La secuenciación, una herramienta indispensable para rastrear el virus

Para controlar las modificaciones del coronavirus que podrían empeorar la pandemia o hacer que las vacunas sean menos eficaces, los científicos necesitan secuenciar su genoma. Pero son pocos los países que realizan y comparten esta laboriosa, compleja y necesaria vigilancia en pandemia.

Una investigadora trabaja en la secuenciación del SARS-CoV-2, en el Instituto Pasteur de París, en Francia.
Una investigadora trabaja en la secuenciación del SARS-CoV-2, en el Instituto Pasteur de París, en Francia.

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PARÍS (AFP). La publicación de la primera secuenciación del genoma del SRAS-CoV-2 en enero de 2020, al inicio de la pandemia, permitió identificarlo como un nuevo coronavirus y empezar a desarrollar tests de diagnóstico y vacunas.

Desde entonces, decenas de miles de secuencias han sido descargadas en bases de datos públicos, lo que permitió observar las mutaciones con una precisión y velocidad jamás alcanzadas antes.

A mediados de enero GISAID –una importante plataforma para compartir datos, creada originalmente para vigilar la gripe– había recibido 379.000 secuencias. Entre estas, 166.000 procedían de covid-19 Genomics UK (COG-UK), una asociación entre autoridades sanitarias y centros universitarios.

Una prioridad

La secuenciación identificó preocupantes variantes en Gran Bretaña, en Sudáfrica y en Brasil.

La nueva variante, de propagación más rápida, en Reino Unido es “como una minipandemia en el seno de la pandemia”, dice el Dr. Ewan Harrison, director de estrategia y transformación en el COG-UK.

Sin una vigilancia sistemática, los científicos no habrían quizá comprendido que “cambia la situación”.

La precoz alerta no impidió su propagación –decenas de países la han detectado ya–, pero permitió a otros prepararse. Sin la advertencia de los científicos británicos, el mundo navegaría a ciegas, coincide Emma Hodcroft, epidemióloga en la Universidad de Berna.

Otras variantes del virus solamente son visibles cuando se propagan al extranjero desde su punto de origen.

Este mismo mes, por ejemplo, una nueva cepa, portadora de una mutación denominada “E484K”, y que según temen los científicos podría sortear la inmunidad, fue identificada en Japón en personas procedentes de Brasil.

Cuando otro coronavirus, el SARS, empezó a propagarse en 2002, solo tres variantes del genoma fueron compartidos públicamnete en el primer mes, y 31 al cabo de tres meses.

Esta vez, seis genomas estuvieron a disposición de investigadores de todo el mundo pocas semanas después de la aparición del virus. En seis meses, 60.000 ya habían sido publicados.

Las mutaciones forman parte de la evolución viral y ocurren cuando el virus se reproduce.

La mayoría de las nuevas cepas no le dan ventaja o fuerza alguna al virus, incluso le son desfavorables. Pero, a veces, una mutación aumenta su carácter infeccioso o provoca una enfermedad más grave.

Cuanto más infecta un virus a la gente, mayor es la probabilidad de mutación, y esa probabilidad crece en una persona cuyo sistema inmunitario está crónicamente debilitado.

Para la OMS, la secuenciación mundial ayudará a “comprender mejor el mundo de los agentes patógenos emergentes y sus interacciones con los humanos y los animales en una variedad de climas, ecosistemas, culturas o modos de vida”.

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