la opulencia casi caricaturesca del Capitolio.

Pero en vez de simplemente hacer un comentario superficial sobre la desigualdad y el derroche, el contexto que se expone en la primera parte también hacen que el conflicto central sea más grande y complicado que simplemente una pelea a muerte. La importancia de Haymitch (Woody Harrelson), un previo ganador de los Juegos con serios problemas de bebida asignado como mentor de Peeta y Katniss, es grande pero no como ellos lo esperan: más que un entrenador de combate, Haymitch es un promotor, navegando una enmarañada red de propaganda e influencia para conseguir benefactores para sus dos protegidos que puedan brindar suministros de emergencia. La imagen que los tributos presentan al mundo, la impresión que causan, y el favor que se granjean del público es tan importante como su capacidad de matar, lo que hace que gente como el modisto Cinna (Lenny Kravitz) y el ya mencionado Flickerman sean figuras tan importantes como cualquier experto en supervivencia.

De alguna forma, ver a Katniss y Peeta impresionar a los productores de los Juegos o causar una gran impresión en una entrevista es tan emocionante como una hipotética pelea a muerte; al final, esa campaña de relaciones públicas también es de vida o muerte. Permite a Ross centrar su cámara en el fantástico elenco de actores que juntó – Lawrence y Hutcherson llevan el peso del filme sobre sus hombros con firmeza, pero el filme es un goce cada vez que Harrelson, Tucci o Elizabeth Banks aparecen para robarse sus escenas – y en los pequeños pero interesantes momentos que estos logran.

Y es una fortuna que esa primera mitad esté allí, porque si la película consistía solo en la acción de los Juegos del Hambre en sí, estaríamos hablando de un filme mucho más pobre.

Primero lo primero, la forma en que Ross dirige y presenta la acción es mediocre como mínimo. Ross filma gran parte de la película en un estilo “cinema verité”, con cámaras en mano y mucho temblor, como de documental, lo que se siente como un estilo adecuado para las secuencias en el Distrito 12, una forma gráfica de representar la pobreza, incertidumbre y desesperación de sus habitantes; cuando la película va al Capitolio, este estilo cede un poco a uno más tradicional y estable, lo que sin duda es al mismo tiempo una representación de la opulencia “romana” del Capitolio y la consecuencia de escenas que sin duda requerían mucha pantalla verde.

Sin embargo, Ross regresa a la cámara en mano y la edición hiperactiva cuando la acción se traslada al bosque que sirve de “arena” para los Juegos, y las frenéticas peleas entre los tributos se vuelven un desastre incomprensible, un remolino casi sin sentido de imágenes más o menos comprensibles, como si el camarógrafo también estuviera siendo atacado por adolescentes sedientos de sangre. Hay una razón práctica obvia para esto, los realizadores no querían mostrar en demasiado detalle secuencias de menores matándose brutalmente entre sí, así que fueron por un enfoque más impresionista. Pero aún así es exageradamente difícil de seguir; particularmente grave es el caso de la pelea final, que además de los ya mencionados factores trascurre de noche.

El estilo realista a lo Paul Greengrass ocasionalmente funciona, al menos en escenas que no requieren un ritmo vertiginoso, como la memorable secuencia en la que Katniss escapa de una situación mortal gracias al uso ofensivo de un convenientmente colocado panal de avispas mutantes.

La parte de la película centrada en los Juegos también introduce ideas interesantes como el control total que Crane y los productores tienen sobre la arena, poniendo obstáculos repentinos para evitar que los tributos se alejen demasiado y para mantener la acción interesante para los televidentes – reforzando la importancia del factor “espectáculo” de la masacre que Haymitch no paraba de predicar –, aunque en estos momentos el filme tambíén cae en limbos de ocasional aburrimiento, principalmente cuando Lawrence y Hutcherson deben fingir ser una pareja enamorada para congraciarse con el público; la falta de química entre ambos es intencional y acorde a sus personajes, pero aún así estas escenas se alargan demasiado.

Además, durante todo el filme persiste una curiosa, sutil pero notable sensación de pequeñez y artificialidad, principalmente en lo que se refiere a ambientación. Al centrarse tan estrechamente en sus personajes, Ross nunca permite que el público vea y absorba el mundo en que la película trascurre. Panem se siente más como una idea semi-abstracta que como un lugar tangible, y por momentos los lugares “masivos” que el filme presenta – como el gran estadio por donde los tributos desfilan por primera vez – se sienten notoriamente falsos, claros productos de alguna computadora. El filme no llega a los niveles de falsedad de, digamos, las precuelas de Star Wars, pero aún así se nota y molesta un poco.

Los Juegos del Hambre fue una sólida introducción a una saga interesante y llena de elementos de calidad, aunque la importancia de sus defectos y el hecho de que son más obvios en la parte final del filme hacen que la película se sienta peor de lo que en realidad es. Afortunadamente, la saga continuaría con una segunda parte que corregiría gran parte de lo que a la primera parte le salió mal.

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