Hilda Mariza Camacho Ayala tiene una reconocida lavandería donde alguna vez fue empleada. Ella vive hoy día en pareja, tiene dos hijos Francisco Alexander (5) y Mía Samantha (2). Nació en Ybycuí, Paraguarí, es campesina, hija de un agricultor.
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La madre de Hilda falleció de cáncer de útero cuando ella tenía apenas 8 años. “Mi vida fue y es triste sin mi mamá, se fue tan joven, tan bella; murió a causa de la ignorancia y la pobreza. Mi padre al quedar viudo con 5 hijos, me envió con una señora para que pueda ir a la escuela”. A los 9 años, Hilda llegó a Capiatá como criada: ayudaba en la casa e iba a la escuela.

Con orgullo dice: “Siempre fui empleada doméstica y lavandera”. Desde hace 27 años vive en Asunción, pero no deja de ir a la casa paterna, una vez al mes, a comer un tallarín de gallina casera con mucha mandioca. Hilda fue reconocida en el 2016 como empresaria destacada por Fundación Paraguaya, entre otros reconocimientos a nivel nacional.
-¿Qué recordás de tu infancia?
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-Mucho dolor, lágrimas, no tuve infancia, no recuerdo nada más que a mi madre llorando de dolor y a una tía consolándola. Éramos muy pobres, pero nunca nos faltó comida porque mis padres eran muy guapos cultivando, teníamos linda huerta, muchas gallinas, cerdos, etc.
-Un día el dolor de tu mamá acabó y comenzaste otra vida
-Después de estar en Capiatá, vine a Asunción, a Sajonia. Iba al colegio nocturno y de día trabajaba en una lavandería. Cuando llegaba de estudiar me esperaban muchísimas ropas para planchar. A pesar de mi juventud, vivía prácticamente sola, no tenía ni amigos, era muy desconfiada de los hombres. Tenía bien claro que quería ser alguien en la vida, y que no decepcionaría a mi papá en nada. Tuve que madurar a los golpes, me preguntaba por qué la vida era tan cruel conmigo.

-Una pregunta existencial…
-Aprendí a hablar español en la calle, escuchando, observando. Nunca fui a fiestas, ni a kermeses, ni a torneos de fútbol, ni a una discoteca, no me lo permitían. Hoy pienso que quizás gracias a eso soy tan disciplinada y sin vicios.
-A nivel laboral hiciste tu propia “facultad” en lavado y planchado.
-Si, son las dos cosas que sé hacer, y soy perfeccionista. A mi trabajo le pongo mucho amor y entrega para que siempre me salga bien. Me esmero, por ejemplo, si es ropa simple, plancho aproximadamente 8 docenas de ropa en 2 horas. Soy honesta en mi trabajo, pero sufro por eso, porque me he cruzado también con mala gente.
-¿Cómo te convertiste en propietaria de la lavandería?
-Tenía 15 años cuando comencé a trabajar en esa lavandería. Mi patrón, un hombre muy noble, murió. Mi patrona me anunció que vendería el local, pero nunca logró venderlo. Mi hermana que está en España me prestó un poco de plata para la entrega y lo demás pagué a cuotas con el trabajo que entraba.
-Qué valiente para asumir una compra así
-A costa de muchísimo sacrificio. Dormía en el suelo, no gastaba un centavo de más. Pagué todas las cuotas antes del tiempo establecido. A los 21 años ya era dueña y propietaria de una lavandería, ahí había trabajado toda mi adolescencia, conocía el trabajo a la perfección. Comenzó otra etapa de mi vida, una lucha conmigo misma, si sería capaz de sostener y hacer próspero el negocio.
-El detalle era que ya eras la dueña
-Lo primero que hice fue comprarme una cama enorme. En esa nueva etapa llegaba otro desafío. No creían que yo era la dueña: “Chiquilina, andá a llamar a tu patrona, no te voy a dejar a vos mis prendas caras y delicadas”. Ellos no sabían que con ese trabajo yo me pagué todos mis estudios, hasta la universidad. Estudié Psicología, la carrera más apasionante para mí, me enseñó a entender mi vida, mi entorno, mi historia. También estudié de noche, sorteando todo el ambiente peligroso de drogadictos y ladrones al volver a casa.
Un giro del destino
Una tarde, cuando Hilda esperaba el colectivo para ir a la facultad (estaba a días de presentar su tesis), conoció a un hombre, entablaron amistad y luego se enamoraron.
“Fue una gran persona, él me impulsó a abrir mis sucursales, mis 3 lavanderías; fui muy feliz al poder dar trabajo a tantas mamás solteras. Mis negocios iban muy bien y yo solo quería comprarme una casa, una casa con jardín”. Pero una tormenta inesperada se abalanzó sin avisar, Hilda y su pareja sufrieron un terrible accidente.
El 29 de setiembre de 2010 chocaron en auto contra un camión. Su novio murió. Hilda quedó en coma por 14 días. Cuando despertó todo había cambiado “ya no tenía novio, mi negocio se iba a pique, mi tesis quedó truncada. Durante 1 año no podría salir al sol porque se me desprendió la piel del cráneo, tenía la clavícula rota, con platino, mi espalda y piernas afectadas por un accidente que nunca sabré a ciencia cierta cómo sucedió”.
Su vida quedó marcada por aquel día. Años después, el sol volvió a brillar cuando tuvo a su primer hijo, “mi consuelo, mi fortaleza, el mismo año que lo tuve -a mis 31 años, contra viento y marea- compré para mi casa”.
La tesis de psicología quedó en el archivo; a pesar de que Hilda ama su carrera, no quiere sacrificar el tiempo y la vida saludable que, estando con sus hijos, puede darles; por eso eligió quedarse en la lavandería, “gano mejor y estoy con ellos”.
Igualmente, Hilda siempre aplica sus conocimientos de terapia si se lo requieren “siempre hay alguien a quién se puede ayudar”. A sus 36 años, se sabe una mujer hecha y derecha. Con tantas penurias que superó, llegó la pandemia.
“Me afectó muchísimo, sobre todo porque tengo un personal que depende de mí para llevar el pan a su hogar, así que sin pensarlo dos veces salí a hacer limpieza, planchado a domicilio, imagínate, ¡te soluciono la vida!
-¿Qué es lo más difícil de tu trabajo?
-Sobrellevar el desprecio que muchos sienten hacia el trabajo de limpiar y lavar, pensando que porque alguien no tiene título es menos que otro. Las propuestas indecentes que recibí por ofrecer servicios domésticos son terribles, confunden este servicio con prostitución. Yo les enseño a mis hijos que mamá es digna, que mamá trabaja en una lavandería y que así compramos nuestra casa. También les enseño que cuando no hay plata para algo que quieren, no hay, y lo entienden sin hacer berrinches.
-¿Cómo organizás tu día?
-A la noche cenamos, rezamos, y después ya organizo el día siguiente, todo cronometrado; nos levantamos 5:30 hs. y regresamos a casa a las 21 horas. Mis hijos quedan en la lavandería que es salón con vivienda, ahí toman sus clases virtuales y me esperan. De mañana lavo ropa, de tarde, hago limpieza.
-Sos una mujer incansable
-Siempre digo que somos tan capaces o más que los hombres. Yo voy al taller a llevar mi auto, lavo mi auto, reviso mis lavarropas, limpio mis secarropas, desarmo mis máquinas para limpiar filtros, etc., pero también soy muy femenina, me gusta la delicadeza en la mujer, me gusta vestirme bien, oler bien e intentar tener el cabello brilloso, porque peinado es lo que nunca tengo (risas).
