Una relación que no se puede controlar

Este artículo tiene 4 años de antigüedad
Lágrima mujer triste ojo
Lágrima mujer triste ojoShutterstock

La semana anterior explorábamos que la cultura del cuidado en nuestras relaciones humanas necesita de un propósito consensuado y construido con acciones cotidianas que lo sustenten. Hacia dónde queremos ir juntos y para qué. Preguntas que parecen de una obviedad estúpida pero que son vitales cuando nos damos cuenta que la vida de una relación es cien por ciento responsabilidad de quienes participamos en esa relación.

Hoy planteo que la cultura del cuidado en una relación humana también es darle un lugar a un hecho que puede ser desgarrador y hasta espeluznante si hemos crecido bajo la creencia de que podemos controlarnos, controlar a los demás y “tener” agarrada a la relación para que no se nos vaya de las manos.

Por lo general el paradigma del control comienza en nuestra vida cuando de pequeños escuchamos cosas como por ejemplo “Dejá de llorar y compórtate como debe ser”, “no pienses así”, “no importa lo que vos quieras vas a hacer lo que yo te digo”. Y hay cientos de ejemplos más en la socialización primaria de nuestra historia. Las criaturas que necesitan desesperadamente pertenecer y seguir mamando amor por lo general incorporan este mensaje: tenés que aprender a controlarte y si lo hacés serán adecuado.

Si bien este es un tema muy complejo que no se agota en mirar el adoctrinamiento que casi todos recibimos en nuestra infancia, me permito invitarle al lector a que observe que el paradigma dominante sigue perpetuándose en casi la mayoría de las millones de historias que existen en este planeta entre homo sapiens sapiens del siglo XXI.

Apenas miramos que alguien llora le decimos “déjate de joder con esas lágrimas”. Nuestra pareja no tiene deseos de hacer el amor y en lugar de pensar que es legítimo que no quiera lo vivimos hasta como una traición a nuestras ganas. Alguien piensa distinto y hacemos de su ideología una manifestación demoníaca del mal.

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La cultura el cuidado en las relaciones afectivas y en las laborales desde mi perspectiva como coach pasa también por movernos hacia un paradigma radicalmente distinto al del control. Me permito expresar algunas ideas al respecto:

  • Lo vivo no se puede controlar porque la vida se mueve, se recrea y se transforma y una relación humana es algo vivo.
  • Los seres humanos somos plausibles de ser educados, influenciados, manipulados, seducidos, convencidos, amenazados, inducidos, condicionados más jamás controlados porque estamos vivos y hay miles de procesos fisiológicos, químicos, mentales, neuronales, espirituales que operan como un sistema complejo y que no pueden ser ni descriptos ni transformados en un patrón estandarizado.
  • Las relaciones entre personas tampoco pueden controlarse y esto puede ser terrible para quienes viven sus relaciones desde la creencia de que son “algo” que se puede tener y controlar.

La cultura del cuidado implica poder comenzar a mirar a esa persona que amo y a ese equipo de alto rendimiento con el que trabajo como entidades autónomas, conscientes, capaces de elegir y de quedarse o de irse. Y qué fuerte que es confirmar que hay autonomía. Qué fuerte que es poder darme cuenta que las personas incluso tienen la libertad para mentirme. Que ese orgasmo de la persona con la que hago el amor puede ser fingido. Y que ese acuerdo en el negocio aún con las firmas en los papeles puede ser una estafa.

¿Y entonces eso significa que mi esposa es un fraude? ¿Eso significa que la contraparte en el negocio es delincuente? No necesariamente. Y aquí el otro punto que me parece relevante:

Eso significa que nunca vas a tener el control en un cien por ciento de lo que elija sentir, pensar y hacer quien está contigo aunque el rótulo de familia, de pareja, de amigo o de socios les ampare.

Y también eso significa que un ser humano si siente que su supervivencia está amenazada va a pensar como necesita pensar para seguir en el juego, va a sentir lo que necesita sentir según la autonomía inconsciente de su sistema reptil/límbico, va a elegir acciones que le salven si “interpreta” que en lugar de tu persona hay un tiranosaurio rex capaz de destrozarlo

¿Pero y entonces qué nos queda? Imagino que me puede estar preguntando un lector de ABC digital.

Nos quedan muchas posibilidades:

La primera es mirar las evidencias científicas que hoy confirman que nada lo que esté vivo puede ser estandarizado, encasillado y que con lo vivo no hay prospectiva estratégica ( ni con el mercado ni con el amor de mi vida ).

Lo segundo es reaprender formas para permitir que la individualidad del otro y a mía propia puedan tener –ambas- un espacio de legitimidad en la relación.

Lo tercero (y nos vamos a la columna de la semana anterior) es conversar sobre hacia dónde queremos ir juntos y para qué. Qué queremos construir. Tener un propósito cocreado que nos entusiasme y enamore y le dé sentido al estar juntos.

Como cuarta posibilidad cuidarnos mutuamente sosteniendo conversaciones en donde antes definamos y acordemos qué queremos cuidar cuando conversamos. Una dialógica de calidad.

Y finalmente, aunque suene difícil, trabajar individualmente para hacerme cargo de lo que a mí pasa con lo que vos decís, pensás, haces y sentís. Porque es un hecho que seguirás siendo libre. Indefinible e incontrolable. Aún cuando me hagas un show de lo que no sos para para aliviar la ansiedad que siento.

Trabajar para no trasladar a una relación entre adultos el amor condicionado de una mamá tratando de educar a una criatura. La Matrix que nos mostraron las hermanas Wachowski en su película no es ficción. Está en la oficina cuando intento seducir a los muchachos del equipo para que se motiven y vendan más pero negando que se sienten como se sienten y evitando conversar al respecto. Está en mi cama junto a la persona que amo cuando la intimidad no nos satisface y en lugar de abrir una conversación para construir lo que necesitamos le hago una pregunta filosa y carnicera: por qué hoy estás tan fría…